Rab Guido Cohen
A.I.M. – Bogotá, Colombia
Parashat VaEtjanan es leída siempre después de Tishá BeAv, luego de haberle pedido a Dios 'que nos haga retornar a Él,' para que podamos retornar. El ayuno de Tishá BeAv marca el inicio de un período de exilio, no solo en términos nacionales e históricos sino en términos individuales y existenciales. En Tishá BeAv, nuestra sensación de lejanía con el Eterno alcanza su punto máximo y por eso, en medio de la desolación que sentimos por ingresar en una dimensión de exilio, le rogamos a Dios que nos haga retornar. Y es eso lo que Él comienza a hacer a partir de esta semana, con la sucesión de textos proféticos de consolación que leemos en las Haftarot y que gradualmente irán sumando la lectura del salmo 27, el sonido del Shofar, las Selijot y otros rituales, hasta dejarnos en las puertas del tiempo de la Teshuvá, del retorno y de la reparación.
En Tishá BeAv, la brecha entre el lugar en el que nos gustaría estar y el lugar en el que estamos es más grande que nunca. Dejamos 'nuestra tierra', abandonamos el lugar de nuestra promesa y nos sentimos extrañados. Y luego de Tishá BeAV comenzamos a volver, emprendemos el camino de retorno a aquel lugar que nunca deberíamos haber abandonado.
Quizá por ello no nos sorprenda mucho que la Parashá de esta semana contenga una de las pocas fuentes que hay en la Torá acerca del concepto de Teshuvá. El capítulo 4 del libro de Devarim habla no solo de ese retorno nacional a la tierra, sino también dedica sus versículos 29 al 39 al retorno del ser humano, de forma individual. Este concepto (que volverá a aparecer en el capítulo 30), junto con otro que aparecerá en Parashat Reé (dentro de dos semanas), en donde se habla de la capacidad del ser humano para elegir entre lo bueno y lo malo, y por ende de su condición de ser responsable, son quizá principios esenciales del sistema de creencias de nuestro pueblo.
Resumiría esto en la siguiente frase: "Somos libres, por ende responsables. Sin embargo, aún cuando nos equivoquemos, tenemos la posibilidad y el deber de retornar."
La posibilidad que la Torá le abre al ser humano de volver sobre sus pasos errados y reparar aquello que está torcido, para volverlo a un estado de rectitud, es, en mi opinión, la enseñanza más poderosa que tiene nuestra tradición.
El Martín Fierro, el más conocido de los poemas gauchos argentinos, tiene una frase que dice 'al que nace barrigón, es al ñudo que lo fajen', lo cual traducido al idioma de nuestras tierras significa que cuando una persona posee ciertas características determinadas, es inútil dedicar esfuerzos a que cambien. La gente, cree el Martín Fierro, nace con ciertas características y así seguirá siendo toda su vida. Según este tipo de posición, cuando alguien es mentiroso, malvado, perverso, irrespetuoso o cualquiera sea su defecto, lo llevará de por vida y no tiene ningún sentido esforzarse por cambiar. Las personas tienen una esencia determinada y esta no cambia.
Esta posición suele a veces convencernos y, vencidos por ella, solemos etiquetar a nuestros semejantes a partir de algunos pocos hechos, negándoles la posibilidad de transformarse. No solo lo hacemos con el prójimo sino también con nosotros mismos. Nos convencemos de que no podremos superar cierto defecto y nos auto-etiquetamos en alguno de nuestros defectos.
Y allí aparece nuestra parashá, justo después de haber partido al exilio, en tiempos en los que añoramos retornar, a decirnos que es posible regresar. Casi resistiendo a la idea de que las personas queden encasilladas en sus defectos y miserias, la Torá nos enseña que tenemos posibilidad de reparar y de enmendar lo fracturado. Nos dice el libro de Devarim en esta semana que podemos volver a escuchar la voz de Dios y retornar en nuestros corazones, para en cierto modo volver a conquistar la tierra perdida.
La originalidad del concepto de Teshuvá es de lo más maravilloso que nuestro pueblo ha creado. La idea de que hay 'movilidad existencial', que no somos seres estáticos sino que podemos trabajar nuestras personalidades y mejorarnos permanentemente, es de una fuerza maravillosa.
A tal punto ocupa este concepto un lugar tan importante para nuestra cultura, que los sabios han enseñado que la Teshuvá 'acerca la redención', que 'allí donde se paran los que hacen teshuvá, ni siquiera se paran los justos completos', o que es preferible un instante de Teshuvá en este mundo que toda la vida en el mundo venidero. En otras palabras, nuestros sabios de bendita memoria enfatizan la importancia de la Teshuvá y la colocan por encima de muchas otras actitudes y prácticas. Probablemente ellos sabían que la idea de que el ser humano puede cambiar, progresar, mejorar, es una de las más poderosas armas para transformar el mundo. Es difícil asumirlo cuando nos toca cambiar, y aún más difícil cuando nos toca aceptar al otro en su cambio y entender que, aún cuando nos duela lo sucedido en el pasado, las personas merecen una segunda oportunidad.
La Parashá de esta semana inaugura, entonces, no solo en la Torá sino en nuestro calendario, el período en el que debemos trabajar y pulir esa doble virtud; la de transformarnos y abrirnos al retorno del prójimo, para acogerlo y recibirlo, en el desafío de reparar lo que está fracturado y devolverle al mundo su armonía.
Shabbat Shalom,
Rab Guido Cohen
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