jueves, 14 de octubre de 2010

Parashat Lej Leja

Los Rabinos de la UJCL escriben el comentario sobre la parasha de la semana

Rabino Gustavo Kraselnik
Congregación Kol Shearith Israel
Ciudad de Panamá, Panamá.


La historia del pueblo judío comienza con Lej Lejá; un llamado y una promesa:
Dios dijo a Avram: “Vete de tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra." (Gén. 12:1-3)

 
El llamado, Lej Lejá –habitualmente traducido como “Vete”, pero que literalmente significa “Vete para ti” –, es una invitación a Abraham (que originalmente se llamaba Avram) para abandonar su casa, su sociedad, su mundo, y dirigirse al lugar indicado por Dios. La promesa, si Avram responde al llamado, es la bendición. Para dejar clara la intención divina, en este breve pasaje aparecen 5 palabras con la misma raíz de la palabra Brajá, “bendición”. Y la bendición se refiere aquí a la multiplicación de su descendencia (que, junto con la entrega de la tierra de Canaán, constituyen las dos condiciones de la promesa de Dios al patriarca).
Reiterando la promesa de bendición, en la misma parashá, Dios utiliza dos metáforas que se van a repetir a lo largo de todo el texto bíblico: “Yo haré que tu descendencia sea numerosa como el polvo de la tierra” (13:16) (en otros pasajes se usa la arena del mar) y "Mira hacia el cielo y, si puedes, cuenta las estrellas". Y añadió: "Así será tu descendencia" (15:5).
Si bien el denominador común de ambas imágenes, el polvo de la tierra y las estrellas del cielo, es la sensación de infinitud, en esencia son bien diferentes: las estrellas resplandecen en el cielo, en las alturas celestiales, mientras que el polvo de la tierra puede ser pisado y pisoteado por cualquiera.
Rashi, el notable exegeta, alude precisamente a esta disparidad en su comentario sobre un versículo del libro de Ester (6:13): “(Al pueblo de Israel) se lo compara a las estrellas y al polvo. Al polvo cuando desciende y desciende, y a las estrellas cuando asciende y asciende.” Para Rashi, las metáforas no se refieren sólo a la cantidad de la descendencia sino también a su potencial de calidad: la elevación o el descenso. Dios “garantiza” la multitud; elevarnos depende de nosotros.
Y eso nos lleva de nuevo al llamado inicial, a Lej Lejá. En un pasaje talmúdico (Baba Metzia 163a) que discute cuánto espacio debe dejarse entre las líneas de un documento, la referencia es poder escribir la expresión Lej-Lejáuna encima de la otra, pues la LAMED es la letra más alta del alfabeto hebreo y la JAF SOFIT (final) es la letra que llega más abajo.
De esta forma, vemos cómo también Lej Lejá contiene ambos extremos: el superior y el inferior. Podemos elevarnos hasta la cima de la LAMED o descender hasta las profundidades de la JAF SOFIT. Al igual que a Abraham, Dios nos llama, nos invita; la respuesta depende de nosotros.
Y en ese sentido, un relato jasídico (Iturei Torá, vol. 1 pág. 83) nos enseña que el llamado Lej Lejá debemos entenderlo como “Vete para ti”, es decir, “Ve a tus raíces, Ve a encontrar tu potencial.” Y los amantes de la Guematría (el arte de otorgar valor numérico a las letras y obtener de allí nuevas interpretaciones) añaden que Lej Lejá equivale a 100 (LAMED = 30 y JAF = 20). Parece ser que Lej Lejá es también una convocatoria a dar el 100 por ciento.
La historia del pueblo judío comienza con Lej Lejá; desde entonces, aquel llamado reverbera en cada uno de sus integrantes. Frente a nosotros, las estrellas fulgurantes en el cielo y el polvo de la tierra. La invitación sigue en pie, hacer realidad la promesa divina a Abraham: alcanzar nuestra plenitud, elevarnos en nuestra experiencia humana y ser también nosotros una bendición.
Shabat Shalom,
Gustavo

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