Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana
Rabino Rami Pavolotzky
Congregación B´nei Israel, Costa Rica
Parashat Jukat
Bemidvar - Números 19:1-22:1
15 de junio de 2013 – 7 de Tamuz de 5773
Cuando no es posible comprender
La Parashá de esta semana, Jukat, comienza con el relato de lo que en la tradición se conoce como “pará adumá”, literalmente la vaca roja. Dado que es un texto de difícil análisis, prefiero antes que resumirlo citarlo en su totalidad:
“1 El Eterno les habló a Moshé y a Aarón, diciendo: 2 «Éste es el decreto de la Torá que El Eterno ha ordenado, diciendo: Háblales a los Hijos de Israel y ellos tomarán para ti una vaca completamente roja, que no tenga mácula, y sobre la cual no se ha ceñido el yugo. 3 Se la daréis a Elazar el sacerdote; él la llevará afuera del campamento y alguien la sacrificará en su presencia. 4 Elazar el sacerdote tomará un poco de su sangre con su dedo índice, y salpicará siete veces un poco de ella en dirección a la Tienda de la Reunión. 5 Alguien quemará la vaca ante sus ojos: su piel, su carne y su sangre, con su excremento quemará. 6 El sacerdote tomará madera de cedro, hisopo y hebra carmesí y los arrojará a la quema de la vaca. 7 El sacerdote sumergirá sus vestimentas y se sumergirá él mismo en agua, y luego podrá ingresar al campamento; y el sacerdote permanecerá impuro hasta el anochecer. 8 El que la queme sumergirá sus vestimentas y se sumergirá él mismo en agua; y quedará impuro hasta el anochecer. 9 El hombre puro reunirá la ceniza y la colocará fuera del campamento, en un lugar puro. Para la asamblea de Israel será un recordatorio para el agua del rociado; es para purificación. 10 El que recogió la ceniza de la vaca sumergirá sus vestimentas y quedará impuro hasta el anochecer. Será para los Hijos de Israel y para el prosélito que habita entre ellos un decreto eterno.” (Bemidvar 19:1-10).
No hace falta ser un experto en el tema para darse cuenta que no es fácil entender racionalmente este pasaje. Por empezar, llama la atención que todo el ritual se base en la utilización de una vaca roja. ¡Después de todo, no todos los días es posible ver vacas rojas! Ya los sabios de la Mishná (Pará 3:5) expresaron lo peculiar de esta exigencia, al establecer que solamente nueve vacas rojas habían sido quemadas a lo largo de la historia (algunos opinan que solo siete). Varias historias en el Talmud establecen que el costo de una vaca roja era altísimo (Kidushín 31a y paralelos), lo cual es sin dudas una consecuencia de la extrema dificultad en encontrarla. Algunos explicaron que en realidad la Torá se refiere aquí al color café o marrón, para el cual no hay otro nombre en el Pentateuco (ver el comentario del Jumash Etz Jaim, por ejemplo).
Otro detalle que despierta mucha curiosidad es que las cenizas de la vaca roja tenían la propiedad de purificar al impuro (a aquel que había estado en contacto con un cadáver) pero al mismo tiempo impurificaban al puro, como se aprecia claramente en el pasaje de la Torá citado más arriba. Diversas posibles interpretaciones se le han dado a esta aparente paradoja, pero ninguna parece ser concluyente.
Digamos también que la idea del ritual resulta muy extraña y difícil de comprender, más allá de sus detalles y particularidades. Si bien han habido diferentes y originales intentos de darle un sentido, tanto racionales como alegóricos, lo cierto es que nuestra perplejidad ante este texto sigue en pie. Nuestros sabios, de bendita memoria, expresaron esta sensación en un hermoso midrash que describe al rey Salomón, el hombre más sabio sobre la faz de la tierra, diciendo que “he trabajado para entender la palabra de Dios y la he entendido toda, con excepción del ritual de la vaca roja” (Bemidvar Raba 19:3).
En esta misma línea, los sabios han catalogado a esta ley como un “jok” (pl. “jukim”), literalmente un decreto divino. A diferencia de los “mishpatim” (juicios) que son aquellas leyes de la Torá que tienen una explicación racional, los “jukim” carecen de ella. Son ordenanzas que hay que cumplir como si fueran un decreto de un rey, aun cuando carezcan de sentido común o seamos incapaces de entenderlas. El midrash incluso aclara que no tenemos derecho a cuestionar estas leyes (Bemidvar Raba 19:8).
