Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana
Rabino Gustavo Kraselnik
Kol Shearith Israel - Panamá
“Salió Jacob de BeerSheva y se dirigió a Jarán.” (Gén. 28:10)
Con esas palabras comienza Parashat Vaietzé.
La partida de Jacob de su hogar marca el inicio de su transición. Aquel joven de carácter inmaduro, amigo de las manipulaciones y de prácticas poco éticas, necesita apartarse de su hogar no solo para protegerse de la amenaza de su hermano (Id. 27:41), sino para crecer y aspirar a ser merecedor legítimo del legado de su abuelo y de su padre.
En ese sentido, la mención de Jarán nos remite al llamado divino a su abuelo Abraham, cuando tenía 75 años, ocurrido precisamente en esa ciudad para dar comienzo a la historia de la saga familiar (Id. 12:4).
En el caso de Jacob, la experiencia que marca el inicio del proceso de transformación que ocurre apenas sale. Por la noche se acuesta a dormir y tiene un sueño en el cual ve una escalera que va desde la tierra hasta el cielo y por la cual los ángeles subían y bajaban. De esta manera, Dios le renueva la promesa de tierra y descendencia que había conferido a su padre y a su abuelo, y le garantiza protección a Jacob en su travesía.
Al despertarse, conmocionado por lo que había soñado, el joven Jacob dice:
“¡Verdaderamente Adonai está en este lugar, y yo no lo sabía! … ¡Qué temible es este lugar! Es nada menos que la casa de Dios (Beit Elohim) y la puerta del cielo (Shaar Hashamaim).” (Id. 28:16-17)
Luego llama a ese lugar Bet-El, la casa de Dios (Id.19).
El Midrash (Bereshit Rabá 68:12) asocia la escalera (Sulam) de Jacob con el Monte Sinaí, a partir de la equivalencia numérica del valor de ambas palabras (Sinaí y Sulam valen 130 en Guematria – la Torá escribe Sulam sin Vav). Podríamos decir que para Jacob, el sueño fue una revelación y el inicio de un nuevo estilo de vida, inspirado por su contacto con lo divino.
Hace poco leí un comentario que conectaba el relato del sueño de Jacob con la conocida historia de la Torre de Babel. La primera clave aparece en la similitud de expresiones:
“Con la cúspide en los cielos” – Verosho Bashamaim (Gén. 11:4)
“Y cuya cima tocaba los cielos” – Verosho Maguia Hashamaima (Id. 28:12)
Por supuesto, hay además una variedad de puntos de contacto entre ambos relatos, lingüísticos y de contenidos, que vuelven fascinante la comparación en cuanto a similitudes y diferencias.
Un elemento central para analizar es el tema de los nombres. Más allá que la Torá explica el significado de Babel como confusión (Id. 11:9), la etimología pareciera ser Bab – Ilu, la puerta de Dios, muy semejante al Shaar Hashamaim, la puerta de los cielos de nuestro patriarca Jacob, quien por el contrario elige dar al lugar el nombre de Bet-El, la casa de Dios.
En esa “sutil” diferencia radica la abismal separación entre ambas cosmovisiones. Babel es la aspiración del hombre a encontrar la “puerta del cielo” e invadirlo, en otras palabras, convertirse en dios. La escalera de Jacob nos recuerda que nuestra meta es elevarnos para llegar a “la puerta del cielo” y sentirnos en la “casa de Dios”, viviendo siempre bajo Su presencia. Y posiblemente el camino para llegar allí sea, como lo señalan nuestros sabios, por medio de las palabras de la Torá que recibimos en el monte Sinaí.
El sueño de Jacob marca el inicio de una nueva etapa en su vida. Lejos de su hogar, angustiado por la incertidumbre, encuentra en la revelación divina la inspiración de una meta que trasciende tiempos y geografías.
El joven que despierta en la mañana no es el mismo que se acostó a dormir por la noche. Percibir la presencia de Dios como guía de su vida le brindará el coraje para comenzar su transformación, hasta llegar a ser el tercer patriarca de nuestro pueblo. El camino llevará años y no estará libre de obstáculos, pero su convicción lo ayudará a atravesar los desafíos que la vida le presente.
De igual forma, la historia de Jacob se proyecta en nuestras vidas. Es cuestión de estar pendientes. Se trata de un sueño, una escalera con reminiscencias del Sinaí, y una puerta que nos invita a hacer de nuestras vidas una morada de lo trascendente.
Shabat Shalom,
Gustavo
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