Rabino Gustavo Kraselnik
Kol Shearith Israel - Panamá
La parashá de esta semana lleva el nombre de Itró, el suegro de Moisés, quien se suma al campamento Israelita. Allí aparece la primera versión del Decálogo (mal llamados Diez mandamientos, ver mi comentario a Parashat Ki Tisá), que comienza de la siguiente manera: “Yo soy Adonai tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto de la casa de la esclavitud” (Éx 20:2)
A diferencia de los nueve “mandamientos” siguientes, en donde está claramente establecido qué debe hacerse o no para su cumplimiento, en este no se vislumbra, en el sentido literal del texto, lo que se espera de nosotros.
A diferencia de los nueve “mandamientos” siguientes, en donde está claramente establecido qué debe hacerse o no para su cumplimiento, en este no se vislumbra, en el sentido literal del texto, lo que se espera de nosotros.
El estudio de textos comparativos nos sugiere considerar este pasaje similar al prólogo de los antiguos pactos de vasallaje hititas, en donde el Señor recordaba a sus súbditos sus actos benevolentes antes de enunciarles sus obligaciones.
Sin embargo, a lo largo de la historia, diversos exégetas plantearon una lectura diferente y trataron de extraer una Mitzvá del primer “mandamiento”.
Un ejemplo de ello lo encontramos en el RaMBaM (Maimónides, España, siglo XII), quien en su Sefer Hamitzvot comienza afirmando que el primero de los 613 preceptos es creer en Dios, con base en nuestro versículo:
Es el precepto con el cual se nos ordenó creer en Dios. Es: que creamos que hay un Promotor y Causa que es el que actúa para todos los existentes. Esto es lo que Él, exaltado sea, dijo: Yo soy Adonai tu Dios.”.(Ex 20:2)
En la misma dirección explica este versículo el Rabino Samsom Raphael Hirsch (Alemania, siglo XIX), en su comentario a la Torá:
Es una mitzvá para ti, aceptarme a Mí como Adonai, tu Dios. De esta forma establece este “mandamiento” la base de nuestra relación con Dios, y esta es la mitzvá que nuestros sabios denominaron “aceptación del yugo divino”.
Tanto Rambam, al colocar la “creencia en Dios” como la primera de todas las mitzvot, como Hirsch, al usar el concepto del “yugo divino” (que va seguido por el “yugo de los preceptos”), comprenden que la fe ocupa un lugar central en la experiencia judía, siempre y cuando esté asociada a las “obras de la fe”. Para ambos, la fe es la fuente a partir de la cual se estructura todo el andamiaje de las mitzvot.
Desde esta perspectiva, podemos afirmar que el Primer “Mandamiento” es el que le brinda el marco teórico a los otros nueve. Estos no son otra cosa que líneas de conducta, que emanan a partir de la enunciación teórica de aquel.
Y en ese sentido, también podemos dar vuelta la ecuación y afirmar que solo en la medida en que cumplimos los últimos nueve “Mandamientos”, somos capaces de honrar el primero. Es decir, son nuestras acciones las que en última instancia manifiestan nuestra fe, tal como lo expresa el rabino Abraham J. Heschel (EEUU, siglo XX): “No tenemos fe en razón de los actos; podemos lograr la fe mediante los actos sagrados” (Dios en busca del Hombre).
Quizás por eso, la tradición judía coloca el énfasis en las acciones más que en el credo, ya que puestos a elegir entre ambos, no cabe duda que son las primeras las que tienen prioridad.
Esta premisa se esboza maravillosamente en las palabras que Rabí Jia (Tiberiades, principio del siglo III) coloca en boca del propio Dios: “Mejor que ellos (los hijos de Israel) Me abandonen pero sigan Mis leyes” – y explica a continuación – “porque viviendo de acuerdo con Mis leyes vendrán a Mi” (Talmud de Jerusalem, Jaguigá 1:7).
“Yo soy Adonai tu Dios”. Que nuestras acciones cotidianas den testimonio de ello.
Shabat shalom,
Gustavo
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