martes, 17 de septiembre de 2013

Sermón de Rosh Hashaná 5774

Rabino Gustavo Kraselnik

La semana pasada hice un viaje relámpago al DF para participar de un Beit Din, un Tribunal Rabínico junto a dos colegas, compatriotas, que tienen varios años resideindo en Estados Unidos. 

A decir verdad la fecha no era muy buena; si bien la situación ameritaba cierta urgencia, ¿A quién se le ocurre hacer un Beit Din y convocar a tres rabinos la semana anterior a Rosh Hashaná?

Uno de mis colegas, a quien conozco hace muchos años, trataba de explicar lo significativo de los Iamim Noraim y la intensidad del trabajo previo utilizando una metáfora deportiva: “Es el Super Bowl, la final anual del futbol americano profesional”. Se trata del último partido, el que define al campeón, el evento deportivo más famoso y popular del año, con más de 110 millones de televidentes solo en los Estados Unidos.

Me quedé pensando… quizás deberían retirarle el pasaporte argentino a mi colega, ¿cómo habla del otro futbol en lugar del deporte rey? ¿Por qué no dijo: “es la Final del Mundial”?

Fuera de broma, lo que más inquieto me dejó es determinar si el uso de esa metáfora, el Super Bowl o la final del mundial, es apropiado y en ese caso, cuáles serían las implicancias de esa asociación.

Posiblemente esta noche sagrada de Rosh Hashaná que da inicio a los Iamim Noraim, los días terribles, sea una buena oportunidad para responder esa cuestión. 

Hoy que comenzamos un nuevo año y se renuevan nuestras esperanzas y nuestro afán de ser personas mejores, podamos comprender con mayor claridad, como individuos, como familias y como comunidad, donde estamos parados para asumir el compromiso de definir a donde queremos llegar.

A simple vista, la imagen tiene sentido. Si bien no hay competencia, les diría que tanto Rosh Hashaná como Yom Kipur comparten muchas de las características del Super Bowl. 

Hay solemnidad, hay ansiedad, es una fecha que se conoce con anticipación y se espera con entusiasmo, hay preparativos intensos (la sinagoga, el coro, nosotros, ustedes) hay una convocatoria extraordinaria, única, y al final, cuando todo termina, exhaustos y agotados por la densidad de la vivencia, sabemos que falta exactamente un año para el próximo.

Sin embargo les confieso que la imagen del Super Bowl me enciende al menos dos alarmas.

La primera tiene que ver con la celebración de lo extraordinario. Dedicamos tanto esfuerzo, concentramos tanta energía en lo que es especial, en lo diferente, que nos olvidamos de lo común, lo de todos los días.

El judaísmo nos llama a santificar lo cotidiano. Son nuestras acciones diarias las que deben dar testimonio de quienes somos judaicamente hablando. Para dar la perspectiva correcta a lo extraordinario debemos enfocarnos en lo ordinario.

Puedes ver por televisión el Super Bowl, incluso puedes ir al estadio, pero para apreciar la trascendencia del juego y no distraerte con toda la parafernalia que hay alrededor, necesitas conocer el deporte, saber las reglas, haber visto el desarrollo del equipo en toda la temporada, tener idea de los jugadores claves y un sinfín de otras cosas.  

Sin toda esa información previa, sin ese conocimiento y esa preparación, el Super Bowl puede ser un show maravilloso, una fiesta espectacular pero no tendrá ningún significado como final deportiva.

El paralelo con nuestra experiencia en estos Iamim Noraim sigue siendo interesante. Los cambios litúrgicos, los pasajes adicionados, las melodías diferentes de la plegaria, la selección de los textos bíblicos, todo lo especial de Rosh Hashaná y de Iom Kipur se logra apreciar, cuando se lo visualiza en referencia a lo cotidiano, a la plegaria de Shabat, al rezo diario.

Sin un punto claro de comparación, lo extraordinario depende de la oportunidad y no del contenido. Lo especial no radica en lo diferente sino en el conjunto, sin la percepción de los maticas, sin la posibilidad de distinguir lo particular, el mensaje carece de eficacia y la vivencia no genera impacto.

Los Iamim Noraim tiene mucho para aportar a nuestras vidas si somos capaces de leer sus señales particulares, de escuchar sus tonalidades específicas, de percibir la trascendencia de la jornada, que emana de las plegarias propias, de identificar los cambios evidentes y los sutiles que dan marco a la solemnidad de la jornada.

No se trata de uno o dos partidos al año. Rosh Hashaná y Yom Kipur demandan la temporada completa. De lo contrario te pueden maravillar las formas, te puede obnubilar la estética de la plegaria, incluso te pueden impactar los sermones del rabino, pero créeme, no podrás captar el sentido profundo de la experiencia de estos días.

