jueves, 20 de junio de 2013

Balak 5773

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana
Rabino Joshua Kullock
Comunidad Hebrea de Guadalajara

Planificar vacaciones puede ser agotador, pero puede ser sumamente interesante.  Hay quienes siempre eligen ir al mismo lugar, mientras que otros prefieren optar por conocer lugares en los que nunca han estado.

Personalmente, tanto a Jessica como a mí, nos gusta elegir geografías desconocidas y, durante un par de años, preferimos paisajes montañosos.  Quizá sea porque ambos venimos de una ciudad absolutamente plana y a nivel del mar, pero a los dos nos gusta mucho poder descansar luego de una bonita caminata, y contemplar uno de esos paisajes espectaculares que las montañas suelen regalarnos.

¿Quién no se ha maravillado alguna vez con una visión de estas?  ¿Quién no ha sentido ganas de agradecer a Ds por regalarnos paisajes tan hermosos?  A mí me pasa que, generalmente, al contemplar estos imponentes escenarios, vuelvo sobre las palabras del salmo que dicen Ma gadlu maaseja Ia…, “Qué grandes son tus obras Ds”.  Y aunque quizá les suene demasiado bíblico, estoy seguro de que cada uno de ustedes tiene alguna frase similar con la que pueden conectar sus propias sensaciones y sentimientos.

La ventaja de tener frente a nuestros ojos una gran cantidad de kilómetros para vislumbrar es que abarcamos con una simple mirada un montón de espacio.  La desventaja, por el contrario, es que perdemos definición y solemos pasar por alto algunas diferencias de contraste y de color, que entre tanto para ver, terminan pasando desapercibidas.

En la Parashá de esta semana, nos encontramos con un hombre, el profeta Bilam, que sube a varias montañas para vislumbrar el campamento de Israel.  Bilam, a distancia, es un hombre que puede ver y que, emocionado por lo que ve, va a terminar diciendo Ma tovu oaleja Iaacov…, “Qué buenas son tus tiendas, Iaacov, y tus moradas, Israel”.

Pero así como Bilam puede contemplar y emocionarse a la distancia, es incapaz de ver de cerca y de descubrir aquello que lo rodea en su vida cotidiana.  Es por eso que cuando se encuentra camino a la montaña, no logra darse cuenta de que un ángel divino se interpone en su camino.  Más aún, el texto bíblico es muy irónico en este sentido: aquello que Bilam el sabio y el profeta no pudo ver, es algo que hasta un simple burro logró percibir.

Y me parece que en este sentido, hay veces en que nosotros nos parecemos mucho a Bilam.  Nos es más fácil percibir la presencia de Ds y alabar su obra de creación cuando lo vemos todo a la distancia, pero nos cuesta darnos cuenta de Su presencia en nuestras vidas cotidianas.  Lo bueno es que todavía a veces logramos escaparnos de la rutina e ir en busca de esas visiones que nos permiten reconciliarnos con lo divino que continuamente convive con nosotros.  Lo malo es que necesitamos de ese escape para reaccionar.

La Torá nos cuenta que en el momento en que Bilam se da cuenta de la presencia del ángel, exclama y dice: Jatati ki lo iadati…, “He transgredido porque no sabía”.  Muchas veces, sea por olvido o por ignorancia, nos equivocamos al no reconocer que somos constantemente invitados a repactar con lo divino que nos rodea y con lo trascendente de lo que somos parte.  Muchas veces, nos evadimos de la responsabilidad de sabernos socios del Creador en Su obra de creación, y nos abstraemos porque preferimos mirar de lejos a encontrarnos de cerca.  Porque mirar de lejos significa no involucrarnos; porque mirar de lejos significa no comprometernos.

Es por eso que nuestra tradición nos invita sistemáticamente al compromiso y a la acción.  Porque al hacer, nosotros creamos; y porque al hacer, nosotros redescubrimos el pacto trascendente que nos une a Ds.

Nosotros hacemos al bendecir el pan y la mesa, tornando en bendición la obra de nuestras manos.

Nosotros hacemos al activar institucionalmente, porque al activar crecemos como familia y nos fortalecemos como comunidad.

Nosotros hacemos al mirar de cerca y reconocer los milagros que nos rodean, sin caer en la tentación de dar por sentado el pan que comemos, la ropa que vestimos, el techo que nos cobija y los seres que nos quieren.

Nosotros hacemos al abrir los ojos y descubrirnos en el otro, que no es sino imagen y semejanza de lo divino que habita en cada uno de nosotros.  Hacemos al reconocerlo, hacemos al abrirle nuestra mano, y hacemos al invitarlo a hacer de este mundo, algo un poco mejor.

Bilam era reconocido como un profeta muy grande, y aún así no tuvo la capacidad de ver más allá de sus visiones.  Nuestra tradición nos invita a no caer en su error, porque aun si no somos profetas, somos los socios de Ds en estas tierras.

¡Shabat Shalom uMeboraj!

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