Los rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana
Rabino Darío Feiguin
Congregación B´nei Israel, Costa Rica
“Berajot”
Me permito este Shabat, salir de la rutina y contarles una historia real:
El grupo era de unos 10 a 15 jóvenes veinteañeros. Estaban en un lugar de una belleza virgen y exuberante, sin electricidad, sin servicios cloacales básicos, sin agua de la canilla. Entre todos prepararon la comida aun cuando todavía el sol brillaba en el cielo.
Cuando el sol se puso, pero todavía había luz natural, dejaron todos los alimentos preparados en la mesa y todos se sentaron en silencio alrededor.
Estábamos todos hambrientos, pero nadie se abalanzó sobre la comida.
Casi con timidez y de a poquito, comenzaron a cantar. Primero muy despacito, y después más fuerte, como una plegara devocional.
Estábamos con mi mujer en ese momento mágico en la Chapada Diamantina, en un valle protegido como Parque Nacional en el Norte de Brasil, y se nos llenaron los ojos de lágrimas.
Yo ya era desde hace mucho tiempo un judío practicante, que en algunas ocasiones decía una berajá antes de comer.
Pero nunca con esa Kavaná, esa intención tan religiosa y por supuesto, tan judía. Y ahí quedó. Como una anécdota. Como una vivencia fuerte. Hasta que unos años después, siento el efecto de ese ritual.
Me pasa hoy en día, que antes de comer algo, aún cuando no pronuncio la formula “Baruj atá Adonai” de la berajá, me tomo un instante para mirar lo que voy a comer. En ese instante, me pasan varias cosas:
Lo primero que me pasa es una toma de consciencia del acto que voy a hacer. Comer no es sólo un acto animal. Tiene que ver también con alimentar al ser, y por eso, no es sólo como cargar combustible en el carro. No se alimenta sólo al cuerpo. Se alimenta también al alma. Cuando hago esto, que reconozco que no es siempre, la comida que ingiero tiene otro sabor.
Tiene como un plus adicional.
Junto con esta toma de consciencia, me pasa que descubro que en verdad, las cosas no nos pertenecen. Como dice el versículo: “Ki li kol Haáretz” = “Porque toda la Tierra es mía”, dice Ds.
Como inquilinos de este mundo, disfrutamos de lo que tenemos creyendo ilusoriamente que las poseemos. Entender que esto no es así, y que disfrutar de algunas cosas como la comida es un regalo divino, nos eleva a un grado más agudo de disfrute.
Además de eso, nos permite agradecer. Si no es mío, si lo recibo como un regalo, lo agradezco. Aún cuando crea que siempre voy a poder abrir la refri y encontrarme ante la duda de qué elegir, aun así puede darse esto que parece tan místico, pero que definitivamente es tan religioso, y que en nuestra tradición se llama Berajá.
La Berajá no va a cambiar la esencia de la cosa. El pan será pan, y un bombón de chocolate seguirá siendo eso. Pero el acto en si mismo será diferente. Comer será otra cosa, y modificará también el objeto, a través del sujeto.
Esto que me pasó y esto que me pasa, está relacionado con lo que dicen los rabinos en el Talmud: “No nos es permitido disfrutar de las cosas de este Mundo sin Berajá”. Salvo la Tzedaká y las acciones de bien, que son una bendición en sí mismas, todo lo que disfrutamos, debe estar acompañado de una Berajá.
Hay berajot para todo. En el Sidur que usamos a diario, hay una serie de berajot que se conocen como “Birkjot Hanehenín” = “Las bencidiones para quienes disfrutan de algo”. Están en la página 347.
Lo interesante es que no tienen que ver sólo con lo que se come. Hay berajot cuando se inhala una fragancia o un perfume. Hay berajot cuando se percibe la luz de un relámpago, se oye el estruendo de un trueno, se ve el mar, se contempla el arco iris, o se disfruta de la belleza de la naturaleza.
Hay berajot para cuando uno ve crecer los árboles, se topa con un sabio judío, o con uno que no es judío.
Hay Berajot para antes de viajar y antes de fijar una Mezuzá. Hay berajot para cuando uno se encuentra con un amigo después de mucho tiempo, o para cuando pasa algo importante en su vida.
Debería haber berajot para cuando se ve el milagro de un nacimiento, tal como decimos una berajá cuando se muere un ser querido, y rompemos nuestra ropa.
Los judíos observantes suelen decir por lo menos cien berajot por día.
Para mí, si uno se las pone a contar, se enreda en un conductismo religioso que en lugar de acercarme, me aleja de la dimensión de consciencia, agradecimiento y sensibilidad a la que la berajá me invita.
Pero más allá de los números y las cantidades, lo que quería este Shabat compartir con Uds. es esta invitación a darle una vuelta de tuerca a algunas cosas que hacemos casi en forma mecánica y automática. Quiero invitarlos a que apaguen el piloto automático, y que cada acto importante que hacemos pueda tener su singularidad.
Los invito a decir berajot. No como un acto robótico. Tampoco como una obligación compulsiva. Sino como la maravillosa oportunidad de ver la vida desde el prisma de la Santidad.
Shabat Shalom,
Rabino Darío Feiguin.
Congregación B´nei Israel, Costa Rica.
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