Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana
Rabino Claudio Jodorkovsky
Asociación Israelita Montefiore
Bogotá, Colombia
Estamos terminando Pesaj, atrás quedaron los sedarim y ya comenzamos a despedirnos de esta hermosa celebración familiar que año a año nos convoca a rescatar el legado que como judíos heredamos de nuestra historia milenaria. Y quería compartir con ustedes algo que me ocurrió hace ya algunos años y que creo nos puede servir como reflexión para estos dos últimos días con los que concluimos esta festividad:
En una oportunidad, un miembro de mi comunidad me llamó unos días después de Pesaj para compartir conmigo su alegría por haberse esforzado y dedicado por primera vez a cumplir con las leyes relativas a la festividad. Me contó que junto a su familia habían realizado la “hagalá” (preparación de utensilios y ollas para que sean aptos para la festividad), que habían hecho la limpieza y eliminación del jametz, e incluso que se habían esforzado para no consumir productos que no tuvieran supervisión rabínica. Se sentía claramente orgulloso de lo que habían logrado. Y cuando terminó de contarme, me hizo la siguiente pregunta: “Rabino, ¿Cómo puede ser que la fiesta en que celebramos la libertad sea también la que más restricciones y leyes tiene?”.
Sin duda una pregunta legítima e interesante. Él tenía razón: Además de todas las prohibiciones que Pesaj tiene en común con las otras fiestas mayores de nuestro calendario, acá además se nos restringe comer, poseer o sacar provecho de cualquier derivado de los cinco cereales que nuestros sabios prohibieron. A eso se le suma la costumbre que siguen algunos Ashkenazim de restringir también el arroz, otros cereales y leguminosas. Y como si fuera poco, estas leyes que determinaron en su momento lo que entra en la categoría de “jametz”, incluyeron también cualquiera de sus derivados o las mezclas en las que pueda estar presente. Y así, llega Pesaj en medio de todos estos “no hagas” o “no puedes” y nos invita a hablar de libertad. ¿Cómo puede ser esto posible?
Pienso que esta aparente paradoja nos plantea un desafío interesante, que es el de comprender que la regla es necesaria no solo para que podamos convivir en armonía y de manera civilizada, sino además para ayudarnos a construir una identidad común, que está determinada en primer lugar por aquello que podemos o no podemos hacer.
La ley, de esta forma, se hace necesaria porque nos mantiene unidos y nos permite entender aquello que tenemos en común y la misión que nos hace diferente de los demás. Luego, es deber de cada generación encontrar, interpretar y renovar el sentido que esa ley tiene, con el propósito de mantener esa identidad vigente y lograr transmitirla a una nueva generación. Pero si de lo contrario, rechazamos la norma creyendo que así hacemos respetar nuestra autonomía personal, terminaremos seguramente arriesgando esa identidad que nos define y también su continuidad.
En este sentido prefiero ver a Pesaj no como una celebración de la “libertad” sino más bien como la conmemoración de nuestra “liberación” de la esclavitud. Porque solo cuando terminemos de contar el Omer, llegue Shavuot y rememoremos la entrega de la Torá, que es nuestra ley, estaremos en condiciones de definirnos como un pueblo libre, en la medida en que nos comprometamos con aquello que ella nos demanda.
Pesaj es la época del año en que agradecemos a D-s por habernos salvado de un faraón que nos exigía obedecer sus caprichos y construir ciudades que sólo servían a sus intereses mezquinos. D-s entonces decide liberarnos pero no para luego abandonarnos: Nos lleva al monte Sinai, nos da una ley que nos hace diferentes y nos pide servirlo con fidelidad. Solo si somos capaces de responder a su llamado, comprometiéndonos con sus preceptos, leyes y demandas, estaremos en condiciones de cumplir como pueblo la misión que nos encomendó y para la cual nos liberó: Amar a nuestro prójimo y trabajar para hacer de este mundo un mejor lugar para vivir.
¡Jag Sameaj!
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