Los rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana
Rabino Guido Cohen
Asociación Israelita Montefiore - Bogotá, Colombia
Como contracara de la lectura de la semana pasada en la que se narra el episodio del becerro de oro, las parashot que leemos esta semana, Vayakhel y Pekudei, nos cuentan acerca de la construcción del Mishkán, santuario que según los sabios servía para expiar por la transgresión del becerro y que es precisamente la antítesis de dicho episodio: el lugar en donde el culto monoteísta judío se expresa en el desierto.
Pero, en concreto, ¿qué diferencia hay entre una construcción y la otra? ¿Acaso el becerro no era un 'medio' que tenía como fin adorar al Único y Eterno Dios de Israel? ¿Acaso el Mishkán no tenía también figuras semi-animales en su espacio más sagrado?
Son muchas las explicaciones que podemos encontrar para justificar esta diferencia. Algunos exégetas hacen hincapié en quiénes construyeron el Mishkán, otros en el origen de los fondos, otros en el culto que allí se realizaba.
Me gustaría ofrecer una interpretación más al respecto. La Torá utiliza sólo unas breves palabras para describir el becerro de oro y, a partir de esas palabras, nos resulta fácil imaginar su forma y su apariencia: un becerro de oro macizo, no de madera pintada dorado, ni de piedras enchapadas en oro, ni una estructura recubierta. Oro, 100% oro y una forma simple y clara como la de un becerro.
Para describir el Mishkán, por el contrario, la Torá dedica versículos y versículos, con alusiones no solamente a lo visual o arquitectónico sino también a los aromas, a los materiales, a las vestimentas de sus funcionarios, etc. Ni siquiera haciendo esfuerzos con la imaginación logramos entender bien como se veía, cómo olía y cómo funcionaba el Mishkán, la diversidad de colores, de texturas, de telas, pieles y materiales. Los aromas de cada especia que se utilizaba en el incienso eran variados. Un párrafo que se lee tradicionalmente en la tefilá y que está compuesto por varios fragmentos talmúdicos, llamado 'Pitum HaKetoret' describe la cantidad y la especie de cada uno de los ingredientes del incienso, y enseña que con que sólo falte uno de ellos, el incienso es inválido y quien lo prepara es castigado. Este es sólo uno de muchos ejemplos, de la variedad que era inherente al Mishkán y a la actividad que allí se desarrollaba.
Lo mismo sucedía con la estructura del Mishkán. Lino, cuero, lana (azul, celeste, púrpura y colorada), oro, plata, piedras y otros materiales fueron consagrados a la construcción de este santuario en el que, como se nos narra, residía la presencia divina durante la travesía por el desierto.
El santuario judío es diverso, multicolor, variado, plural. No es todo de oro macizo, no es blanco y negro, no es monolítico ni uniforme. Eso era el becerro. La obra homogénea de un sólo material se nos presenta entonces como símbolo del error, del pecado por el cual los hijos de Israel son castigados. Por el contrario, la diversidad de materiales, colores y texturas son el modelo para la construcción del espacio comunitario ideal, ese que es digno de la presencia y residencia de la divinidad.
Shabbat Shalom
Rabino Guido Cohen
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