jueves, 4 de abril de 2013

Sheminí – Iom Hashoá 5773

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana


Rabina Daniela Szuster
Congregación B´nei Israel, Costa Rica


En la parashá de esta semana, Shminí, se relata un suceso en el que Nadab y Abihú, hijos de Aharón, el primer Cohen, mueren a causa de un fuego extraño que habían originado.  Muchos comentaristas intentan explicar qué es lo que realmente hicieron los hijos de Aharón, qué significaba ese fuego extraño.

Sin embargo, en esta oportunidad no me quiero detener en este hecho, sino en la reacción del padre de estos jóvenes.  La Torá nos cuenta: vaidom Aharón, “…mas Aharón permaneció en silencio” (Vaikrá 10:3).  Aharón perdió a sus seres queridos, a sus hijos, y permaneció en silencio; enmudeció, no tuvo palabras para decir nada.

¿Por qué no lloró, gritó, reclamó, en vez de quedarse callado?  Rabeinu Bejaiei dice que el silencio es uno de los elementos componentes del duelo, como figura en otras partes del Tanáj (Iejezquel 24:15). Fue la manera en que Aharón hizo duelo por sus hijos.

Algunos explican diciendo que Aharón aceptó el juicio de D”S y no quiso cuestionarlo; por eso, calló.

Podríamos pensar que la tragedia fue tan repentina que se paralizó y no llegó a darse cuenta de lo que ocurrió, o quizás, la angustia y el dolor de Aharón fueron tan grandes que no pudo expresar ese sentimiento en palabras.

Ese silencio, ese dolor, es el que ronda en el calendario judío en esta semana.  En unos días conmemoraremos Iom Hashoá Veagvurá, día del Holocausto y el heroísmo.  Recordamos el dolor, el sufrimiento y desasosiego que millones de judíos tuvieron que vivir durante la Shoá.

Los aliados derrotaron a los alemanes y los judíos que sobrevivieron al horror, fueron liberados.  La guerra, la pesadilla, finalizó; sin embargo, hubo miles de personas que quedaron en silencio, al igual que Aharón.  En silencio por el dolor, por las pérdidas, por la situación en que habían quedado.  Imagínense, de pronto, encontrarse solos, sin familiares ni amigos con vida.  Qué más desamparo, soledad y desasosiego.  Un silencio, acompañado de frío, enfermedades, dolencias, desnutrición y carencia de afectos.
Pensando en este silencio aterrador de Aharón y de los sobrevivientes, quisiera compartir con ustedes una historia conmovedora que leí esta semana, una de las tantas historias posteriores a la Shoá.

En enero de 1945, Francziska Oliwa, una sobreviviente del Holocausto, inmediatamente después de ser liberada, llegó a Otwock en busca de familiares.  Si bien la búsqueda fue infructuosa, se topó por casualidad con un grupo de niños hambrientos, vestidos de harapos y acompañados por un soldado soviético.  El soldado le relató que aquellos eran niños judíos abandonados y le pidió que se hiciera cargo de ellos.  Al responderle que no tenía siquiera una casa para sí misma, el joven la condujo a un apartamento abandonado en la calle Boleslawa Prusa 11, que tenía las ventanas reventadas y no contaba con mobiliario alguno, calefacción o agua caliente.  Francziska se hizo responsable de once niños.

De inmediato pidió ayuda al coronel médico Dr. Ochovski, comandante de un hospital soviético de campaña cercano.  Conmovido por el estado de los niños, aquél aceptó prestar ayuda, proveyéndola de colchones de papel y frazadas de las provisiones del hospital.  También ayudó a arreglar las ventanas del apartamento, y ofreció delantales del hospital para vestir a los niños.

En marzo, el Comité Central de Judíos Polacos (CKZP) se hizo cargo oficialmente del Hogar de Niños en Otwock, convirtiéndolo en una unidad interna del mismo, y comenzó a prestarle asistencia y a mejorar sus condiciones de vida.
En junio de 1945 vivían, en el hogar, alrededor de 130 niños sobrevivientes.  La mayoría de los educadores y miembros del equipo eran también sobrevivientes, quienes padecieron del trauma y de pérdidas; consideraban su trabajo como una misión especial y una especie de destino, así como una experiencia reparadora y una respuesta a la pérdida sufrida por ellos mismos durante el Holocausto.

Escribe Ewa Goldberg, una niña que vivió allí: “Para cada uno de nosotros, la estadía en el Hogar de Niños fue como un nuevo comienzo – un reingreso a la vida.”

Para muchos de los niños que habían estado escondidos por bastante tiempo, los compañeros del hogar eran los primeros en sus vidas con los cuales podían jugar, interactuar y establecer amistades.  Otros, que sobrevivieron bajo una identidad falsa, podían por fin abrirse y relacionarse con los demás, sin temor de revelar su verdadera identidad.  Todos, criados en el silencio y la soledad, debieron aprender a comunicarse y a abrirse hacia quienes los rodeaban.  A pesar de haber quedado solos, sin sus seres más queridos, ahora estaban encontrando una nueva familia: tanto los niños como los adultos.

Es realmente una historia conmovedora, de cómo del silencio, de la oscuridad, de la parálisis que estos niños habrán tenido que sufrir, luego de haber quedado solos en el mundo;  pudieron encontrarse con otros seres humanos y, juntos, comenzar a renacer, a transformar el silencio en palabras, el llanto en sonrisas, y el miedo en juegos y en la posibilidad de volver a soñar.

Creo que es una historia que nos enseña mucho de la fortaleza humana, la solidaridad y la posibilidad de volver a vivir, a pesar de haber vivido experiencias tan dolorosas y trágicas.

Quiera D”s podamos nunca olvidar lo que ocurrió en la Shoá, que podamos también nosotros ayudar a aquellos que hoy están sumergidos en el silencio, como le ocurrió a Aharón y a millones de judíos que sobrevivieron a la Shoá.

¡Shabat Shalom!

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