Los rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana
Rabino Gustavo Kraselnik
Congragación Kol Shearith Israel
El calendario -con esa sabiduría que es propia de la experiencia– coloca siempre a Parashat Bemidvar (En el desierto), que da inicio al cuarto libro de la Torá que lleva ese mismo nombre, en el Shabat que precede a la celebración de Jag Hashavuot, la Fiesta de la Entrega de la Torá. Esta conexión trasciende la coincidencia temporal y la cercanía entre ambos conceptos (El desierto y la Entrega de la Torá) se proyecta en otras dimensiones.
Hay un vínculo geográfico evidente. La Torá fue entregada en el desierto. La libertad física, determinada por la salida de Egipto fue complementada por la aceptación de la Ley. Si Egipto representa la angustia y la esclavitud, el desierto es el espacio en el cual la Revelación fue posible.
Hay un vínculo gramatical. La Torá se refiere a los Diez Mandamientos como Aseret Hadevarim (Éx. 34:28) literalmente las Diez Locuciones o las Diez Palabras. Interesantemente pareciera ser que Midvar (Desierto) y Davar (Palabra) comparten no solo la misma raíz (D.V.R.) sino también la misma etimología: Las palabras dan testimonio del orden establecido y el desierto es posiblemente el mejor ejemplo de la quietud y la armonía del ambiente. Por otra parte, ya en un nivel diferente pudiésemos afirmar que aquella palabra (DAVAR) que no se transforma en acción, queda siendo un desierto (Midvar).
Y también hay un vínculo conceptual. La entrega de la Torá se realizó en el desierto. Escuchar la palabra de Dios requiere de un contexto particular. El desierto no es solo un lugar físico, representa también un espacio de quietud, silencio y armonía. La cacofonía que caracteriza la vida contemporánea pareciera ser exactamente lo opuesto a aquella experiencia en el desierto.
En el libro La Cábala y su simbolismo (publicado en 1978), el reconocido académico Gershom Scholem trae una interesante enseñanza del rabino jasídico Rabi Mendel de Rymanov (Polonia, final del siglo XVIII y principios del XIX) quien afirma que al pie del monte Sinaí el pueblo de Israel escuchó de boca de Dios solo la primera letra del primer mandamiento, es decir, la letra Alef de la palabra Anoji (Yo soy – Ex.20:2) que como sabemos es muda.
Las palabras del maestro jasídico desafían el relato de la Tora que sostiene que el pueblo escuchó de boca de Dios todos los mandamientos y recién después pidió la intervención de Moisés (Id. Vs. 19) y también al Midrash (Shir Hashirim Rabá 1:2) que dice que solo los primeros dos mandamiento salieron de la boca de Dios (son los únicos escritos en primera persona). Scholem comenta que esta paradoja (escuchar la Alef silenciosa) es casi como oír la nada, es una suerte de preparación previa para escuchar todo lenguaje audible.
Pareciera ser que el desafío para escuchar la voz de Dios consiste en ser capaces de construir un silencio interior tan profundo que nos permita hacer audible la nada. Debemos acallar nuestra voz y nuestro ego, de forma tal que la metáfora del desierto como espacio de quietud absoluta se vuelva realidad. Debemos vaciarnos parcialmente, renunciar a ocupar todo nuestro espacio, para hacer lugar a esa silenciosa voz divina.
Shavuot recrea la experiencia en el Monte Sinai. Nos invita a asumir nuevamente el encuentro con lo divino y ser capaces de oír Su voz. En este Shabat que lo precede, Parashat Bemidvar nos convoca a adentrarnos en el desierto, el espacio apropiado para sensibilizar nuestras mentes y nuestros espíritus, como condición previa para ser capaces de escuchar la voz divina.
Shabat Shalom y Jag Sameaj
Gustavo
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