jueves, 26 de junio de 2014

Jukat 5774

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana.
Por el Rabino Guido Cohen
Asociación Israelita Montefiore - Bogotá, Colombia.

En Parashat Jukat, luego de narrarse la muerte de Miriam la profetisa, hermana de Moshé, se nos introduce un conocido episodio en el cual el pueblo y sus líderes se quejan ante  Dios por la falta de agua. Por la yuxtaposición de ambos episodios (la muerte de Miriam y la falta de agua), Rashi enseña que el pozo de agua que acompañaba al pueblo a lo largo de toda la travesía por el desierto había sido dado como recompensa por el mérito de Miriam. Una vez que Miriam dejó de exisitir, con ella se extinguió también el pozo del cual los Israelitas bebían durante su paso por el desierto.

Cabe entonces preguntarse, ¿cuál es entonces el mérito de Miriam, que hizo que el pueblo fuera merecedor gracias a ella de tener un tesoro tan preciado como es el agua en el desierto?

Repasemos un poco la historia de esta profetisa. Miriam es esa joven muchacha que salva a su pequeño hermanito del decreto del faraón poniendolo en una pequeña canasta en el Nilo para que luego sea salvado por Batiah, la hija del Faraón. Esa valiente acción de Miriam, fue un momento decisivo para el destino del pueblo de Israel. Si Moshé no hubiese sido salvado, la historia del Éxodo no hubiera sido tal cual la conocemos. Más aún, según el Midrash, Miriam era Puah, una de las parteras que ayudaban a dar a luz a las mujeres hebreas durante el edicto del faraón. En esa labro, nos enseñan los sabios que se destacaba por poder calmar el llanto de los bebés recien nacidos.

Miriam es también quien al son de los panderos y con alegres danzas celebra el paso del pueblo de Israel a través del Mar Rojo, entonando la canción de la Redención que hasta el día de hoy cantamos. En resumen, una mujer que sabía obersvar callada en silencio la suerte de su hermano, que calmaba con su arrullo el llanto de los bebés y que entusiasmaba con su canto a las multitudes que se abrían paso a la libertad. Dos cosas hay en común en estas historias, la capacidad para dominar la palabra (callando, calmando el llanto y cantando) y la presencia del agua (el Nilo, el medio acuoso del que los bebés vienen y el Mar Rojo). El agua es en nuestra tradición identificada como un símbolo, que representa a la Torá, manantial eterno de sabiduría espiritual en nuestra tradición. Podríamos, siguiendo con esa metéfora, decir entonces que es con la creatividad y la paciencia traducida en palabras que Miriam se encuentra con el agua, ahora entendida como Torá.

Es precisamente por no poder dominar esa palabra que Miriam es castigada (cuando comenta junto con Aarón acerca de la vida privada de Moshé) con la enfermedad de Tzara'at,  tiempo antes de morir. Es decir, es la posibilidad de hacer de la palabra un canto, un arrullo o incluso un silencio la que hace que Miriam adquiera el mérito que le da Torá y agua (o sea vida) al pueblo de Israel, pero es también la palabra mal usada y desmedida la que le quita a Miriam vitalidad y deja como consecuencia al pueblo sin agua.

Es entonces que Dios le dice a Moshé que de una roca que está frente a él va a salir el agua. En otras palabras, Dios le quiere mostrar a Moshé que no es de Miriam que el agua salía sino de la capacidad de ella de dominar la palabra. Por eso Dios lo invita a Moshé a que le hable a la roca. Desconfiado del poder de la palabra calma y paciente, Moshé elige golpear a la roca, que de todos modos entrega agua, pero que le cuesta al líder un penoso castigo. Moshé no comprendió que la palabra mansa y respetuosa de Miriam era el origen de la sabiduría (Torá-Agua) y que la misma era suficiente para calmar la sed de las multitudes. Moshé eligió golpear en vez de hablar, desconfiar en vez de creer, y entonces Dios entiende que su tiempo como líder se está acabando. Porque dificilmente pueda Moshé dirigir al pueblo si su impetuosidad al golpear supera su capacidad para hablar.

Quien si entiende el mensaje y la sabiduría de Miriam es el pueblo, que al ver que el agua brota de la roca no hace otra cosa que volver a cantar, como Miriam les había enseñado. Solo con el canto, con la palabra calma y paciente, y -por qué no- con el silencio que es escucha, se puede beber del manantial eterno e infinito de las aguas de la Torá. El grito, la queja y los golpes, aún cuando estén en boca de aquellos que no dominan la palabra sino que la usan para dominar a otros; solo trae más sed.

Que esta parashá nos inspire a trabajar el don de la palabra que construye, para que con ella podamos beber de los Ma'inei HaYeshuá, los manantiales de la redención.

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