por el Rabino Rami Pavolotzky
Congregación B´nei Israel
San José, Costa Rica
Historias de ascensos y descensos
En la parashá de esta semana continuamos leyendo las historias de Iosef, quien se convierte en el segundo hombre más importante de Egipto. Es muy interesante seguir los altibajos que se presentaron en la vida de Iosef. A los 17 años sueña con que su propia familia se prosterna ante él, lo que sumado a la preferencia que su padre tenía por él, desata los celos de sus hermanos. Estos planean matarlo, pero luego de abandonarlo en un pozo, lo venden a una caravana de mercaderes. Así llega Iosef a Egipto y es vendido a un servidor del Faraón. Luego de un tiempo, se gana la confianza absoluta de este último, pero un percance con la esposa de su amo vuelve a enviar a Iosef a un pozo, el del calabozo de los presos reales. Su habilidad para interpretar los sueños lo hace famoso y lo lleva ante el mismísimo gobernante egipcio, quien era considerado como un dios viviente en su trono. Al demostrar su inteligencia y capacidad de planeamiento ante el Faraón, Iosef es nombrado como el segundo hombre más importante del imperio. Dos veces cayó Iosef a lo más profundo y, en ambas oportunidades, pudo salir de allí y elevarse cada vez más alto.
Cuando pienso en la historia de Iosef, no puedo de dejar de compararla con la de nuestro pueblo. Fuimos perseguidos una y otra vez, pero siempre logramos levantarnos y volver a caminar. Tuvimos nuestro Templo y nuestra soberanía, vivimos miles de años en el exilio, y después de sufrir la tragedia de la Shoá, otra vez nos erguimos y volvimos a tener un Estado soberano, que es en muchos aspectos un ejemplo para el mundo moderno.
Además de relacionar la historia de Iosef con la del pueblo judío, no puedo dejar de reflexionar sobre las historias personales que todos conocemos, las de quienes llegaron de Europa sin casi nada y pudieron tenerlo casi todo. Pienso en los relatos que de niño escuchaba sobre mi bisabuelo en la Rusia helada, alimentándose con pan negro con ajo y cebolla, y bebiendo el té bien caliente para poder soportar el frío. Luego, viviendo en Argentina como vendedor de escobas por la calle, maravillado de poder comer pan blanco cada día, un tesoro no accesible en la antigua patria. Pienso en su nieto, mi papá, convertido en médico, con acceso a la más alta educación y con posibilidades de conseguir un trabajo digno. Pienso en muchos hombres y mujeres judíos poderosos que he conocido, quienes nacieron en hogares sumamente pobres, pero que trabajando muy duro y con mentes pensantes, pudieron llegar a una posición que para la mayoría de los judíos de los siglos XVIII-XIX, en Europa Oriental, era un sueño inalcanzable.
La mayoría de nosotros, gracias a D”s, escucha y vuelve a contar los relatos de inmigrantes que de la nada lo hicieron todo, agradecidos por las bendiciones recibidas. Pero hay que tener en cuenta que así como Iosef, la historia también nos habla de los relatos de quienes lo tuvieron todo y fueron a parar al pozo, como por ejemplo los judíos alemanes que vivieron los años anteriores a la Shoá, y que vieron como todo su prestigio y bienestar económico, científico, social y artístico, fue a parar al basurero en muy poco tiempo. Por eso es que nunca hay que dormirse, nunca debemos confiarnos ni perder la humildad, no debemos olvidar de dónde venimos, cuál es nuestro origen.
Parece ser que los judíos estamos destinados a ocupar los espacios más altos y más bajos de la sociedad, alternando la posición a lo largo de la historia, como si siguiéramos viviendo una y otra vez las vicisitudes de la vida de Iosef. Quién sabe ese sea nuestro destino. En todo caso, nunca debemos creer en el valor que nos asigna la sociedad, ni tan bajo ni tan alto (según las circunstancias), sino más bien conservar la humildad y la dignidad a toda costa… quizás ese haya sido el secreto del éxito de Iosef.
Shabat shalom,
Rabino Rami Pavolotzky
Congregación B´nei Israel
San José, Costa Rica
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