jueves, 23 de febrero de 2012

Trumá 5772

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana.
Rabino Joshua Kullock. 
Comunidad Hebrea de Guadalajara, México.



La pregunta sobre la presencia de Ds en nuestro mundo ha despertado la intriga y curiosidad de muchos pensadores a través de la historia.  ¿Cómo puede un ser trascendente e infinito hacerse presente en un mundo finito, subjetivo y limitado como el nuestro?  Y más aún: si Ds efectivamente se hallara presente en nuestras vidas, ¿cómo podemos hacer nosotros para sentir dicha presencia?

Las respuestas a estas preguntas aparecen, al menos en parte, en nuestra Parashá: Ds se hace presente en la obra de tus manos, en la obra de nuestras manos.  Esto significa que para lograr gestar Su presencia, debemos primero dedicar nuestros esfuerzos a trabajar.  Porque para el pueblo judío, Ds no es una abstracción sin contexto, sino una invitación constante a materializar Su existencia en obras concretas y tangibles.  VeAsu Li Mikdash veShajanti veTojam, nos dice la Torá… “Y harán para Mí un Tabernáculo a fin de que pueda residir entre ellos” (Shemot 25:8).  Es decir: Ds nos pide que levantemos una estructura física no para contenerlo a Él, sino para contenernos a nosotros.  Porque el hombre, en tanto hombre, necesita de un espacio para poder vivir, para poder crecer y para poder realizarse como tal.  Porque el hombre, en tanto hombre, necesita de las estructuras que le permitan encontrarse con su prójimo y construir junto a él la común unidad de sentido que es toda comunidad.  Porque solo cuando el hombre se encuentra contenido en un espacio comunitario fortalecido, congruente y unificado, es que puede reencontrarse con la presencia de Ds en cada aspecto y área de su vida.

Ahora bien…  ¿Cómo se construye un Tabernáculo?  ¿Cómo se construye la morada comunitaria que se transforma en dado momento en la morada de Ds?  La respuesta a estas interrogantes también se encuentra en nuestra Parashá, ni bien comienza: “Y habló Ds a Moshé diciendo: ‘Habla a los hijos de Israel y que separen en Mi nombre ofrenda; de todo hombre a quien voluntariosamente mueva su corazón habrán de tomar ofrenda para Mí’” (Shemot 25:1-2).

Nuevamente, vemos que nuestra tradición es clara en su dictamen, el cual se vuelve consejo eterno para transmitir de generación a generación: el único camino que nos permite construir la casa que se vuelve morada del hombre y morada de Ds es la acción voluntaria del corazón de aquel que sabe abrir su mano, transformando su gesto en ofrenda y amor. 

El corazón, en la Tradición de Israel, no es un órgano que pueda subsistir por sí mismo.  El corazón, en nuestra tradición, se vuelve fundamental cuando se conecta con las manos.  Porque para nosotros, el sentimiento disociado de la acción aliena; y la intención disociada de una materialización efectiva de nuestros sueños y esperanzas enajena. 

Solo cuando el corazón se plasma en nuestras manos, la casa puede ser construida.

Solo cuando la mano se abre, la esperanza se hace real.

Y solo cuando todos nosotros contribuimos y no nos escapamos de las responsabilidades adquiridas, es que la presencia de Ds puede ser nuevamente sentida.

El Mishkán era el lugar físico, en donde la Torá era depositada.  Una vez que los judíos se asentaron en Israel, el Tabernáculo cedió su lugar al Bet HaMikdash.  Pero el Templo fue destruido, y ya no contamos con él.  Hoy en día, cada uno de nosotros es el lugar físico en donde se encarna la Torá y se deposita la Ley; cada uno de nosotros, unidos en comunidad, somos llamados a transformarnos en Arca de Testimonio, en Aron haEdut, siendo testigos fieles de una memoria que pueda traducirse en un trabajo serio y en acciones responsables.  El don de dar, la ofrenda por el bien del que más necesita, y la voluntad de querer ayudarnos mutuamente en la construcción de un espacio propio marcan el horizonte al que debemos aspirar.  Creo que es tiempo de encaminarnos hacia allí, porque entonces, una vez más podremos volver a darle la posibilidad a Ds de residir entre nosotros.

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