viernes, 21 de septiembre de 2018

Sermón de Yom Kipur 5779

El próximo 13 de diciembre cumplo 50 años. Me faltan solo 85 días para celebrar medio siglo de existencia. En el calendario judío nací el 23 de Kislev, dos días antes Janucá, así que, si prefieren que celebré por esta fecha, este año corresponde al 1 de diciembre.

Les confieso que cumplir 50 años me tiene algo inquieto. No tanto por lo que significa ir poniéndose mayor (hace bastante que ya no escucho eso de “que rabino tan joven”), ni por las canas que comienzan a marcar presencia, sino por el hecho de saber que es un momento muy apropiado para detenerme a reflexionar sobre lo que estoy haciendo con mi vida.

Creo además que los números redondos generan una cierta fascinación. Todo se vuelve más glamoroso, más sofisticado… porque los números redondos nos invitan a analizar la realidad desde una perspectiva quizás más abarcadora, más amplia, una mirada que puede percibir ciclos y dinámicas…

Por otra parte, este ejercicio de reflexión es muy apropiado para esta noche de Kol Nidré. Yossef Klein Halevi –  uno de los autores más destacados de la actualidad israelí nos recuerda que “en Yom Kipur estamos forzados a reconocer el hecho esencial de nuestra vida: Que tiene un final.”

Yom Kipur nos convoca a enfrentarnos con nuestra mortalidad. Es una invitación a imaginar nuestro final y a considerar cuales fueron las elecciones claves en nuestra vida. Cuales fueron nuestras ilusiones, cuales nuestros logros y cuál es el legado que esperamos dejar.

Miro hacia atrás, recorro mis casi cincuenta años y me doy cuenta también que en julio próximo vamos a celebrar con Ruthy nuestras bodas de plata. Esto significa que llevo la mitad de mi vida casado. 

Y como saben, cuando nos casamos nos fuimos de Argentina, pasamos dos años en Israel, 5 y medio en El Salvador y el resto aquí en Panamá. Así que también puedo decirles que llevo la mitad de mi vida viviendo fuera de mi país natal y un tercio de mi vida (16 años y medio) aquí en Panamá. Nuestro hijo Dan va a cumplir 15 años en unas semanas, lo que significa que llevo el 30% de mi vida como padre.

Decidí ser rabino a los 13 años por lo que tres cuartas partes de mi vida he estado conectado con la idea del rabinato. Dirijo rezos de Rosh Hashaná y de Yom Kipur desde que tengo 17 años, por lo que llevo dando sermones como este las dos terceras partes de mi vida. Me ordené rabino en 1996 hace 22 años (me falta un poco para llegar al 50% de mi vida) 

Y soy el rabino de Kol Shearith Israel desde marzo del 2002, cuando tenía 33 años y medio, por lo que un tercio de mi vida he sido rabino de esta congregación. Es más, mudamos la sinagoga a Costa del Este hace 12 años y medio por lo que este preciso lugar, este pulpito y esta perspectiva, ha constituido física y simbólicamente mi punto de referencia durante un cuarto de mi vida.

Parado aquí me siento igual que el Dr. Sheldon Cooper, el peculiar personaje de la serie The Big Bang Theory, cuando habla de su “spot y dice:  Ese es mi sitio. En este mundo siempre cambiante es el único punto de referencia. Si mi vida se expresara como una función en un sistema tetradimensional de coordenadas cartesianas, ese sitio, en el momento en que yo lo encontré, sería el 0,0,0,0."
Así me siento. Es desde este lugar y lo que representa, desde donde escogí y sigo escogiendo llevar adelante mi tarea rabínica.

Con este espíritu quisiera en esta noche sagrada exponerles mis convicciones fundamentales. En esta jornada que abrimos nuestros corazones a Dios quiero también abrirles el mío a ustedes para compartirles cuales son mis ideales y cuales son mis sueños.

Creo firmemente en la fuerza inspiradora de la tradición judía. Por eso decidí ser rabino. Para enseñarla y transmitirla (recuerden que tanto en hebreo como en español las palabras tradición y transmisión tienen la misma raíz etimológica) 

La fe en Dios es importante, pero solo si se traduce en acciones. Cuando te lleva a actuar es una fe relevante. Porque si de algo estoy convencido, es que al final lo que cuenta son nuestras acciones. 

