Devarim – Deuteronómio 16:18-21:9
Rabino Claudio Jodorkovsky
Asociación Israelita Montefiore
Bogotá, Colombia.
Hace un par de años se me acercó un miembro de mi comunidad, después de los Iamim Noraim, para contarme una anécdota. Había asistido a casi todos los rezos de las Fiestas y en más de una oportunidad su hija lo había acompañado. Durante el receso de Yom Kipur la niña confundida y un poco triste le preguntó a su padre: “Papá, te escuché decir que habías mentido, engañado y robado ¿Es eso verdad?”
El padre, varias semanas después, compartió conmigo lo ocurrido y aprovechó para preguntarme por qué gran parte de las oraciones de las Altas Fiestas contienen confesiones de pecados que se hacen de manera colectiva, en las que uno termina asumiendo públicamente trasgresiones que en realidad nunca cometió.
Sin duda es una pregunta legítima. Intentamos ser coherentes y nos sentimos extraños confesando pecados de los cuales no somos responsables. Pienso que nuestra Parashá, Shoftim, contiene un relato muy significativo que nos puede servir para encontrar una respuesta.
La Torá nos cuenta esta semana acerca de un ritual bastante extraño, conocido en la literatura rabínica como la Egla Arufá (Devarim 21:1-9): en caso de que ocurra una desgracia y se encuentre una persona fallecida en medio del campo, tendrán que venir los ancianos de la ciudad más cercana junto con los sacerdotes, para realizar un ritual a través del cual declararán públicamente no haber sido quienes provocaron la tragedia.
Seguidamente, se lavarán las manos y dirán: “nuestras manos no han derramado esta sangre y nuestros ojos no han visto”.
En primera instancia aprendemos que las autoridades locales, aun cuando declaran no ser culpables, asumen a través de este ritual la responsabilidad social que implica el asesinato de un miembro de su sociedad. Aun cuando no sean ellos los que derramaron esa sangre, de todas formas hay una responsabilidad que asumir: la de velar por el cumplimiento de la ley, la protección de sus ciudadanos, y la educación hacia el respeto y el cuidado del prójimo.
Pero la Torá va todavía más allá, y un detalle escondido en la escritura hebrea nos permite comprender que el ideal de responsabilidad social que nos exige nuestra tradición es aún mucho más exigente. Al leer el texto de la declaración que debían realizar los ancianos del pueblo, en el momento de encontrar el cuerpo del fallecido, notamos que es posible leerlo de dos maneras diferentes. Los ancianos deben decir: “Nuestras manos no han derramado esta sangre ni nuestros ojos lo han visto”. Sin embargo, tomando en cuenta que las vocales no existen en el texto original de la Torá, también es posible leer “Nuestra mano no ha derramado esta sangre”, en singular.
Si bien se trata de un detalle aparentemente insignificante, al reflexionar sobre él vemos que nos entrega un significado adicional, reafirmando el valor de la responsabilidad compartida entre los miembros de una sociedad. La Torá nos está diciendo que mientras con “una mano” la ciudad más cercana al fallecido se hace presente y declara su inocencia frente a lo ocurrido, con la “otra mano” debe ocuparse de encontrar al responsable, hacer justicia y asegurarse en esa forma que una tragedia así jamás se vuelva a repetir.
En nuestro pueblo, lo que le ocurre a uno nos ocurre a todos. El dolor de mi prójimo, su tragedia y también su trasgresión, la debo sentir también como si fuera mía. Como un gran mecanismo, donde si un engranaje falla perjudicará a todo el sistema. O como nuestro cuerpo, cuando una parte nos duele y en consecuencia nos resulta difícil funcionar a cualquier nivel: si nos duele la cabeza, hasta nos incomoda mover los pies para caminar.
Si regresamos a nuestra anécdota del comienzo, vemos que lo mismo nos va a ocurrir en unas semanas en los Yamim Noraim. El pecado de mi prójimo no solo es producto de su error, sino también de aquello que seguramente dejamos de hacer como comunidad para haberlo evitado o prevenido. Y una vez que ocurrió debemos estar ahí para ayudarle a levantarse, salir adelante y que jamás vuelva a caer.
Hemos ya iniciado el mes de Elul, el cual dedicamos a nuestro Jeshvón Hanefesh, el balance espiritual previo a las festividades de Rosh Hashaná y Yom Kipur. Las iniciales de “Elul” forman el versículo del Shir Hashirim (Cantar de los cantares), que dice Aní le dodí ve dodí lí, “Yo soy para mi amado y mi amado es para mí”.
Además de la introspección personal necesaria para las Altas Fiestas, nuestra tradición nos recuerda la importancia de reforzar el amor y el cariño hacia nuestro prójimo, asumiendo nuestra responsabilidad en sus
victorias y fracasos.
¡Shabat Shalom Umeboraj!
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