Luego de un viaje como Marcha Por La Vida, las preguntas son las esperadas, los temas habituales luego de una experiencia de este tipo: los campos de concentración, el “shock”, la muerte, el dolor. Pero, lo que muchos olvidan, es que este viaje de dos semanas enfrenta dos temas totalmente opuestos y a la vez complementarios: la vida y la muerte. Tanto en Polonia como en Israel, somos testigos de la vida del pueblo judío, antes y después de la Shoá.
Para muchos, como es de esperarse, lo más impresionante es lo relacionado con la muerte. Experiencias como atravesar Treblinka, entrar a las cámaras de gas y a los crematorios, caminar por las vías del tren, marchar hasta Auschwitz, y escuchar los testimonios de los pocos sobrevivientes que todavía nos acompañan. Y es que solo mediante estas vivencias es que uno, por fin, llega a entender e interiorizar lo que una vez pasó y jamás deberá repetirse.
Por otra parte, el otro tema de este viaje, la vida, es el que tuvo realmente un gran efecto en mí. Antes de empezar el curso y realizar este viaje, nunca pensé, no sé por qué razón, que la comunidad y la vida judía en Polonia realmente eran tan impresionantes. Y es que no se puede comparar el estudiar una cifra del número aproximado de judíos que habitaban una ciudad, con caminar por el barrio de Kazimierz o pasear por la aldea de Tiktin. Es allí donde se puede escuchar a los niños salir de la escuela, al panadero hornear el pan, imaginar a la señora regatear con el vendedor, y oír pasar a los estudiosos discutiendo la Parashá de la semana. Viendo el tamaño de estos barrios y aldeas es como se llega a comprender lo importante que era la comunidad judía para el país, y lo hermosa que era la vida de los judíos antes de la guerra.
Los sentimientos que afloraron en mí en estos lugares fueron variados. Incluso en el cementerio, cuya expansión me recordó, una vez más, la magnitud de la comunidad de judíos en Polonia. Sentí tanta alegría e impresión, solo con imaginar cómo la vida de los nuestros se habría desarrollado en estos lugares, pero también aumentó mi dolor el pensar que esta vida tan tranquila y establecida que tenían les fue arrebatada sin un motivo válido.
Cambiando de ambiente, al dejar Polonia atrás y encaminarnos a Israel, todo el dolor que experimentamos en los campos parece tomar un descanso y desvanecerse. Ya hemos visto el pasado de nuestro pueblo en Polonia, y es hora de ver el presente, y de cierto modo inclusive el futuro.
No sé muy bien cómo explicar la experiencia de llegar Israel. Para mí, que nunca antes había ido, fue como si algo dentro de mí, finalmente, hubiera encajado; mi cuerpo se sentía a gusto en este lugar extraño. Y es que, Israel es una parte de todos y cada uno de los judíos del mundo; este era un concepto que nunca había logrado entender hasta que llegué allí. Fue entonces que comprendí que una parte de nosotros siempre va a pertenecer a ese pequeño país, la tierra de nuestros padres, de nuestro pueblo. La tierra que D-s nos prometió.
Israel, pequeño territorio rodeado de sol y arena, tiene mucho para dar e intentamos ver todo lo posible en el poco tiempo que estuvimos ahí. Jerusalem, para mí, fue la mejor parte. Es una ciudad que emanan misticismo, tradición e historia, haciéndola casi irreal. Y es que, así se sentía caminar por sus callejones: irreal. Irreal también fue, más que ninguna otra experiencia, el llegar al Kotel, rodeada de rezos y de alegría tras pasar un grupo de gente celebrando un Bar Mitzvá. Estar aquí te llena de una energía que parece emanar de la piedra que recubre toda la ciudad y que lleva su nombre. Jerusalem fue una experiencia de verdad enriquecedora y especial.
Pero Israel no solo es la parte mística que encontramos en Jerusalem. La travesía solo inició en esta hermosa ciudad, y todavía traía mucho por delante. También esta Tel Aviv, la ciudad donde yo felizmente viviría, rodeada del Mar Mediterráneo y edificios modernos, un contraste total con la ciudad vieja de Jerusalem donde habíamos estado. Además de estas dos ciudades, tuvimos la oportunidad de visitar muchos otros lugares, como museos y la casa de la independencia, donde pudimos aprender mas sobre la historia de este estado que representa tanto para nuestro pueblo. Otra gran experiencia, y de mis favoritas, fue la noche con los beduinos, donde paseamos en camellos por el desierto del Neguev.
Para concluir, este es un viaje que toda persona, judía o no, debería realizar por lo menos una vez, por muchos motivos: para mantener la memoria de las personas que perecieron en la Shoá, para asegurar que mas nunca se cometa una atrocidad como esta y para ser testigos de cómo la vida ha continuado y progresado para el pueblo de Israel, teniendo como resultado un país desarrollado y con mucho futuro por delante.
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