La fe no es sinónimo de certeza. Tampoco es sumisión. Una fe sincera y profunda tiene cuestionamientos y dudas. La fe implica plantear las preguntas, aunque no siempre obtengamos las respuestas.  Y justamente como lo central son las acciones, a lo largo de los siglos se han desarrollados concepciones teológicas tan amplias y diversas que se nos presenta frente a nosotros un abanico de definiciones de lo que es Dios, desde el motor inmóvil del Rambam (Maimónides) hasta las 10 Sefirot de los cabalistas, pasando por la visión tradicional de Dios como rey, pendiente de cada uno de nuestros actos que abunda en la liturgia de estos días.

Esa amplitud teológica y la centralidad puesta en los actos podríamos decir que llevan a cierta legitimación del agnosticismo e incluso si me permiten una herejía, hasta del ateísmo. Dicho de una manera más coloquial: puedes creer en cualquiera de las definiciones que la tradición judía ha desarrollado de lo trascendente, puedes dudar e incluso no creer, lo que cuenta al final es la sumatoria de tus acciones. En términos teológicos más que la fe, las obras de la fe.

Decidí también ser rabino porque estoy convencido que la dimensión comunitaria es un eje central de la experiencia judía. 

Se de la importancia que tiene establecer hogares judíos. Soy consciente de lo extremadamente importante que es una vida judía significativa en la familia, con sus rituales hogareños. (En Rosh Hashaná les hablé de Shabat y de Kashrut.) Pero créanme que la clave de la supervivencia judía pasa por la construcción de una vida comunitaria que nutra y de marco al desarrollo individual y familiar.

Y el desafío central de la tarea rabínica es construir comunidad. Porque incluso la tarea pastoral – que es muy personal y privada - se expresa dentro del contexto de la vida en congregación.

Y la construcción comunitaria es un ejercicio continuo. 

Desde hace casi 100 años, exactamente en 1919, Kol Shearith Israel decidió enrolarse en las corrientes liberales del judaísmo. 

Ser liberal o progresista es intentar hallar el sendero dorado en donde la tradición y la modernidad se encuentran. Suena difícil y resulta desafiante, pero en ese proceso hemos estado como congregación, con altas y bajas, convencidos de que esa es la visión que debe guiar nuestro rumbo.

Es un camino difícil porque demanda por un lado de una notable capacidad de equilibrio para mantener siempre el balance y no desviarse a ninguno de los extremos y por el otro de un compromiso y un involucramiento que fluyen con naturalidad en las posiciones radicales y que cuesta conseguir en los espacios moderados.

Ser una comunidad progresista es difícil. Requiere que nos tomemos muy en serio el judaísmo. Si queremos confrontarlo con los desafíos que la vida contemporánea nos plantea no podemos hacerlo desde la ignorancia ni desde el desinterés. 

“Talmud Torá keneged kulam” dicen los sabios. “El estudio de la Torá equivale a todos los otros preceptos.” El estudio debe ser un elemento fundamental de nuestra vida comunitaria y digo “debe” porque lamentablemente todavía no lo es para la mayoría de nosotros. 

Necesitamos dedicar más tiempo al estudio de nuestros textos sagrados. Y aquí aprovecho el espíritu de Yom Kipur para hacer un reconocimiento de mis errores por la responsabilidad que tengo al respecto.

Otra deuda pendiente es la plegaria. A veces pienso que somos una congregación que no reza o reza poco, lo cual constituye un oxímoron, una contradicción. y en ese sentido siento que por diversas razones estamos lejos del lugar que, al menos yo, quisiera que estemos. 

Somos una congregación y diría que una de nuestras tareas principales es congregarnos para rezar.

“Da Lifnei Mi Ata Omed” dice ahí arriba. Cuando se diseñó la sinagoga tuve la posibilidad de elegir la frase que íbamos a colocar allí como inspiración.  “Da Lifnei Mi Ata Omed, sabe frente a quien estas parado.” La sinagoga no es la casa de Dios, es la casa de la congregación. La presencia de Dios se hace manifiesta cuando nos reunimos y rezamos juntos. Tu y yo, nosotros. La congregación no es un ente abstracto sino el sistema que se constituye a través de la interacción de cada uno de nosotros. Ese es el fundamento de la vida sinagogal.

