jueves, 11 de noviembre de 2010

Parashat Vaietzé

Los rabinos de la UJCL escriben acerca de la parashá de la semana
Rabino Gustavo Kraselnik
Congregación Kol Shearith Israel
Ciudad de Panamá, Panamá.


Cuando nuestro anhelado deseo de ser padres estaba a punto de convertirse en realidad, junto a mi esposa, Ruthy, escribimos una lista de posibles nombres para nuestro hijo/a, que contaba con al menos 5 opciones por sexo.

Pocos días después, cuando regresamos a casa tras haber conocido a un hermoso bebe de tez oscura e inmensos ojos negros, del cual ya estábamos enamorados, no pudimos encontrar aquella lista por ninguna parte. Sin embargo, eso ya no importaba. No recuerdo de quien fue la iniciativa, pero el nombre había sido rápidamente acordado.

Dos días más tarde, fue la secretaria de nuestro querido amigo, el Doctor Alfredo Henríquez, la que nos “obligó” a hacer pública la elección. Lo que para ella era un simple trámite de rutina, preguntar el nombre del bebé que viene por primera vez a la consulta, para nosotros representó el momento en el cual dotamos a ese pequeño bebe de una nueva identidad. “Dan, Dan Kraselnik”, le respondimos, ese es el nombre de nuestro hijo.

Si bien el nombre propio Dan aparece por primera vez en la Torá referido al lugar hasta donde Abraham persiguió a los secuestradores de Lot (Gén. 14:14), es en Parashat Vaietzé en donde lo encontramos referido a una persona (de hecho, 60 de las 70 veces que aparece el nombre Dan en la Biblia se refieren a la tribu o a la ciudad de Dan). Se trata del quinto hijo del patriarca Jacob, y el primero por el lado de Raquel, aunque era hijo de su sierva Bilhá.

La Torá (Id. 29:31) nos relata que a pesar de la preferencia de Jacob por Raquel, los hijos venían todos de Lea, la esposa no amada (literalmente la “aborrecida”). Después del nacimiento de los primeros 4 hijos Rubén, Simón, Levi y Judá) Raquel le reclama a su esposo - en la que quizás haya sido la única disputa entre ellos - : “Dame hijos porque si no, me muero.” Jacob responde enfurecido: “¿Acaso yo puedo hacer las veces de Dios, que te impide ser madre?” (Id. 30:1-2)

Buscando una forma de “hacer justicia” a su situación, Raquel propone a Jacob que tenga un hijo con Bilhá, su sierva, igual que hizo Sará con Agar (así lo explica Rashi) y lo alumbre en sus rodillas (un ritual de adopción ya que da a entender que era como si Raquel lo hubiera parido). Y así sucedió. “Dijo Raquel: «Dios me hizo justicia (DANANI): Él escuchó mi voz y me ha dado un hijo». Por eso lo llamó Dan” (Id. 6).

Cada uno de los nombres de los 11 hijos de Jacob que nacen en nuestra parashá (falta Benjamín que nace en parashat Vaishlaj) tiene su explicación. En el mundo bíblico, el nombre es más que la identidad de una persona, contiene su esencia. En el caso de Dan, las pocas palabras con las que Raquel justifica la elección, reflejan con profunda intensidad su sentimiento de plenitud por ser madre.

En nuestro caso particular, el nombre Dan nos resultaba muy atractivo pues  cumplía una serie de requisitos importantes. En primer lugar, es un nombre bíblico. En segundo lugar, suena igual en hebreo y en español. En tercer lugar es un nombre breve (nuestro hijo carga con dos apellidos, de nueve letras – 6 consonantes y 3 vocales - cada uno) y por último (pero muy importante) tiene un bello significado asociado con la justicia.

Sin embargo, mirando retrospectivamente me animaría a decir que aún sin saber hasta donde fue consciente o no la decisión, la elección del nombre Dan, estuvo profundamente vinculada a las palabras de Raquel. “Dios me hizo justicia (DANANI): Él escuchó mi voz y me ha dado un hijo”. Exactamente esa fue  nuestra sensación al recibir a nuestro hijo en nuestro hogar. Una sensación íntima de Justicia. Justicia que entendemos como armonía. La armonía que surge del encuentro auténtico, genuino, entre nuestro anhelo de ser padres y el deseo de Dan de tener un hogar donde crecer.

Dan acaba de cumplir 7 años y cada día junto a Ruthy sentimos la plenitud que nos brinda el ser sus padres. Y cada vez que en la Torá me encuentro con el nacimiento del Dan bíblico no puedo dejar de conmoverme con las palabras de Raquel, sentirlas como propias y reflexionar sobre nuestra propia experiencia.

Es posible que todo esto suene demasiado personal, pero creo que, en última instancia, allí radica la santidad de la Torá. Encontrar en ella ecos que reverberan en nosotros y en nuestra propia existencia. Como recitamos cada vez que depositamos el rollo de la Torá en el Aron Hakodesh (Arca Sagrada) después de su lectura ritual: “Es un árbol de vida para los que se aferran a ella” (Pr. 3:18)

Shabat Shalom
Gustavo

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