viernes, 28 de mayo de 2010

Parashat Beahalotja

Números 8:1 - 12:16
Haftará: Zacarías 2:14 - 4:7
Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana
Comunidad Hebrea de Guadalajara, México

Rabino Joshua Kullock

Muchos de los que acostumbran leer noticias sobre lo que acontece cotidianamente en Israel posiblemente hayan escuchado lo que está sucediendo con el problemático proyecto de ley presentado por el parlamentario David Rotem, el cual pretende solucionar el problema de los olim rusos, que no son reconocidos como judíos por la Halajá aunque sí por la ley del retorno israelí. Este proyecto es problemático, porque así como impulsa la normalización de la aliá rusa, también pretende imponer trabas a la entrega de ciudadanía israelí respecto a otras conversiones, cayendo en la constante trampa de otorgarle la autoridad legal a solo una de las facciones judías que conforman el país.


No obstante, el tema de la aliá rusa no es nuevo y se remonta ya a las últimas dos décadas. Es indudable que la aliá de los judíos rusos le cambió la cara al país. Esto se puede ver desde la proliferación de carteles, periódicos y programas de radio y televisión en ruso, hasta la fuerza política que tienen en el Parlamento israelí (hoy son la tercera fuerza nacional). También es indudable que esta gran comunidad logró escaparse de un régimen totalitario y terrible, que impidió por años la libertad de culto y la posibilidad de desplegar un judaísmo vibrante en esas tierras.

Sobre esta paradigmática situación, permítanme contarles una historia que escuché hace algún tiempo:

Conforme la inmigración rusa a Israel se hizo más y más abundante, un sabra se acerca a uno de estos nuevos inmigrantes y le dice: “Bueno hombre, cuénteme la verdad: ¿Cómo era vivir en Rusia?”
El inmigrante le contestó: “No me podía quejar.”
 “Y dígame: ¿Cómo eran sus casas? ¿Vivían cómodamente?”
 El hombre nuevamente contestó: “No me podía quejar.”
 “Pero su nivel de vida… ¿Acaso pasaron hambre allí?”
Otra vez el hombre dijo lo mismo: “No me podía quejar.”
 Visiblemente nervioso y molesto, el israelí mira al inmigrante y le pregunta: “Si las cosas estaban yendo tan bien en Rusia, ¿para qué se vino a Israel?”
“Lo que ocurre – dijo entonces el hombre –, lo que ocurre es que aquí en Israel, sí me puedo quejar.”

Quejarse… fantástica opción que hemos sabido desarrollar e incentivar en la construcción de nuestra actual condición humana, ¿no? Es más, hay que reconocer que es una construcción social que lleva años desarrollándose y afianzándose en nuestra forma de ver el mundo y de concebir la vida. Podríamos hasta decir, por ejemplo, que algunos capítulos de la Torá deberían llamarse la “Parashá de la Queja” o el “Capítulo de los Latosos.”

En la Parashá que leemos esta semana, nos encontramos no sólo con una, sino con tres quejas diferentes de diversos integrantes del pueblo en distintas situaciones. Y me parece que analizar cada uno de estos relatos, nos permitirá entender un poco más de qué manera nosotros mismos nos posicionamos frente a lo que nos pasa.

En el primero de los relatos, se nos cuenta que el pueblo simplemente empezó a quejarse. Curiosamente (¿o no?) el texto no menciona cuál era el sentido o la razón de la queja.

Una vez finalizada esta queja injustificada, nos encontramos con otro escenario, pero con el pueblo igualmente insatisfecho: en este caso, el pueblo añora la carne de Egipto. Tenemos entonces una razón, pero esta aparece al menos como dudosa, ya que difícilmente podamos creer que la dieta de los israelitas en la esclavitud egipcia haya sido muy variada en platillos y nutrientes. Quizá este segundo caso se asemeje al cuento del inmigrante ruso, quien bajo el régimen soviético no podía decir nada, y ahora aprovecha la libertad para quejarse de todo lo que no le gusta.

El tercer relato nos habla de Miriam y Aarón, quejándose y hablando mal de su propio hermano Moshé. Todos conocemos el castigo de Miriam, el pedido de curación de Moshé, y el final de esa historia, así que no me voy a detener en los detalles.

