viernes, 11 de diciembre de 2009

Parashat Vaieshev

Bereshit - Génesis Bereshit 37:1 – 40:23
Haftará: Zejariá - Zacarías 2:14-4:7

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana


Rabino Gustavo Kraselnik
Congregación Kol Shearith Israel, Panamá

En medio de la historia de Iosef, que comienza en nuestra parashá y se proyecta a lo largo de las próximas semanas, la historia de Tamar y Iehudá  - una de mis favoritas – aparece como una hoja suelta, colocada a las apuradas en medio del relato.

Iosef es vendido como esclavo por sus hermanos (no queda muy claro si a los medianitas o a los ismaelitas), y es adquirido por un destacado funcionario de la corte egipcia. Antes de avanzar con las imágenes de Iosef en su nueva situación, la Torá interrumpe el relato y nos trae la historia de Iehudá y Tamar (Gén. 38).

Er, el primogénito de Iehudá, se casa con Tamar, una mujer cananea, y muere sin dejar herederos. De acuerdo a la ley del levirato, Onán, el segundo hijo de Iehudá la toma por esposa, pero sabiendo que la descendencia no llevaría su nombre sino el de su hermano muerto, “tuvo relaciones con su cuñada mas derramaba a tierra” (38:9), por lo cual nos dice la Torá que también fue castigado por Dios y murió.

Ante la muerte de sus dos hijos, Iehudá decidió no entregarle a Tamar el único hijo que le quedaba,  Shelá, y la envió a casa de su familia “hasta que crezca el joven”. Viendo que el tiempo pasaba, Tamar se disfrazó de prostituta, tuvo relaciones con su suegro Iehudá (sin que este supiera que era su nuera), y quedó encinta. De esa unión incestuosa (de la cual Iehudá ya se había enterado), nacieron los mellizos Peretz y Zeraj

Si bien a primera vista nos disgusta la actitud de Tamar, una lectura más profunda nos enseña que ésta fue fruto de su deseo de justicia y su disposición de resolver su situación para que se cumpla la ley del levirato, que su suegro no tenía interés en observar. El propio Iehudá reconoce la equidad del proceder de Tamar y, al saber que era él el responsable de su embarazo, dice: “Ella tiene más razón que yo, porque la verdad es que no la he dado por mujer a mi hijo Shelá” (38:26). El nacimiento de los mellizos, uno de los cuales será el antepasado del rey David, pareciera brindar un final feliz a la historia.

Uno de los elementos más apasionantes de este relato es la variedad de asociaciones que surgen con otros textos bíblicos, entre los cuales podemos mencionar:

  • La hija de David (que es descendiente de Iehudá) que fue violada por su medio hermano Amnón (II Samuel 13), en otra historia de fuerte contenido sexual, también se llamaba Tamar.
  • La cinta púrpura (38:28) que le atan a la mano asomada de Zeraj (que después nace segundo), nos recuerda la cinta del mismo color que la prostituta Rajav debía atar en la ventana de su casa en Jericó, para recordarle a los hombres de Josué la promesa de no agresión contra ella. (Por cierto, de acuerdo a Graves y Patai, en “Los Mitos Hebreos”, la cinta púrpura era la marca de la prostitución.)
  • El nacimiento de mellizos nos remite a Iaakov y Esav. La disputa por la primogenitura también aparece aquí: la mano de Zeraj pretende indicar su derecho a ser considerado mayor, aunque nació segundo.

Sin embargo, no cabe duda de que el relato bíblico más fuertemente emparentado con el de Tamar, es la conocida historia de Rut. Esto se manifiesta al final de este último en forma explícita, con el vínculo familiar entre Boaz y Peretz (Rut 4:18-21) y por las palabras de bendición que recibe Boaz, después de redimir a Rut: “Sea tu casa como la casa de Peretz, el que Tamar dio a Iehudá” (Rut 4:12).

Tras esa conexión evidente, a la que podemos sumar la referencia a la ley del levirato (Deut. 25:5-10) que aparece con variantes en ambas historias, está claro que existe una asociación poderosa entre Rut y Tamar. Ambas mujeres tienen orígenes no judíos, quedan viudas y sin hijos, son activas en buscar una solución justa a su situación, y ésta llega por canales alternos a la opción natural, para finalmente brindarles descendientes que forman parte de la genealogía del rey David. Efectivamente, ambas mujeres, a pesar de todas las adversidades y contra todas las probabilidades, forman parte del linaje real.

Aquí yace la fuerza de ambos relatos. Destinadas a ser “enemigas” de Israel (una cananea y la otra moabita), destinadas a ser víctimas de la injusticia de una sociedad machista, destinadas a terminar sus vidas olvidadas y sin hijos, Tamar y Rut se convierten en protagonistas de sus propias vidas, y son capaces de torcer aquel destino para construir uno diferente. De esta forma, se hicieron merecedoras no solo de ser parte de nuestro pueblo, sino también de engendrar en sus vientres el embrión de la casa real y, más trascendental aún, la semilla de la esperanza mesiánica.

Shabat Shalom y Jag Urim Saméaj,

No hay comentarios:

Publicar un comentario