jueves, 28 de octubre de 2010

Discurso del Dr. Guillermo Castro en el acto aniversario a Isaac Rabin z"l

Amigos, amigas, autoridades:

El hombre al que rendimos homenaje hoy es de aquellos en los que se sintetiza entero un pueblo. Y el pueblo que se sintetiza en Isaac Rabin es, sin duda, el de Israel en el momento de convertirse en dueño de su propio destino, al cabo de una jornada heroica de veinte siglos, que José Martí presentó a sus lectores hispanoamericanos en 1882 en los siguientes términos:

De su religión, los hebreos como los polacos, hacen patria.  ¡Otros la hacen de un amor, y muerto él, van por la tierra como desterrados!  ¡Otros la hacen de un sueño!  Aquella lengua raizal, como fue hecha y hablada en tiempos raíces, de que han venido luego estos pueblos de ahora, como frondosísimo ramaje, es conservada con pasión, cual joya de familia, en la casa de los judíos.  Para ellos, la indiferencia religiosa, no es delito de incredulidad, sino de traición.  Dejar solo el templo en los días de fiesta, es desertar de las banderas de la patria; y ¡de la patria puede tal vez desertarse, mas nunca en su desventura!  Cierran talleres y tiendas en los días consagrados por su iglesia, y celebran con danzas y festines las hazañas de Judas Macabeo, que se llamó el Macab, porque dio golpes de maza en el testuz de los tiranos, y entró triunfante, a la cabeza de sus huestes redentoras, en el templo que había profanado el vil Antíoco. Todo lo cual ocurrió hace más de dos mil años. […] Aún calientan el rostro pálido y enjuto de los hebreos de ahora, las llamas en que echó a arder Antíoco Epifanes las Santas Escrituras.  ¡Aún sienten aquel ardor que llevó a sus antepasados a cobijarse bajo la bandera de Matatías, rebelarse fieramente contra el general del Rey, y echarse, como mar en cólera, por llanos y montañas!”[1]



De la cólera de ese mar, por llanos y montañas, trata la vida de Isaac Rabin, y de la patria convertida de sueño en realidad. De la guerra y de la paz se trata aquí, en suma, y de su lugar en nuestra historia común. Más, cuando hablamos de quien llegó a ser a los 31 años el general más joven de las fuerzas armadas de Israel, a las que supo conducir a la victoria en el campo de batalla, para convertirse después – en el momento culminante de su vida -, en un mártir inolvidable de la paz.
La guerra, como sabemos, constituye la forma más extrema de la política. Al propio tiempo, hace ya dos mil quinientos años, el filósofo y estratega chino Sun Tzu definió a la victoria, objetivo supremo de la guerra, como el control del equilibrio.
Vistas las cosas en esta perspectiva, cabe entender que la victoria militar que no conduce a un nuevo estado de equilibrio político no puede ser duradera en sus frutos. Eso puede hacer de la lucha por la paz una tarea tanto o más compleja y peligrosa que la conducción de las batallas en busca de la victoria militar. Así nos parece ver que lo entendía Isaac Rabin cuando, en las vísperas de su muerte, dijo a sus conciudadanos:

Fui hombre de armas durante 27 años: Mientras no había oportunidad para la paz, se desarrollaron múltiples guerras. Hoy estoy convencido de la oportunidad que tenemos de realizar la paz, gran oportunidad. La paz lleva intrínseca dolores y dificultades para poder ser conseguida. Pero no hay camino sin esos dolores.[2]