El rezo de shabat en la mañana, que incluye la lectura de la Torá, es el más importante de la semana, pero en la realidad no lo es o al menos así lo demuestra la asistencia. El viernes en la noche, nuestra plegaria más concurrida, carece de profundidad litúrgica, amén de las complicaciones logísticas propias y ajenas que impiden a la gente llegar temprano.  Nuestro minian de los jueves, en lo personal la plegaria que más disfruto, ha logrado consolidarse como un espacio litúrgico relevante. La intensidad del rezo y la constancia de los asistentes logra esa mezcla de fervor y rutina que es el ideal al que la plegaria apunta. Sería deseable poder llevarlo a más días y lograr una mayor convocatoria. 

Necesitamos educarnos más y vivenciar la plegaria, familiarizarnos con la liturgia y eso se logra estudiando y rezando. Me apunto un segundo error del que sin duda tengo responsabilidad. Espero poder mejorar en este nuevo año.

Ser una comunidad progresista significa que somos abiertos de mente y estamos dispuestos a incorporar las ideas de nuestros tiempos. Pero esto no se limita solo a cuestiones propias de la vida sinagogal. Somos y debemos ser una comunidad inclusiva, que promueve los derechos humanos y el respeto por la dignidad de cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios. 

Como minoría religiosa sabemos el valor de la diversidad. Lo promovemos cada año en nuestro espacio Mosaico; y ese reconocimiento e incluso la celebración de la diversidad trasciende el ámbito religioso. Se extiende a todos los temas, incluso a aquellos que sé que incomodan a algunos. Más allá de las posiciones individuales, es importante promover una cultura de respeto y de encuentro que erradique toda forma de discriminación. 

Ser una comunidad progresista significa que desde nuestra esencia judía estamos abiertos al encuentro con la sociedad y todas sus inquietudes. Nuestra labor en el dialogo interreligioso y el trabajo conjunto que realizamos con nuestros vecinos de la Parroquia San Lucas dan testimonio de ese principio. 

Lo hacemos desde nuestras convicciones y afirmando quienes somos. Nada devalúa más cualquier intercambio que el abandono de las ideas propias. Nada fortalece más la identidad que el encuentro con el otro, con el distinto. Y desde ese lugar nos involucramos en la construcción de una sociedad más justa y solidaria. Y por eso nos sumamos a aquellas causas que apuntan en esa dirección, (donación de sangre, banco de alimentos, limpieza de playas y un largo etcétera)

Miren a vuestro alrededor. Somos una joven congregación de 142 años. Tenemos una comunidad activa y entusiasta. La demografía nos hace ver el futuro con optimismo. Si logramos un poco más de pasión, si cada uno se compromete a dar, aunque sea un paso hacia adelante en su vida comunitaria, me atrevo a decir que esa utopía, aquello que venimos soñamos juntos está mucho más cerca de convertirse en realidad.

Dije al principio que en Yom Kipur al enfrentarnos con nuestra propia mortalidad debemos cotejar las decisiones claves de nuestra vida. En mi caso, llegamos con Ruthy en el año 2002 con sueños e ilusiones. Hicimos de KSI nuestro hogar y de Panamá nuestro lugar en el mundo. 

A mis “casi” 50 años puedo decirles que ser el rabino de Kol Shearith Israel me llena de orgullo y de satisfacción. Ser el líder espiritual de esta congregación me motiva cada día a seguir creciendo y a tratar de ser un rabino mejor. 

Dicen los sabios en Pirkei Avot que cuando uno cumple 50 años ya está capacitado para dar consejos. No tengo dudas que la experiencia me ha dado algo de sabiduría para hacer mejor mi tarea. Y me mantengo profundamente apasionado con el desafío de continuar construyendo una vida comunitaria para nosotros y nuestros hijos, que nos inspire, nos nutra y nos enriquezca a todos.

Y los invito, a cada uno, para que podamos seguir haciéndolo juntos, por muchos años más.

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