“Este sermón no te hará más feliz. No va a eliminar tus angustias ni tus ansiedades. Si habitualmente te aferras a la almohada con los ojos húmedos por la noche, este sermón no evitará que continúes haciendo eso. Tampoco impedirá que sigas teniendo pensamientos terribles durante la ducha de las mañanas: “si él dice esto, entonces yo diré aquello, después él..., etc. Este sermón no va a resolver los problemas que tienes con tus jefes o con tus subalternos en el trabajo ni con el desagradecido de tu hijo o hija en tu casa. Les digo esto porque quisiera bajar sus expectativas en relación al sermón. Recuerden que las bajas expectativas siempre son una buena estrategia.”
Me gusta Yom Kipur. Me gusta por muchas razones. Esta noche y durante todo el día de mañana, el tiempo se relaja, no tenemos que salir corriendo a ningún lugar, vamos a pasar prácticamente toda la jornada en la sinagoga, rezando, reflexionando, enfrentando y compartiendo juntos en comunidad, la trascendencia de este día único en el calendario.
Me gusta porque es el único día en el año, que logramos liberarnos de la opresión del reloj. Y eso también significa que nadie se queja si el sermón es más largo.
Permítanme regresar al párrafo inicial, el de las bajas expectativas. El texto está tomado de la apertura de una muestra que vimos con Ruthy hace unas semanas en Chicago. (Solo puse “sermón” donde decía “exhibición”)
Durante nuestro viaje, fuimos el Shabat a una sinagoga en el Downtown y conversando en el Kidush alguien nos dijo que no podíamos dejar de visitar el Cultural Center.
Así es que un par de días más tarde, ingresamos al majestuoso edificio que durante muchos años fue la biblioteca municipal, para luego transformarse en un espacio para la difusión del arte.
La belleza del edificio y su decoración son testimonio de la importancia que tiene la estética en la arquitectura de la ciudad.
Al llegar al último piso, nos encontramos con la exhibición “The Happy Show” del artista austriaco Stefan Sagmeister, que en la puerta tenía un enorme cartel con las palabras que ustedes acaban de escuchar.
El tema central de la exhibición era la felicidad, y se la abarcaba desde una perspectiva y una propuesta muy ecléctica. Lo que más me llamó la atención (además de la apertura magistral) - y quisiera compartirlo en esta noche-, es una gráfica que reflejaba la felicidad o infelicidad que generan ciertas actividades cotidianas.
Por ejemplo, y quizás para alguno sea sorpresivo pero es un dato interesante, ¿La actividad que más infelicidad produce saben cuál es? Mirar televisión.
Entre las actividades placenteras, se destacan socializar con amigos y familiares, leer el periódico, tener sexo, y trabajar, pero la actividad que más felicidad brinda, según la investigación que hace nos años realizaron dos reconocidos sociólogos americanos, Steven Martin y John Robinson, la actividad que más felicidad genera es asistir a los servicios religiosos.
¿Qué me dicen? Contentos, decepcionados, preocupados. ¿Están de acuerdo?
¿Qué tan real es esta estadística aplicada para nosotros? Si el universo de la encuesta se limitará solo a los miembros de nuestra congregación, ¿serían iguales los resultados?
Personalmente creo que no.
Para la mayoría, venir a la sinagoga no es una de las fuentes principales de felicidad, es más de hecho me atrevería a decir que no es una de las principales actividades.
El rabino Harold Kushner, prolífico y destacado autor, en uno de sus libros, cuenta que un feligrés le dijo que para él la sinagoga era como el hospital: Es bueno saber dónde queda por si hace falta, pero es preferible no tener que ir.
Te propongo un ejercicio. Calcula cuantas horas a la semana estás en la sinagoga. En toda la sinagoga, no solo aquí. ¿Hiciste la cuenta?
Pongamos algunos parámetros, si pasas más de 50 horas, prácticamente te conviertes en el rabino.
Yo diría que el ideal de una comunidad activa podría establecerse en un promedio por persona de 8 horas semanales, entre plegarias, clases, actividades sociales y culturales.
Quizás no estén de acuerdo con mi ideal de 8 horas semanales, y podemos discutirlo en otra oportunidad, pero si van a coincidir conmigo en que la realidad, tu realidad, nuestra realidad se encuentra lejísimos de ese ideal.
Y cuando transformas esa semana en meses o en años, ves que hay una enorme distancia entre la aspiración de ser una comunidad activa y lo que marca la realidad. Podemos enumerar una larga lista de razones o excusas legítimas para justificar la situación, pero eso no cambia el diagnóstico.