Ante este tipo de leyes irracionales, entre las cuales la de la vaca roja parece ser un arquetipo, surge un interrogante acerca de la naturaleza misma de las mitzvot: ¿acaso deberíamos cumplir aquellas leyes que no tienen ningún sentido común? Algunos filósofos intentaron explicar que en realidad los jukim no carecen de sentido, sino que en todo caso éste permanece oculto ante nuestros ojos, ya sea por nuestra incapacidad intelectual o simplemente por desconocer el contexto en el que estas leyes fueron promulgadas. Maimónides, por ejemplo, dedica un buen esfuerzo a identificar el objetivo inicial de los jukim con la intención de la Torá de abolir la idolatría.
Una corriente religiosa ve en este tipo de leyes el pináculo de la observancia religiosa, ya que permite al hombre piadoso cumplir con los preceptos de Dios por el solo hecho de que Él así lo ordenó, sin que medie ningún tipo de beneficio individual o social. Otros pensadores más modernos han considerado estas regulaciones con un espíritu más crítico y las han llegado incluso a rechazar, por considerarlas carentes de sentido o anticuadas.
Como podrán apreciar, la ley de la vaca roja y sus similares, impactan de lleno en nuestra conciencia religiosa: el tener que observar una ley que carece de sentido aparente despierta una curiosidad exacerbada en algunos, infunde un éxtasis religioso en otros, y provoca un rechazo intelectual en otros más. A la mayoría de nosotros, simplemente nos deja perplejos. El hecho de que el precepto de la vaca roja no se observa hoy en día nos exime de una mayor preocupación, pero la observancia de muchos otros jukim sí sigue vigente en nuestro tiempo, como por ejemplo la prohibición de vestir ropas de lana y lino simultáneamente, y posiblemente las leyes de kashrut. Por eso la reflexión sobre la condición de los jukim sigue siendo tan relevante.
Me gustaría finalizar este comentario citando un midrash fantástico (Bemidvar Raba 19:8), que ilustra generosamente la situación que aquí traté de describir. Se cuenta que una vez un hombre pagano desafió a Rabí Iojanán ben Zakai, al decirle que todo el ritual de la vaca roja se asemeja mucho a las prácticas de magia, aun cuando la misma Torá en otros pasajes las condene severamente. Rabí Iojanán comparó entonces al rito de la vaca roja con las “medicinas” que se utilizaban en su época para curar a quien estaba poseído por un espíritu maligno (melancolía extrema/locura). El pagano quedó satisfecho con la explicación y se retiró, pero los alumnos de Rabí Iojanán no quedaron conformes. Le dijeron “a este hombre pudiste empujar con una simple vara (es decir un argumento elemental) pero ¿qué nos dices a nosotros? A lo que rabí Iojanán ben Zakai respondió “¡por sus vidas! Ni el muerto impurifica, ni el agua con las cenizas de la vaca roja purifican, sino que dijo el Santo Bendito Sea Él: un mandato he ordenado, un decreto he decretado, y no tienes derecho de transgredir mi decreto”.
¿Qué significa este midrash? Pues aparentemente lo que quiere decir es que la impureza no reside en el ambiente, no está en la naturaleza de los cadáveres ni proviene de la esencia de la muerte, ni tampoco existe un poder purificador esencial en la constitución de las cenizas de la vaca roja. El único elemento que provoca que esto impurifique y aquello otro purifique es el decreto de Dios y la aceptación del hombre del yugo divino, nada más.
Aun aquellos con espíritus más racionalistas (entre los que humildemente me incluyo) deben reconocer que la existencia de los jukim le otorga al judaísmo un estatus diferente, y lo vuelve más intrigante y fascinante al mismo tiempo. Si éstos no existieran, la halajá, la ley judía, tradición judía sería solamente una elaboración (magnífica por cierto) lógica que ayuda al hombre a vivir en sociedad, a respetarse a sí mismo y a sus semejantes, a ser más misericordioso, a ser agradecido con su Creador, etc. Por cierto, este análisis fue sostenido con diferentes matices por múltiples pensadores judíos de todos los tiempos.
Sin embargo, la existencia misma de los preceptos sin explicación racional, como el de la vaca roja, nos desafía constantemente a viajar hacia los límites de nuestro entendimiento y a aceptar leyes que no podemos comprender a cabalidad. Esta meditación nos acerca al misterio que rodea nuestras vidas, a la vez que nos invita a reconocer nuestra condición humana, limitada y frágil… ¿quién sabe? Quizás en ello radique la grandeza de estos preceptos.
¡Shabat Shalom!
Rabino Rami Pavolotzky
Congregación B´nei Israel
San José, Costa Rica
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