Los tres relatos nos presentan tres figuras paradigmáticas de aquellos que construyen su vida alrededor de la queja sistemática y constante:

El primer relato nos presenta a la figura del que se queja por el placer de quejarse. No hay razón, no hay motivo. Solo hay queja. Hablamos de la gente que le encanta sentarse cómodamente en su sillón y marcar todos los errores que comete su equipo de fútbol, pero que nunca se animará a meterse a la cancha para demostrar todo lo que él sabe. Hablamos de la gente que se queja de los políticos y de las instituciones, pero que nunca se les cruza por la cabeza integrarse a la vida cívica o institucional, ni tienen como objetivo dejar de llorar para involucrarse y activar. Cien por ciento de queja concentrada.

El segundo modelo, es un modelo más complejo: hay una razón que fundamenta la queja, pero al escarbar un poquito sobre la superficie, nos damos cuenta de que la razón esgrimida es una pantalla de lo que verdaderamente está pasando. Nos quejamos de los horarios cuando en realidad no queremos participar, nos quejamos de algunas personas cuando en realidad el problema es el dinero, y nos quejamos del dinero cuando en realidad el problema es interpersonal. Mezclamos razones o inventamos excusas, ya sea porque nos da vergüenza la verdad, porque preferimos no aceptarla o porque entendemos que incluso la queja verdadera es una excusa para quedarnos sentados sin hacer nada.

El tercero de los paradigmas unifica la queja junto al Lashón haRa, al chisme y las habladurías. Este modelo responde a dos estructuras básicas: o bien primero los chismes generan una situación de malestar y queja, o bien la queja y el malestar dan rienda suelta a un montón de chismes infundados. 

Sea como fuere, la conjunción operativa entre la queja y el chisme es absolutamente devastadora, y sus resultados suelen ser generalmente trágicos, para quien se queja, para quien lo escucha y para el destinatario de las quejas.

Ahora bien… Los tres relatos de nuestra Parashá no están interesados en contarnos anécdotas históricas. La Torá no busca relatarnos lo que ocurrió hace miles de años atrás. La Torá, por el contrario, está interesada en lo que nos pasa a nosotros mismos hoy en día. Los relatos de la Torá no se centran en la adquisición de una conciencia histórica; por el contrario, buscan un replanteo existencial. 

Generación a generación, la Torá nos pregunta:

¿Eres tú miembro del grupo que vive quejándose por todo sin motivo ni justificación alguna, o eres de aquellos que buscan la manera de cambiar aquello que les molesta?

¿Eres de los que inventa excusas para no participar ni comprometerte o de aquellos que activan de manera constante para procurar un modelo mejor?

¿Eres de los que viven del chisme y el lashón hara sin preocuparte por sus efectos devastadores o de aquellos que hablan menos pero hacen más?

Generación a generación, la Torá nos vuelve a enfrentar a estas preguntas. Generación a generación, somos invitados a elegir y a responder: ¿acaso nos sentimos a gusto viviendo de la queja que destruye o preferimos invertir nuestras energías en un proyecto diferente?

Y por eso, regresemos nuevamente a nuestro punto de partida. La ley de Rotem nos incomoda en su intento de negarle derechos a determinadas conversiones. Eso nos molesta, nos irrita, y nos abre paso a quejarnos y patalear. Pero en lugar de eso, podemos aprovechar esta oportunidad para involucrarnos y hacer algo al respecto. Si verdaderamente no queremos que esta ley se efectivice en sus términos actuales, aquí les comparto algunos caminos para articularnos en la acción:

* Leamos e informémonos más y mejor sobre este proyecto de ley
* Generemos conciencia de lo que está ocurriendo en nuestras propias instituciones
* Abramos nuestros espacios de comunicación (blogs, boletines, páginas web) a un diálogo fecundo, que nos permita intercambiar opiniones (¡enfatizando proposiciones y no quejas!) y seguir luchando por la concreción de nuestros ideales
* Escribamos cartas personales e institucionales a los embajadores israelíes de nuestros países expresando nuestra preocupación, así como el deseo de que puedan encontrarse otros caminos para solucionar la situación de los olim rusos, sin dañar el estatus de otras conversiones

Cada uno de nosotros tiene la posibilidad de decidir y responder en lo que nos cabe y corresponde. Quiera Ds iluminarnos, para que la queja y el chisme no sean para siempre las variables que componen nuestra condición humana. Siempre hay lugar para empezar a cambiar el mundo en el que vivimos. De nosotros depende.

Shabat Shalom

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