En ese sentido, creo que el gran desafío que tenemos como congregación, es convertir a la sinagoga en un espacio central de nuestras vidas, como individuos y como familias, un lugar que te brinde plenitud, inspiración, significado y propósito, porque en última instancia de eso se trata la felicidad.
¿Qué puede ofrecerte la sinagoga? ¿Cómo acortamos esa brecha entre ideal y realidad?
La sinagoga es en primer lugar un Beit Tefilá, una casa de plegaria. Es el lugar donde nos reunimos, nos congregamos para rezar.
Eso es lo que nos define como congregación, de lo contrario seríamos un instituto cultural o un club social, pero no una congregación.
Y el primer gran desafío que debemos afrontar es el de profundizar en nuestra experiencia litúrgica. Debemos invertir tiempo, compromiso y estudio para involucrarnos en la plegaria.
Ser una congregación que no reza nos convierte en un oxímoron, en una contradicción. Renunciamos a nuestra esencia cuando el rezo no forma parte de nuestra experiencia.
Y si bien el primer paso consiste en asistir con mayor frecuencia a la sinagoga, también es importante llegar temprano, compenetrarse con el Sidur o el Majzor, y hacerlo de manera sistemática. La plegaria tiene un gran componente de sistematización pero es justamente esa estructura y esa repetición la que te permiten proyectarte espiritualmente.
Para que la plegaria tenga sentido necesitamos eliminar la separación entre púlpito y congregación, entre aquí arriba y allá abajo. No debes venir como espectador a contemplar un drama que se desarrolla en el escenario distante. La función del rabino, de la Jazanit e incluso la del coro es liderar la plegaria, no rezar por ti.
Nuestro minian de los jueves en la mañana da testimonio de que el proceso es viable, es posible y lo más importante es enriquecedor espiritualmente. Sin embargo del minian de los jueves no participa ni siquiera el 5% de la congregación.
¿Cómo hacemos para atraer a nuestros miembros a ahondar en la experiencia de la plegaria? ¿Cómo construimos una cultura de rezo en nuestra comunidad? Créanme que me hice estas preguntas en muchas oportunidades…
La sinagoga no es solo un lugar de rezo, históricamente siempre ha sido además un Beit Midrash, una casa de estudios.
La presencia de los libros en una época en que casi nadie podía acceder a ellos a nivel personal debido al excesivo costo, le confirió a la sinagoga la responsabilidad de ser el espacio para el estudio y el aprendizaje. Y de alguna manera esa sigue siendo nuestra responsabilidad hoy.
Sin embargo nos encontramos con un fenómeno bastante particular. Tenemos en la congregación destacados hombres y mujeres de negocios, profesionales, gente talentosa, inteligente, egresados de las mejores universidades del país y del mundo pero que judaicamente no tienen formación. Son judaicamente iletrados.
Emmanuel Levinas, el notable filósofo judeo-francés del siglo XX, sostiene que la clave de la supervivencia judía en nuestros días radica en el estudio, en volver a nuestras fuentes. Si la modernidad nos permitió incorporarnos a la sociedad, lo hicimos abandonando la esfera de la Halajá de la ley como reguladora de la vida judía.
Por lo tanto, si no va a ser la religiosidad lo que constituya el factor central de nuestra identidad judía, ¿Cómo evitaremos la asimilación? Su respuesta es: el estudio.
Los textos sagrados están repletos de enseñanzas profundas, valiosas, significativas e inspiradoras que nos ayudan a darle sentido a nuestras vidas en estos tiempos difíciles y confusos.
¿Cuánto tiempo a la semana le dedicas al estudio de textos judaicos, desde la Torá hasta libros contemporáneos? Otra vez se me hace que la distancia entre el ideal y lo real es demasiado grande.
Me rio cuando alguien me manda un cuento de Paulo Coelho o una bonita historia con moraleja, sin saber que está tomada del Talmud o del Midrash. O cuando alguien viene a preguntarme interesado sobre qué es esto de la Kabalá que tanta bulla hace sin saber que nuestros textos sagrados está repletos de enseñanzas y de iluminación, si tan solo nos tomásemos el trabajo de estudiarlos.
