Los Rabinos de la UJCL escriben acerca de la parashá de la semana.
Rabino Claudio Jodorkovsky
Asociación Israelita Montefiore - Bogotá
Con nuestra Parashá dejamos atrás las historias de Yaakov para centrarnos en aquellas que tienen como protagonistas a sus hijos y en especial a Yosef, el hijo amado y predilecto.
Para nuestro último patriarca, Yaakov, no resulta incómodo ni problemático mostrar su marcada preferencia por el hijo de su gran amor, Rajel, o manifestar su favoritismo a través de un trato especial y de regalos escogidos. Y como consecuencia de esta actitud desigual, Yosef se comporta con la soberbia característica de un hijo “mal criado”, despertando celos, envidia e incluso odio dentro del grupo de sus hermanos mayores.
Pero todo cambia cuando un día Yaacov decide enviar a Yosef a ver a sus hermanos que se habían alejado para ocuparse del ganado. Al llegar, los hermanos lo ven acercarse desde lejos y se ponen de acuerdo para quitarle la vida. Cuando se encuentran con él, le quitan la túnica listada que había recibido como regalo especial de su padre y gracias a la intervención de Reuven, hermano mayor, Yosef no es asesinado y termina en el fondo de un pozo de agua seco mientras los hermanos deciden qué hacer con él.
Para entonces la historia podía tener un final muy diferente, pero finalmente los hermanos, motivados por los celos y el odio, deciden venderlo a una caravana de mercaderes que pasaba por el lugar y Yosef termina como esclavo en Egipto, sirviendo en la casa de Potifar, empleado del Faraón.
De todo este conocido relato de nuestra Parashá, lleno de envidias y rencillas familiares, hay un detalle que cada año me sorprende y disgusta de sobremanera. Una vez Yosef es arrojado al pozo, y, mientras los hermanos determinan de qué forma vengarse de él, la Torá nos cuenta que ellos “se sentaron a comer pan” (Génesis 37:25). Me imagino la escena y me cuesta tolerar el grado de crueldad e insensibilidad de los hermanos: Yosef, en el fondo de un pozo (según el Midrash: lleno de escorpiones y serpientes venenosas), humillado por sus hermanos, rogando por su vida, y ellos, sin embargo, ¡Sentados disfrutando su comida!
Al revisar los comentaristas clásicos sorprende también el silencio ante esta imagen tan macabra. De todos ellos, Seforno (Italia, siglo XV-XVI) es el único que da cuenta del grado de odio de los hermanos que los llevo a perder cualquier vínculo emocional con Yosef, permitiéndoles sentarse a comer pan y disfrutar de una comida abundante. Y si bien me identifico con el comentarista italiano y siempre me incomodó tanto la actitud de los hermanos como el silencio de los comentaristas frente a ella, tengo que reconocer que luego de una enseñanza que aprendí de mi amigo el Rabino Ariel Korob Z”L, comencé a no sorprenderme tanto por la crueldad de los hermanos con Yosef y a comprender que, lamentablemente, existen situaciones parecidas en las cuales, lamentablemente, los seres humanos reaccionamos de manera similar.
El Rabino Korob Z”L decía que si bien para todos puede resultar repugnante la imagen de los hermanos mayores de Yosef comiendo a la orilla del pozo, muchas veces los seres humanos también somos insensibles a las necesidades de millones de nuestros hermanos que se encuentran sufriendo en el fondo de la miseria y la pobreza más extrema, y en vez de reaccionar a su llamado desesperado, permanecemos inmóviles ante su sufrimiento, continuando con nuestra vidas y disfrutando de las comodidades con las que fuimos bendecidos. Así como los hermanos de Yosef, ¿cuántas veces no nos quedamos “comiendo nuestro pan”, disfrutando de los placeres de la vida, mientras hacemos oídos sordos al pedido de ayuda de aquellos que, a nuestro alrededor, esperan nuestra ayuda solidaria para salir adelante o, sencillamente, poder sobrevivir?
Vivimos en un continente que si bien no es el más pobre, está considerado sin embargo como la región más desigual del mundo. Las diferencias entre ricos y pobres son cada vez más alarmantes y en la medida en que esté en nuestro alcance, como judíos somos convocados por la sabiduría de nuestra tradición a sensibilizarnos y escuchar el llamado de aquellos que nos necesitan y esperan.
Debemos entonces saber transformar el rechazo que nos genera la actitud de los hermanos de Yosef en un solidaridad activa hacia quienes viven junto a nosotros, en nuestras ciudades y países, y sufren por la desigualdad social. Debemos aprender de su error para no permanecer inmóviles y escuchar su llamado.
¡Shabat Shalom Umeboraj!
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