Por el Rabino Joshua Kullock
Comunidad Hebrea de Guadalajara
Algunos meses atrás, comencé con un proyecto llamado Daf Iomi, cuyo propósito consiste en leer una hoja de Talmud por día. De esa forma, la idea es poder pasar por toda esta obra monumental en un lapso de siete años y medio. No solamente se intenta expandir el conocimiento de nuestras fuentes, sino que también se trata de forjar disciplina. En tiempos en los que prima la inmediatez, embarcarse en un programa de estudios que tomará años y que no dará ninguna calificación ni acreditación es una manera de decirle al mundo que el pueblo judío tiene otros ideales en mente, distintos a los de correr lo más rápido posible para tener un título y luego no abrir un libro más en nuestras vidas. No por casualidad, los estudiosos de Torá son llamados en nuestra tradición Talmidei Jajamim, sabios que nunca dejan de ser alumnos, que nunca dejan de estudiar.
Una de las cosas más bellas de estudiar Talmud es que uno ingresa en un mundo de asociaciones libres y de interpretaciones de toda índole. Puede que el tema principal sea el Shabat, por poner de ejemplo el tratado que estoy leyendo en estos días, pero eso no quita que los sabios talmúdicos incluyan en sus reflexiones temas tan diversos como las regulaciones sobre el Brit Milá, consejos médicos para tratar distintas dolencias o relatos que nos legan diversas moralejas y mensajes.
De hecho, en el tratado de Shabat hay una serie de homilías rabínicas sobre el día de la entrega de la Torá en el monte Sinaí, tema central de la parashá de esta semana. Aprovechando entonces la conexión temática entre las perlas talmúdicas y el contenido de la porción semanal, voy a compartir con ustedes algunos pincelazos de creatividad de nuestros sabios. Quizá no solo logre interesarlos en la lectura de este comentario, sino que tal vez se animen a abrir el Talmud y bucear ustedes mismos en sus páginas.
En la página 88b del tratado de Shabat, Rabí Abdimi nos cuenta que, al momento de revelar la Torá, Ds arrancó de cuajo el Sinaí y lo puso sobre las cabezas del pueblo de Israel. “Si aceptan la Torá,” dijo Ds, “todo irá bien. Pero si no, este monte será vuestra sepultura.” No es casual, agrega el sabio, que el pueblo haya dicho al unísono que aceptaba el trato.
Sin embargo, el Talmud reconoce la dificultad de lo planteado por Rabí Abdimi, ya que si la aceptación del pacto fue producto de una amenaza divina, ¿cuál es la validez del compromiso asumido? En consecuencia, el sabio Raba aparece para enseñarnos que aquello que fue aceptado a la fuerza en el desierto, luego fue revalidado con todo el corazón y por propia y libre voluntad en tiempos de Ester y Mordejai (cf. Ester 9:27).
Sumándose a este diálogo milenario, Resh Lakish nos cuenta que Ds hizo depender la viabilidad de todo el universo en el cumplimiento que hiciera el pueblo judío de toda la Torá. Ya no tenemos una amenaza con forma de monte: la apuesta se redobla, para hacernos saber que de nuestro compromiso depende el bienestar de todo lo creado. Por un lado, en esta enseñanza podemos ver semillas de culpa desperdigadas por todos lados (¿quién osaría transgredir las leyes, si supiera con certeza que su incumplimiento traería consigo el final de toda la humanidad?). Pero, por el otro, en esta reflexión de Resh Lakish, vemos la centralidad de la Torá en la vida de los autores del Talmud. El punto, por tanto, no es que el universo explote porque los judíos no cumplen con la Torá; por el contrario, el mensaje es que el judío que no tiene relación alguna con el judaísmo parecería quedar huérfano de un profundo mundo simbólico o, como en otro tratado talmúdico afirmó Rabí Akiva, sería como un pez fuera del agua (cf. Brajot 61a – 61b).
La última de las reflexiones relacionadas al día en que la Torá fue entregada que voy a compartir en esta oportunidad tiene que ver con las palabras de Rabí Simai, quien aparece relatándonos que cuando el pueblo de Israel se comprometió a cumplir con la Torá, 600.000 ángeles descendieron del cielo para coronar a cada persona por su decisión. Por el contrario, cuando tiempo después construyeron el becerro de oro, esas coronas les fueron quitadas. Aun así, Resh Lakish – a quien ya hemos citado antes – afirma que en un futuro, Ds nos regresará esas coronas.
En un primer nivel, esta última enseñanza parecería anclar el cumplimiento de la Torá a una teología de premios y castigos: nos portamos bien, tenemos coronas; nos portamos mal, nos quitan las coronas. Sin embargo, particularmente yo prefiero hacer hincapié en otra parte. A mí me gusta la visión esperanzada de Resh Lakish de que el futuro será mejor, y que los errores del pasado no necesariamente nos terminarán condenando sin remedio. De alguna manera, el sabio nos recuerda que si así lo queremos, juntos podemos trabajar por un mundo que sea siempre un poco mejor.
En conclusión:
- Aquello que alguna vez hemos hecho por sentirnos forzados a ello puede transformarse en un compromiso proactivo que parta de nuestra propia y libre voluntad, si así lo quisiéramos.
- Vivimos en mundos simbólicos que debemos nutrir y sostener. La Torá es el agua en el que los judíos nos movemos, el medio en el que nosotros respiramos. Esto no significa que hay una sola manera de entender la Torá, pero sí implica que tenemos que encontrar nuestra propia forma de abrazar y aprehender el legado de nuestra tradición.
- Todos podemos aspirar a construir un mundo mejor. Los errores del pasado no tienen por qué encerrarnos en una espiral que termine por desahuciarnos, sin posibilidad de rectificar. Siempre se puede elegir de nuevo y, de hecho, somos llamados a hacerlo cada uno de los días de nuestras vidas.
Todo esto en una sola página de Talmud. No está mal como primera aproximación, ¿verdad?
Shabat Shalom uMeboráj!
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