Los documentales sobre los orígenes del universo son fascinantes, a cada rato encuentran un pedazo del arca de Noé y podemos discutir si la creación bíblica se condice o no con la teoría de la evolución, pero te pregunto, ¿Leíste alguna vez toda la Torá? Hiciste alguna vez el ejercicio de leer nuestro texto más sagrado, de conocer sus historias, tan humanas, tan profundas, sobre las relaciones entre padres e hijos, entre hermanos, los encuentros con Dios; sobre las angustias, los temores, las esperanzas que forjaron la identidad de nuestro pueblo…
Alguna vez nos llamaron el pueblo del libro, francamente no sé si hoy hacemos justicia a ese apelativo.
Talmud Torá Kenegued Kulam, dice la Mishná, el estudio de la Torá, entendida la Torá como el conjunto de sabiduría judía, equivale a todos los preceptos.
Una congregación que no estudia, diría Levinas, está condenada a desaparecer.
Pídanle a su rabino grupos de estudio, clases, club de lectura, cine debate, estudio de la Parashá semanal, algunas cosas ya tenemos y otras podemos implementar rápidamente, siempre y cuando haya interés y compromiso para hacer del estudio un hábito y para hacer de la congregación un Beit Midrash.
La sinagoga es Beit Tefilá, casa de rezo, Beit Midrash, casa de estudio y también Beit Hakneset, lugar de reunión, punto de encuentro.
Una congregación es una comunidad. Sus miembros comparten los momentos importantes de la vida. Celebran juntos en los momentos de felicidad y se abrazan y lloran en los momentos de tristeza.
Ser miembros de una congregación significa que quieres construir un espacio físico y espiritual con otros para compartir tu vida. Si rezamos juntos, si estudiamos juntos nuestros lazos sin duda se van a fortalecer, pero además podemos hacer muchas más cosas.
El crecimiento formidable que ha tenido nuestra congregación en los últimos 10-12 años, nos llama a reconstruir esa sensación de ser familia de ser parte de la misma cosa. De sentir que no somos desconocidos que nos sentamos uno al lado del otro como cuando vas al cine, sino ver en el otro, el que tienes sentado al lado tuyo, como un miembro de tu familia extendida.
Necesitamos invertir tiempo en sociabilizar en la sinagoga. Aprovecha el Oneg Shabat para saludar a alguien que quizás todavía no conoces, que lo ves todas las semanas pero ni siquiera sabes su nombre.
Cuando termina el rezo, saluda a la gente que tienes alrededor, pregúntales como se llaman, transfórmalos en conocidos primero y quizás luego en amigos. Invita a gente a tu casa para Shabat.
En las plegarias, en las actividades culturales y sociales de la sinagoga incluyamos en la agenda, encontrar en los rostros anónimos que nos rodean, a un compañero, un futuro amigo, un socio en la construcción de una congregación activa para mí y para mi familia.
Hagamos Karaokes, eventos culturales, juguemos futbol o hagamos un Shabat en la playa, lo que quieran, yo me apunto. La lista de actividades es infinita. Solo necesitamos disponer de nuestro tiempo, comprometernos y un poco de organización para lograr ser verdaderamente un Beit Haneset, una comunidad unida, integrada y solidaria.
Si logramos avanzar en estos tres campos, la plegaria, el estudio y la vida comunitaria les garantizo que también para nosotros venir a la sinagoga será la más feliz de nuestras actividades.
Cuando salimos del Centro Cultural en Chicago, un par de cuadras más adelante en la misma calle, visitamos el Instituto de Estudios Judaicos Spertus. Allí había una increíble exposición llamada “Voces y Visiones”.
Constaba de una serie de 18 imágenes en donde renombrados artistas interpretan gráficamente las palabras de textos destacados del mundo judío desde la Torá hasta pensadores contemporáneos.
Cada una era una pieza maravillosa, pero hubo una que cautivó inmediatamente mi atención. El artista se llama Ivan Chermayeff. Nacido en 1932, de origen inglés aunque se formó en Estados Unidos.
En la imagen se veían partes de unos edificios desmoronándose sobre dos manos abiertas que trataban, pero no podían, de sostenerlos. Abajo la cita del Midrash: “Una comunidad es demasiado pesada para ser cargada por una sola persona.”
Créanme que con todos mis superpoderes, mi simpatía y sobre todo mi humildad, la construcción de una comunidad activa, pujante y dinámica no depende de su rabino sino de cada uno de sus integrantes.
Hagamos de nuestra casa, un Beit Tefilá, una casa de oración, un Beit Midrash, una casa de estudios y un Beit Hakneset, una casa de la comunidad.
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