viernes, 16 de abril de 2010

Parashat Tazría - Metzorá

Torá: Levítico 12:1 - 15:33

Haftará: Reyes II 7:3 - 7:20
Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana
Comunidad Hebrea de Guadalajara, México

Rabino Joshua Kullock

En honor a las mujeres de mi casa: a Jess, quien dio a luz a Iara y a la recién nacida Abigail

Una de las primeras tareas a las que se tiene que abocar toda persona que recientemente se ha mudado a un nuevo país consiste en ir aprendiendo el idioma de su nueva geografía. Incluso cuando hablamos de naciones que en teoría hablan la misma lengua, es indispensable poder dedicar tiempos y esfuerzos a fin de poder ir adquiriendo algunos de los modismos propios de cada lugar.

En nuestro caso particular, cuando hace casi cuatro años llegamos a la ciudad de Guadalajara (México), nos vimos junto a Jess en la necesidad de expandir nuestro vocabulario hispano-argentino para sumar todo un mundo de nuevas y variadas formas que ofrece el hispano-mexicano. Así aprendimos, por ejemplo, que al hablar de nuestro hogar, nunca era “mi” casa, sino que en lo posible debíamos referirnos a ella como “tu” casa, lo cual no solamente era una sutileza del lenguaje, sino que podía llevar a confusiones cuando en las primeras semanas escuchábamos invitaciones del tipo: “nos encontramos a comer en tu casa” (o sea, ¡en casa del anfitrión!).

Estando en México, también aprendimos que aquello que está buenísimo está siempre ‘padrísimo,’ mientras que el lugar simbólico que ocupa la ‘madre’ en el lenguaje es – en el mejor de los casos – un tanto dudoso, a veces antagónico y por momentos conflictivo.
Ahora bien… ¿por qué es necesaria esta introducción a una suerte de lingüística para nómades? Básicamente porque les quiero contar cómo se describe aquí en México (y tal vez en otros lugares del continente también) el acto de parir hijos. Aquí en México, el acto de parir encuentra su sinónimo coloquial en la palabra ‘aliviarse.’ Así que si alguna vez se encuentran por aquí y escuchan que alguien le pregunta a una mujer si ya se alivió, esto no refiere a ninguna enfermedad bacteriana o viral, sino al momento de traer a un niño o niña al mundo. Mientras que en otras latitudes el énfasis está en el acto de ‘dar a luz,’ aquí lo priorizado (al menos desde la construcción simbólica propuesta por el lenguaje) es el hecho de dar fin al intenso período de gestación, el cual trae – indudablemente – un alivio para la madre.
Este posicionamiento divergente frente al acto de parir no hace más que reflejar distintas perspectivas sobre una misma acción. Es, de alguna manera, un buen paralelo con aquello que los judíos hacemos en relación a la exégesis sin fin de nuestros textos y tradiciones generación a generación. Y de hecho, este ejercicio de interpretación y toma de postura lo podemos ver en la primera de las parashiot que leemos durante esta semana, que justamente y no por casualidad, nos habla de qué es lo que tenía que hacer una mujer una vez que daba a luz:

“Habló Ad-nai a Moisés diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: La mujer cuando conciba y dé a luz un hijo varón quedará impura durante siete días […] Si da a luz una hija, quedará impura durante dos semanas […] Cuando los días de su purificación se cumplan, ya sea por un hijo o una hija, llevará al sacerdote un cordero de un año para un holocausto y un palomino o una tórtola para expiación, a la puerta del Tabernáculo de reunión.” (Le. 12:1-2, 5-6)

Al leer estos versículos, nuestros sabios no dejaron de preguntarse cuál era la razón de que la mujer tuviera que traer a la puerta del Tabernáculo un sacrificio de expiación. ¿Cuál había sido su transgresión para imponer sobre ella la necesidad de expiar? Y así como antes vimos dos posicionamientos modernos sobre el acto de parir, aquí los invito a que leamos dos perspectivas casi antagónicas sobre el sacrificio expiatorio que debía traer la mujer.
Por un lado, el Talmud en el Tratado de Nida (31b), nos dice que la expiación está relacionada con los dolores de parto, y con lo que ellos conllevan:

“Le preguntaron los alumnos a Rabi Shimon bar Iojai: ¿Por qué la Tora prescribe que la mujer que pare debe ofrecer un sacrificio? Les respondió: Porque a la hora en que el niño se encuentra naciendo, la mujer brinca [del dolor] y jura que no se allegará nunca más a su marido. Es por eso que la Tora le prescribió ofrecer un sacrificio.”

Nuestra primera visión de la expiación tiene connotaciones similares a la descripción del parto en términos de ‘alivio:’ El énfasis está puesto en el dolor, en la carga y en lo difícil que pueden ser tanto los meses de embarazo como el momento mismo del parto, llegando incluso al punto de no querer tener ningún hijo más.
Pero así como encontramos la versión talmúdica del ‘alivio,’ también podemos encontrar en nuestra tradición una explicación que se encuentra en absoluta sintonía con la descripción del parto en calidad de ‘alumbramiento.’ La profesora Nejama Leibowitz (1905-1997), conecta la expiación de la madre con el relato en el cual Ds se le revela a Isaías y lo erige como profeta en Israel. En ese contexto, encontramos uno de los versículos que luego pasó a ser central en nuestros rezos cotidianos y que define al Santo bendito sea como: “Santo, Santo, Santo, Ad-nai de los ejércitos, toda la tierra está llena de Su gloria” (Is. 6:3). Pero, como se pregunta Leibowitz, ¿cuál fue la reacción del profeta frente a la revelación divina? Nos responde el texto bíblico: “Entonces dije: Ay de mi que soy muerto, porque siendo hombre impuro de labios y habitando en medio de un pueblo que tiene los labios impuros, han visto mis ojos al rey Ad-nai de los ejércitos” (ibíd. 5). Frente a esta paradójica situación, nos enseña Leibobwitz:

“Tal vez este sea el sentido de la impureza [de la mujer] y del ofrecimiento del sacrificio expiatorio: la mujer fue merecedora de sentir en ella misma y en carne propia la grandeza del Creador; vio, sintió, y vivió en ella la creación del niño – y asimismo sintió su propia pequeñez, su nimiedad, su ser polvo y ceniza, su impureza. Y por ello, habrá de traer un sacrificio expiatorio.” (Iunim Jadashim beSefer Vaikra, p. 148)

Esta segunda explicación, esta segunda visión de la ofrenda de expiación, hace un fuerte hincapié no en el dolor sino en la bendición, no en el sufrimiento sino en la posibilidad única de imitar la obra creativa de Ds, no en el medio vaso vacío, sino en el medio vaso lleno. Esta explicación se estructura en el reconocimiento del misterio de la vida y del amor, que le da sentido a la existencia y la nutre de trascendencia.
De igual manera, cada uno de nosotros es invitado permanentemente a elegir la forma en la que ve su vida y en la que vive su realidad. Encontraremos aquellos que entenderán los desafíos como procesos desgastantes, y encontraremos aquellos que los vivirán como espacios que catalizan, potencian y energizan. Encontraremos quienes anhelen sufridamente todo aquello que no tienen, y quienes, fieles a la enseñanza de nuestros sabios, sean felices con su parte (Avot 4:1). Aquellos que busquen siempre el alivio, y aquellos que busquen siempre dar luz.
A la hora de la hora (como dicen aquí en México), todo se reduce a una simple pregunta: ¿Cómo elegiremos vivir nuestras vidas?

Shabat Shalom uMeboraj!

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