jueves, 28 de febrero de 2013

Ki Tisá 5773

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana

Rabino Joshua Kullock
Comunidad Hebrea de Guadalajara

Imaginen la decepción.

Tan solo tómense unos segundos para pensar en Moshé, y en todo lo que pasó por su cabeza y corazón al descender del Sinaí con las Tablas de la Ley y ver al pueblo adorando al becerro.  El hombre que abandonó la comodidad de Midián para regresar a Egipto y liberar a los hijos de Israel de la esclavitud, se encontró con una comunidad de personas que, sin previo aviso, abandonó el pacto concertado en pos del escape que les presentaba el paganismo.  En esa necesidad del pan para hoy, hambre para mañana, Moshé se quebró.  Mientras las Tablas con los Diez Mandamientos van cayendo de sus manos, en los segundos que tardaron las piedras hasta llegar al piso y reventar, lo que estalló fue el ánimo del anciano líder, que vio cómo sus sueños se hacían añicos irremediablemente.

Imaginen la decepción.

Piensen en qué habrá sentido Moshé al mirar a los ojos a su hermano Aarón.  Aquel que se suponía era su socio y compañero, fue doblegado ante la terquedad de quienes solo se interesaban por respuestas fáciles e inmediatas.  Ni Ds, ni Moshé, ni la Torá.  Cualquier sistema era válido mientras les permitiera continuar adelante.  Dignos seguidores de Marx (de la escuela de Groucho), al ver que determinados principios requerían demasiados esfuerzos, simplemente eligieron nuevos principios que se amoldaran a la necesidad del momento.  Imaginen a Moshé y traten de pensar en el mar de sensaciones que lo inundó, al confirmar que ni en su hermano podía confiar.

Es en este contexto que la figura de Moshé se hace enorme.

Moshé es único en su género, porque tuvo la capacidad de rearmarse y no caer.  Encontrando una fortaleza espiritual inigualable, pudo regresar al Sinaí y evitar que Ds destruyera de un plumazo a ese pueblo de dudosos valores.  No pocos de nosotros estaríamos tentados, frente a una situación semejante, a darle rienda suelta a la ira divina.  Pero Moshé no.  Moshé intercedió frente al pueblo y clamó por perdón.  Más aun: hay un fascinante relato talmúdico según el cual, Ds no estaba dispuesto a absolver al pueblo, al punto de que, según los sabios, Moshé “tomó a Ds por las solapas como un hombre agarra a su compañero de la ropa y le dijo: ‘Soberano del universo, no te voy a soltar hasta que los absuelvas y perdones’” (Berajot 32a).

Independientemente del antropomorfismo, al que le podríamos dedicar largas reflexiones, el Talmud no deja de sorprendernos por la metáfora que decide utilizar.  La negociación se puso tan tensa, que Moshé no solo le dijo a Ds que en esos términos prefería ser borrado junto al resto del pueblo (cf. Ex. 32:32), sino que llegado el momento, obligó a Ds a cambiar de opinión.  Aquello que Aarón no fue capaz de hacer con los adoradores de la inmediatez, Moshé lo hizo con el Santo bendito sea.

Lo que el texto nunca devela es si Moshé pudo alguna vez perdonar al pueblo.

Sabemos que siguió siendo su líder por cuarenta años.  Sabemos que hizo todo lo posible por solucionar los distintos problemas que fueron surgiendo a lo largo del camino.  Pero también sabemos que llegó el día en que, después de tantos malos tragos, Moshé se cansó, golpeó la fatídica piedra y maldijo su suerte y la del pueblo.  Y por eso quedó fuera de Israel.

Quizá el mensaje de nuestra parashá sea que cuando la vida nos enfrente con situaciones conflictivas y decepcionantes, nosotros podamos emular a Moshé y armarnos de la voluntad para salir adelante.  Es en momentos como estos que los líderes que trascienden se manifiestan y nos iluminan a lo largo de la historia.
Shabat Shalom uMeboraj!

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