Rabino Rami Pavolotzky
Congregación B´nei Israel
San José, Costa Rica
En el judaísmo todos debemos aportar
La Parashá de esta semana comienza con la orden de D”s a Moshé de construir el Mishkán, el Tabernáculo, que sería el santuario móvil del pueblo de Israel en el desierto, y que inspiraría muchos años más tarde la construcción del Gran Templo de Jerusalén, el Beit Hamikdash.
Ahora bien, para construir un santuario se necesitan recursos materiales bien concretos: ¿quién habría de aportarlos? La Torá es muy clara con respecto a este punto cuando dice: “Habla a los hijos de Israel y que separen en mi nombre ofrenda. De todo hombre, a quien voluntariosamente mueva su corazón, habréis de tomar ofrenda para mi” (Shemot 25:2).
D”s mismo es quien le ordena a Moshé que pida la colaboración económica voluntaria de todo el pueblo para construir el Mishkán. Fíjense bien: D”s no “regala” los materiales, sino que insta a todos a colaborar. Tampoco pide que solo los más ricos donen dinero, sino que pide que el corazón de cada uno dicte lo que debe hacer. Todos son invitados a ayudar.
Creo que la idea que está detrás de este pedido es muy simple y sabia a la vez: si se pretendía que el Mishkán fuera el santuario del pueblo todo, entonces todo el pueblo debía colaborar para su construcción. Si D”s lo hubiera regalado, entonces posiblemente la gente no lo hubiese apreciado a cabalidad. Si solo los más ricos hubieran donado dinero, entonces por un lado los más pudientes podrían creer que el santuario les pertenece, y por otro lado la gran mayoría posiblemente no lo asumiría como propio. El hecho de que todos fueran invitados a donar, haría de este santuario un elemento de pertenencia popular.
El Mishkán fue sin dudas el primer gran proyecto material del pueblo judío, en lo que se refiere a la recaudación de los fondos necesarios para erigirlo. Este modelo básico de acción mancomunada lo copiamos una y otra vez. En todo tiempo y lugar debimos edificar sinagogas, escuelas, clubes deportivos o de esparcimiento, cementerios, etc. Y casi siempre volvimos a aplicar con éxito la fórmula del Mishkán: “todos debemos colaborar”.
Además, todos sabemos que no alcanza con construir, sino que luego hay que mantener y fortalecer lo construido: también en este sentido sabemos que el mejor camino es unir nuestras fuerzas y que cada uno aporte cuanto pueda para sostener y desarrollar nuestras instituciones.
Hay quienes creen que solo los más ricos deben donar para que las comunidades vivan y florezcan, pero esta opinión va claramente en dirección opuesta a la marcada por la tradición judía. Por supuesto que no todos tenemos las mismas posibilidades de dar: hay quienes pueden dar muchísimo y hay quienes no pueden dar casi nada… pero lo importante es que cada uno haga el esfuerzo a su medida. Como dice la Torá, cada uno debe dar según su corazón.
Me gustaría ilustrar este principio con un cuento. Cuenta la historia que hace muchos años había un próspero reino que vivía de sus fantásticos viñedos. El suelo y el clima en los que se encontraba este reino producían las vides más sabrosas y delicadas de todo el mundo. La producción de vino alcanzaba para mantener en excelente estado las finanzas reales, mientras que los súbditos del rey vivían en condiciones por mucho superiores a los hombres de reinos cercanos y lejanos.
Cierta vez, un rey bondadoso de este próspero tomó una medida para beneficiar a todos sus habitantes: ya no cobraría más impuestos a nadie. A cambio, un día al año pediría que cada persona del reino colaborara con un litro de su mejor vino. Dado que los habitantes del reino se contaban por miles y miles, el rey sabía que con las ganancias por la venta del litro aportado por cada habitante, podría mantener sus finanzas saludables. Todos los súbditos del rey festejaron con gran alegría la medida real y cantaron loas en su nombre.
Pues bien, el día de la colecta anual del preciado vino pronto llegó: miles y miles de personas se presentaron ante un inmenso barril. Cada uno esperó pacientemente para depositar su litro de vino. Al otro día, el rey reunió a todo su pueblo para festejar el fin de la primera colecta anual de vino. Dio un discurso encendido y para finalizar ordenó a uno de sus sirvientes que le sirviera del enorme barril, una copa del mejor vino del reino. Grande fue su sorpresa cuando vio que el líquido que salía del barril no tenía el menor color… parecía agua. Pidió servir otra copa y nuevamente salió un líquido incoloro. Finalmente, después de examinar exhaustivamente el contenido del barril, los sabios del reino establecieron que el líquido era de simple y pura agua.
-¿Qué habría ocurrido?- se preguntó el rey. Uno de sus consejeros se lo explicó con pesar: los habitantes del reino pensaron que si ponían agua en lugar de vino, nadie se daría cuenta… después de todo, un litro de agua en miles y miles de litros de vino no puede notarse de ninguna manera. Sin embargo, lo que no tuvieron en cuenta es que todos los demás pensaron lo mismo, y lo que finalmente sucedió es que todo el mundo llevó agua.
Esta historia es muy clara (¡como el agua!): no podemos creer que si nosotros no aportamos nada ocurrirá, confiando en que otros si aporten. Si todos van a pensar que son los demás los que van a dar, entonces nadie va a dar nada, como ocurrió en nuestra historia. Si queremos construir y mantener comunidades judías fuertes y pujantes, si queremos tener niños, jóvenes y adultos que aprendan y vivan el judaísmo con alegría y dedicación, entonces todos debemos aportar. Los que pueden dar más, darán más; los que pueden dar menos, darán menos, todos entendemos que no todos podemos dar lo mismo. Pero es absolutamente necesario que todos colaboremos: el pueblo judío es de todos y todos nos debemos preocupar por él.
El versículo que nombré al principio dice que D”s pidió al pueblo que tomen una ofrenda en su nombre. Es interesante que se utilice aquí la palabra “tomar”, en lugar de la palabra “dar”. Quizás la Torá nos esté insinuando que para tomar, para recibir, primero debemos aportar, primero debemos dar. Todos queremos disfrutar del judaísmo y sus instituciones… por eso todos debemos dar.
¡Shabat Shalom!
Rabino Rami Pavolotzky
Congregación B´nei Israel
San José, Costa Rica
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