Hoy, la trayectoria militar y política de Isaac Rabin bastarían sin duda para recordarlo como un héroe de su pueblo. Al propio tiempo, también es más que eso: es un héroe de nuestro tiempo, y es en esa perspectiva que cabe quizás explorar lo más rico y profundo del sentido y el legado de su vida.
Esto, en particular, importa cuando recordamos a Isaac Rabin desde países jóvenes, como el nuestro y el suyo, aún en construcción, y que reclaman y defienden el reconocimiento y el respeto que merecen. Desde aquí, Isaac Rabin – en sus ideas, su trayectoria y sus méritos políticos evidentes – nos resulta cercano de maneras que a primera vista podrían parecer sorprendentes.
En efecto, tanto el Estado de Israel como la República de Panamá son criaturas de honda raíz, cuya formación vino a culminar en la segunda mitad del siglo XX. Ambos países comparten, también, una misma tradición del mejor orgullo patrio, que es aquel que no busca el sacrificio inútil, ni rehúye el necesario.
Desde esa tradición, ambos pueblos libraron en la década de 1960 batallas decisivas por su existencia, y desde la de 1970 los dos han procurado hacer de la negociación en busca de entendimientos duraderos el medio fundamental de consolidar esa existencia en un mundo a menudo hostil y violento. Esos logros que compartimos no agotan ciertamente nuestras afinidades.
En el último tramo del siglo XX, ambos pueblos debimos también enfrentar una circunstancia en que se vieron estrechados con rapidez los márgenes de negociación que, a partir de la década de 1950, habían permitido transformar el viejo sistema internacional de potencias coloniales en una verdadera comunidad mundial de Estados nacionales. En esa circunstancia, la violencia como recurso político pareció retornar a su fuente de origen más profunda, y una oleada fundamentalista recorrió el mundo, bloqueando en múltiples casos el espacio a la negociación, y segando en sus manifestaciones más extremas la vida de quienes habían hecho del diálogo su herramienta de política fundamental, desde Olof Palme en Estocolmo, en 1986, hasta Isaac Rabin en Tel Aviv, en 1995.
Desde esta perspectiva global, podremos apreciar mejor que Isaac Rabin en el Oriente Medio - como Omar Torrijos en América Latina, y en África Nelson Mandela – hace parte de aquella generación de dirigentes nacida hacia la década de 1920, que contribuyó a crear el moderno sistema mundial – con todos sus males, y su promesa -, a partir de la descomposición del orden colonial que, del siglo XVI en adelante, hizo de la exacerbación de las diferencias entre los humanos uno de los motivos fundamentales de justificación de la inequidad que aún caracteriza al sistema mundial. Y esa obra tuvo lugar en una circunstancia en la que el racismo y la discriminación por motivos religiosos y culturales, viejos males de nuestra especie, alcanzaron niveles de sufrimiento sin precedentes en la historia de pueblos y naciones enteros, hasta encontrar su expresión más cruel y sombría en el Holocausto.
Aun así, ni este panorama ni el significado histórico de la generación a la que honramos en la memoria de Isaac Rabin estarían completos si no recordamos que, en el marco de aquel período revuelto y brutal de la historia de nuestra especie se produjo, también, la formación del pensamiento y la cultura que guiaron a esa generación por los caminos que la conducen a nuestras propias vidas.
Me refiero, por supuesto, a la enorme obra de creación humana llevada a cabo por figuras como José Martí, en nuestra América; Sun Yat Sen en China, y Teodoro Herzl en el seno del pueblo de Israel. A cada uno de ellos cabe el mérito de haber planteado, desde circunstancias distintas pero convergentes, la necesidad de forjar – como lo dijera desde nosotros José Martí - políticos capaces de saber

con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas.[3]

                Al rendir homenaje a aquellos fundadores de nuestro tiempo, y a la generación que depositó su legado a las puertas del futuro que nos toca construir, podemos y debemos preguntarnos por la utilidad de su ejemplo ante las tareas que nos corresponden. Uno u otro aspecto de sus ideas puede parecernos hoy distante, quizás. Pero en lo más fundamental – en la celebración del derecho a ejercer la diferencia para combatir la inequidad – ellos son, sin duda, nuestros contemporáneos.
                Entenderlos así tiene especial importancia, pues vivimos tiempos en que el mundo transita desde un pasado insostenible hacia un futuro incierto. En ese tránsito, no estamos condenados a la perdición ni a la salvación. Lo único que podemos afirmar con entera certeza es que no existe un pasado al que podamos o queramos regresar, pero sí existen en cambio múltiples opciones de futuro que esperan por nosotros para convertirse en realidad.
                La memoria de los fundadores de las disyuntivas de nuestro tiempo, como Isaac Rabin, debe servirnos de acicate para aspirar a que pueda decirse algún día de nosotros lo que el libro de los Salmos dijo de otros como ellos:

Dichoso el hombre
que no va a reuniones de malvados
ni sigue el camino de pecadores
ni se sienta en la junta de los burlones,
mas le agrada la Ley del Señor
y medita su Ley noche y día.

Es como árbol plantado junto al río,
que da fruto a su tiempo
y tiene su follaje siempre verde.
Todo lo que hace le resulta.
No sucede así con los impíos:
son como paja que se lleva el viento.

No se mantendrán en el juicio los malvados
ni en la junta de los justos los pecadores.
Porque Dios cuida el camino de los justos
Y acaba con el sendero de los malos.

Que la paz sea con nosotros.

Muchas gracias

No hay comentarios:

Publicar un comentario