Hace un rato les dije que se me prendían dos alarmas con esta metáfora. La segunda me preocupa mucho más.

La idea del Super Bowl o la Final del Mundial, implica que por más que suframos con el juego, celebremos la victoria, que nos emocionemos hasta las lágrimas o nos deprimamos por la derrota, en última instancia seguimos siendo espectadores. Espectadores y no protagonistas. Con todo el involucramiento emocional que quieran, pero somos meros observadores y por lo tanto nuestra participación sigue siendo marginal.

En ese sentido debemos invertir la ecuación para transformarnos en artífices de nuestras propias vidas - o nos puede pasar, judaicamente hablando, como aquella señora que veía las telenovelas porque solo de esa manera, por medio de otras personas, creía que podía hacer realidad sus deseos más profundos. Tristemente la realidad terminó por mostrarle lo falaz de su fantasía.

Entonces, para que no nos ocurra lo mismo, quisiera que dejemos de pensar en el Super Bowl o en la Final del Mundial. ¿Quieren otra metáfora deportiva? Vamos a correr un maratón. 

El maratón, es la famosa prueba de los 42,195 metro o 42 kilómetros y fracción. Se trata de la competencia atlética más aclamada en los juegos olímpicos. 

Por cierto duraba solo 40 kilómetros hasta que en los juegos de Londres en 1908 a la reina de Inglaterra - que se llamaba Alejandra de Dinamarca - se le ocurrió que quería ver desde su residencia la partida de los deportistas, así que los hizo salir del palacio de Windsor y con eso, extendió en más de 2 kilómetros la distancia original del recorrido. Eso le costó la medalla olímpica al atleta italiano Dorando Pietri en una de las más notables tragedias deportivas de la historia.

Me gusta la metáfora porque correr el maratón requiere disciplina, decisión, compromiso y el buen manejo de tiempos y energías. La preparación abarca todos los aspectos de la vida: horarios, entrenamiento, alimentación, descanso, etc. El atleta asume la magnitud del desafío y comprende que cada paso es vital para llegar a la meta.
Coincidirán conmigo que se parece bastante a la intensidad de estos Iamim Noraim, con plegarias, cenas, almuerzos, ceremonias, Tashlij, Shabat Shuva. Son horas y horas que nos pasamos en la sinagoga, en nuestros hogares o con familia o amigos imbuidos del espíritu de esta fiesta.

Pero la noción del maratón debe aplicarse a toda la experiencia judía. Es un estilo de vida, en donde cada movimiento nos va llevando al siguiente, nos enfrenta con nuevos desafíos, nos encuentra con otra gente. Vamos alcanzando nuevas logros y contemplando horizontes más inspiradores.

El maratón requiere ponerse las zapatillas y empezar a andar. Andar, por nuestros propios medios, a nuestro propio ritmo, con el “timing” adecuado, sabiendo que en última instancia, todo depende de nuestra convicción y nuestra decisión. 

La conjunción de voluntad, capacidad, fortaleza y resistencia van a determinar  el paso, la velocidad y la dirección en nuestro camino.

Y hay algo más importante aún.

En el maratón de los Juegos Olímpicos de 1904 en St. Louis, 32 atletas participaron de la prueba.  Después de 3 horas y 13 minutos, el norteamericano Fred Lorz, fue el primero en llegar a la meta siendo proclamado el ganador.  Se sacó las fotos de rigor con Alice Roosevelt, la hija del Presidente de los Estados Unidos, y cuando estaba a punto de recibir la medalla de oro, se supo que había cubierto unos 18 kilómetros de la prueba, en un carro conducido por su manager. La aclamación de la muchedumbre se tornó rápidamente en abucheos. 

Así es, en este maratón, tampoco se puede hacer trampa. No hay atajos, ni salvoconductos. No puedes engañar a Dios. No puedes engañarte a ti mismo.


Esta noche de inicios y renovación, esta noche de juicios y responsabilidades, esta noche en donde determinamos nuestro destino, quiero invitarte…

En sus marcas:
Este Rosh Hashaná se escucha el anuncio de partida. No mires el espectáculo desde las butacas. Ponte las zapatillas y salta a la pista. Se protagonista de tu vida. Vive, experimenta, participa.

Listos:
Deja de ser un observador pasivo, asume la maravillosa experiencia de ser judío. Es tu mente, es tu corazón, es tu cuerpo, son tus piernas, es tu vida y la de tu familia. La tradición judía te convoca a enriquecer tu vida.

¡Y fuera!:
Comencemos juntos a caminar

No hay comentarios:

Publicar un comentario