martes, 10 de noviembre de 2009

Vayerá: haz lo que ella te diga

Rabino David Cohen-Henríquez

Esta semana pasada he pensado en las mujeres mucho mas que otros días. Y no es mi lado de hombre soltero el que ha estado pensando. Es el lado religioso. El rol religioso de las mujeres en el siglo 21.
Tuve el honor de dirigir mi primera ceremonia de bat mitzvá, la llegada a la responsabilidad individual que se celebra en el judaísmo cuando una niña cumple la edad de 12 años. A pesar de ser términos muy antiguos, la celebración de una ceremonia de este estilo es nueva, con menos de 100 años  (en una religión milenaria esto es un parpadeo en el tiempo).

La niña estudió por muchos meses y este sábado tuvo la oportunidad de dirigir los servicios y leer la Haftará (porción de algun texto profético leído ritualmente cada sábado). Fueron muchos momentos de reflexión y emoción ver cómo las mujeres han logrado entrar a la esfera religiosa después de tantos siglos de discriminación y abusos justificados falsamente por excusas biológicas y sociales.

Y si bien se le han dado los mismos derechos y deberes que al hombre, la mujer judía posee tres mitzvot (mandamientos) que le son exclusivos. Encender las velas para Shabbat, hacer la jalá (pan de Shabbat) y mantener una vida sexual conciente de la santidad y la pureza de la vida conyugal.
Pensando en estos tres derechos exclusivos de las mujeres llegué a una idea. La naturaleza del hombre es ser un nivel más arriba que los animales del planeta. Por ejemplo, si bien todas las criaturas deben comer y son sostenidas por sus entornos, el hombre es el único que lo hace de una manera diferente. No sólo come el trigo que sale de la tierra. El hombre lo cultiva, lo corta, lo muele y cambia su estructura original. Partiendo de esta idea, veo entonces el rol asignado a la mujer. En mi parecer, la mujer tiene algo en su naturaleza que toma esa parte del hombre y la eleva a un nivel aún superior. No comemos sólo la harina con agua en forma de masa. Es el deber de la mujer tomar eso y elevarlo, cambiar su forma, sus olores, su color, su textura. La materia prima que el hombre trae mutará y se unirá con el trabajo y amor de la mujer. La mujer toma lo que el hombre le da, lo deposita dentro del calor de su horno para que después de un tiempo determinado, un nuevo producto saldrá, algo consagrado.
De igual manera con las luces de Shabbat. Hoy día tenemos electricidad. Las velas eran  un lujo, y comer en la oscuridad era algo común. Excepto en Shabbat, donde se debe regocijar y tomar largo tiempo en familia alrededor de la mesa. Hoy día el mensaje es más simbólico y espiritual. Es la luz de la Iluminación, mirar la luz primordial y recordar todo el proceso de la Creación que nos ha llevado a una semana más. Es el momento de refleccionar y pedir por su familia, por su casa.
La tercera mitzvá es la llamada Nidá. Si bien es una tradición que ha caído en desuso en la mayoría de los judíos de la actualidad aun existen muchas mujeres que cuidan el ritual de la manera tradicional. Es la conciencia de que el sexo no es algo meramente animal, algo que se le puede olvidar a los hombres, sino algo que debe ser consagrado.
Y son estas tres cosas, la elevación y santificación del alimento, la luz y el sexo, exclusivas pero no únicas para la mujer. Tal vez un recordatorio de que si bien la narrativa bíblica nos habla de Adam siendo creado primero, la mujer puede que sea la versión 2.0, el mismo sistema pero con algunas mejoras.
La sinagoga llena, con hermosas  flores y con mucho rosado por todas partes durante el sábado. Leíamos la parashá (porción semanal de la Torá) fue muy interesante también. La porción llamada Vayerá (Génesis 18:1-22:24) nos habla en gran parte sobre mujeres, la matriarca Sarah y Hagar, tradicionalmente designada como madre de los árabes. Vemos la  interacción entre Abraham y Sarah durante su vida matrimonial, sus problemas de infertilidad, sus ansiedades, momentos difíciles y momentos felices. Vemos protagonismo, conflicto  y diálogo por mujeres, algo no muy frecuente en la Biblia. Y a Abraham le es ordenado, por nada mas y nada menos que Dios, a que escuche y obedezca la voz de su mujer.
Una lucha interminable entre la humanidad es el llegar a comprender que un ave necesita sus dos alas para volar, la derecha y la izquierda. La humanidad es esa ave, y el balance entre lo masculino y femenino debe buscar su balance para poder empreder vuelo.
Dios me conceda la oportunidad de ver muchas más mujeres  entrando felices y participativamente en sus ciclos de vida judía. Que logren alcanzar la independencia intelectual de sus hombres y puedan traer una opinión diferente a lo que la tradición predominantemente masculina ha fabricado a través de los tiempos.
A todas y todos los feministas, la tarea recién está empezando. Hay mucho camino por recorrer.
Y  a todos esos enamorados y/o enloquecidos de rabia por sus mujeres: Recuerden la voz divina, y haz lo que ella te diga. O por lo menos mírala a los ojos en vez de a la televisión,  no le discutas y di que sí en lo que más puedas. Aunque no lo veamos a veces y nos choca en un nivel intrínsico en nosotros, las mujeres están en la tarea de mejorarnos, de tratar de impulsarnos a nuestro siguiente nivel, y traer a nuestras mundanas existencias la dimensión de la conciencia divina.

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