martes, 16 de agosto de 2016

Devarim - Shabat Jazón 5776

Los rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana.

Rabino Guido Cohen
Asociación Israelita Montefiore
Bogota, Colombia

La parashá de esta semana no solamente marca el inicio del último libro de la Torá, sino también el inicio de una nueva etapa en la vida de Moshé. 

Moshé, quien ha sido el protagonista del texto desde su nacimiento, es conocido a nosotros por ser un hombre de pocas palabras. Desde su niñez, el tema del habla fue según los sabios un problema para Moshé. Un conocido Midrash que aparece en Shemot Rabbah nos narra el episodio en el cual Moshé toma un carbón caliente y lo coloca en su boca, despreciando unas piedras preciosas para salvar su vida de manos de los consejeros del faraón. A partir de ese momento, el habla fue siempre una dificultad para Moshé.

A tal punto esto lo perjudicó, que cuando Dios lo elige para liberar al pueblo, todas las objeciones que Moshé esgrime tienen que ver con la dificultad que le va a suponer comunicarse con los hebreos y con el faraón. Es 'pesado de lengua', 'incircunciso de labios', es decir, hablar no es lo suyo. Y sin embargo, Dios le promete que ese no será impedimento: su hermano Aarón será su intérprete y vocero, y la dificultad para hablar no será un obstáculo en su desafío de liderazgo. Más allá de resolver la inquietud de Moshé, Dios lo que hace en ese momento es sentar un importante precedente en relación a las cualidades que un líder debe tener para conducir al pueblo. Un hombre que no es un gran orador, que acepta su defecto y que se deja ayudar parece ser el candidato perfecto de Dios para la tarea.

Podríamos preguntarnos: si Aaron sabía hablar tan bien ¿por qué no lidera el al pueblo?. Probablemente la respuesta la tengamos en el episodio del becerro de oro, donde la oratoria no le sirvió a Aarón para salvar al pueblo de su peor caída.

Pero el libro de Devarim abre con un Moshé diferente. Un Moshé que comienza a hablar en el primer versículo y sigue hablando hasta el momento de su muerte. Todo el libro de Devarim es un gran discurso del líder, en donde regaña al pueblo, promete, enseña, bendice y hasta les regala un canto de despedida. Moshé, el pesado de lengua, el que no sabe hablar, a los 80 años padece una incontinencia verbal que no se condice con la personalidad que conocíamos. 

Siempre encontré sorprendente esta transformación, de un tímido orador tartamudo a un elocuente líder verborrágico al que sólo la muerte logra silenciar (y ni siquiera). La Torá nos está transmitiendo con este cambio un mensaje fuerte en relación a cómo y cuándo deben hablar los líderes. Vivimos en un mundo en donde el acceso a los cargo de poder se basa esencialmente en la oratoria. Las campañas políticas son básicamente personas que hablan y prometen, y en una medida considerable, son elegidos en función de qué y cómo hablan. Luego de hablar mucho, acceden a los cargos desde los que deben 'hacer', sin necesariamente estar comprometidos (más allá del compromiso moral) a hacer lo que dijeron.

La propuesta de la Torá invierte el orden de este proceso. Moshé primero hace, al defender al hebreo que está siendo azotado y al intervenir en la pelea entre dos hebreos. Luego de hacer, manifiesta que hablar no es lo suyo, y aún así Dios lo afirma en su liderazgo. Evidentemente, no es la oratoria el atributo que debe tener Moshé para conducir al pueblo. Primero tiene que hacer, y ese hacer no está necesariamente atado al decir. ¿Cuándo es el momento para hablar? Después de haber hecho mucho.

Cuando ya hizo prácticamente todo lo que debía hacer, bien entrado en años y listo para concluir su mandato, Moshé comienza a hablar. No a prometer lo que va a hacer, sino a repasar lo que hizo para poder despedirse. La palabra no es su carta de presentación, sino su mensaje de despedida. Primero hace, y hace muchísimo. Y luego, cuando ya terminó de hacer, entonces se despide con palabras.

Pirkei Avot nos enseña "Habla poco y haz mucho", y Moshé encarna esta enseñanza como ningún otro líder. Hace silenciosamente, mostrando humildad y laboriosidad. Parafraseando también al tratado de Avot, Moshé ama la tarea y rechaza la altanería que viene asociada con el cargo. Se concentra en su desafío, sin hacer campañas grandilocuentes ni promesas seductoras. Incluso está dispuesto a hacer aún cuando eso sea impopular. Y solo al retirarse, cuando anciano, entonces se anima a hablar. Quizá no era tartamudo, sino simplemente prudente. Quizá no le pesaba la lengua, sino que en su inmensa sabiduría conocía el peligro que conlleva el hablar antes de hacer. 

Que podamos aprender la lección de Moshé, que hagamos mucho y sólo después, cuando ya no nos quede nada por hacer, podamos hablar para evaluar, recordar y bendecir a quienes se beneficiaron de la obra de nuestras manos.

Shabbat Shalom

Rab Guido Cohen

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