Los rabinos de la UJCL escriben acerca de la parashá de la semana.
Rabino Joshua Kullock
Kol Hakehila , Guadalajara
México
Era un día soleado, cuando un famoso medico recibe la llamada de su padre: “Hola Aarón, ¿cómo te encuentras? – pregunta el padre, y continua – Quería contarte algo, pero no tengo ninguna intención de discutirlo contigo. Sólo te lo cuento porque eres mi hijo mayor y tienes derecho a saber. He tomado una decisión: me voy a divorciar de tu madre.” El hijo, sumamente sorprendido, a duras penas puede hilar alguna frase, intentando encontrar las razones que justifiquen tal decisión. “Papá – dice él – no puedes divorciarte de mamá tan a la ligera. ¡Han sido 54 años juntos! ¿Qué es lo que ha pasado?” “Es demasiado doloroso para mí, hijo. Prefiero no hablar del tema, y te pediría que tú le contaras a tu hermana para ahorrarme tal sufrimiento.” “Pero… ¿dónde está mamá? ¿puedo hablar con ella?” “No, y te prohíbo que le digas nada ya que todavía no he hablado del tema con ella. Créeme que no ha sido fácil, y estos últimos días han sido un calvario, pero he llegado a una decisión indeclinable. He citado al abogado para dentro de dos días.” “Pa – dice Aarón al borde de la desesperación – no hagas nada a las apuradas. Yo me voy ahora para el aeropuerto a tomarme el primer avión para allá. Prométeme que no harás nada hasta que yo llegue.” “Ok, hijo, te lo prometo. La próxima semana es Pesaj, y esperaré hasta después del Seder para hablar con el abogado. Avísale por favor a tu hermana que no quisiera hablar más del tema con nadie.” Treinta minutos más tarde, la hija llama a su padre y le confirma que tanto ella como su hermano han conseguido pasajes para dentro de dos días. “Aarón me ha dicho que no quieres hablar del tema por teléfono, pero prométeme que no harás nada hasta que los dos estemos allí.” Su padre asiente, y ni bien cuelga el teléfono, mira a su esposa y le dice: “Bien, esta vez ha funcionado, pero tendremos que ver qué se nos ocurre para hacerlos venir en la cena de Rosh haShana.”
Las relaciones entre padres e hijos, o entre madres e hijos, han sido muy bien estereotipadas a lo largo de nuestra historia. La “idishe mame” es una figura que nos ha acompañado por décadas, y los chistes, cuentos o comentarios alusivos a su imagen reflejan muchas veces un quiebre o falta de comunicación entre generaciones. Uno de estos famosos chistes dice que en el contestador automático de una buena madre judía – ashkenazit o sefaradit – podemos escuchar: “Este es el teléfono del consultorio del Dr. Goldstein. Deje su nombre y teléfono y ojalá que lo llame pronto porque a mí, que soy la madre, no me llama nunca.” Asimismo, no sería sorprendente que en su lápida encontremos escrito: “¿Vieron que era cierto cuando les decía que estaba enferma?” Definitivamente, los judíos hemos sabido hacer nuestro aporte a la cultura de la culpa.
¿Habrán sido siempre así las relaciones entre padres e hijos en nuestro pueblo? ¿La desconexión intergeneracional es un problema judío o es un problema de la modernidad? Quizá al leer la última Parasha de Sefer Bereshit podamos encontrar algunas respuestas. Porque como ustedes saben, Sefer Bereshit es el libro de las relaciones familiares por excelencia. Diez de las doce parashiot de Génesis están dedicadas a la vida de los patriarcas y matriarcas, y en casi todos los capítulos del libro podemos encontrarnos con diversas aristas en lo que irá moldeando diferentes relaciones entre distintos familiares. En este contexto, las historias de Iacob y sus doce hijos nos ofrecen imágenes fuertes, escenas difíciles, y reconciliaciones dignas de ser imitadas por todos nosotros.
Iacob, el anciano patriarca, vive junto a su familia de pastores en una tierra alejada del resto de los egipcios. Iosef, por su parte, sigue siendo amo y señor de Egipto, y vive en la capital, siendo parte fundamental de la estructura faraónica. Se ha casado con la hija de un sacerdote pagano y sus dos hijos han sido criados en la metrópolis más importante de aquellos tiempos, sin contacto alguno con lo judío.
La Tora nos cuenta que Iacob cae enfermo, y que el final está pronto a llegar. Iosef, su hijo, abandona sus quehaceres imperiales y va a visitarlo junto a sus propios hijos Menashe y Efraim. Al ver Iacob a los niños, le pregunta a su Iosef: “¿Mi Ele? ¿Quiénes son aquellos?” Prestemos atención: Iacob ha vivido sus últimos 17 años en Egipto, y aun así no logra reconocer a sus propios nietos. Al parecer, dichos niños tenían la apariencia de todo joven egipcio que vivía en el palacio del Faraón, y por tanto a su abuelo se le hizo difícil reconocerlos. Iosef y su familia, por tanto, son el paradigma de la familia asimilada a quienes es imposible reconocer a simple vista como judíos. De más está decir que la falta de reconocimiento de sus descendientes también parecería indicarnos que el trato intergeneracional no era ni muy frecuente ni muy intenso.
Y aun así, Iacob va a regalarles a sus nietos una bendición muy importante, que dejará su impronta en la historia de nuestro pueblo. Las palabras de nuestro patriarca son las que usualmente nuestra tradición ha decidido utilizar para que los padres bendigan a sus hijos cada Shabat. Una vez que hemos cantado el Shalom Aleijem y antes de recitar el Kidush, padres y madres apoyan sus manos sobre sus hijos varones y recitan: “Iesimja Elohim keEfraim vejiMenashe… que Ds te haga como a Efraim y a Menashe.” A las hijas mujeres también se las bendice, esperando que Ds las haga como a nuestras matriarcas Sara, Rivka, Rajel y Lea.
Ahora bien… ¿Por qué debemos nosotros hoy en día bendecir a nuestros hijos pretendiendo que sean como Efraim y Menashe? ¿Acaso queremos que nuestros hijos se transformen en pequeños egipcios sirviendo al Faraón de turno? ¿Qué fue lo que hicieron los hijos de Iosef a fin de ser honrados con esta bendición?
Existen varias respuestas a estos interrogantes. Una de estas explicaciones enfatiza el rol de Iosef en esta historia: nuestro patriarca entendía profundamente la idea de que una acción vale más que mil palabras, y, por tanto, al llevar consigo a sus hijos a ver al abuelo moribundo, les enseñó el valor de bikur jolim, de visitar a los enfermos, asistir a los débiles y preocuparse por los necesitados. Al bendecir a nuestros hijos pidiendo que sean como Efraim y Menashe, lo que hacemos es pedirle a Ds que nos ayude a ser padres y educadores que - al igual que Iosef - sepan enseñar a través del ejemplo y la acción.
Otros comentaristas hablan de Efraim y Menashe como el paradigma de aquellos que viviendo en la cuna de una sociedad diferente no perdieron su identidad particular. Es cierto que muy probablemente los hijos de Iosef se hayan vestido de acuerdo con las últimas tendencias de la moda egipcia y hayan escuchado la música y leído la literatura que el resto de sus compañeros oía o miraba. Y aun así, su identidad judía permaneció fuerte y no fue debilitada. Al bendecir a nuestros hijos pidiendo que sean como Efraim y Menashe, lo que hacemos entonces es trabajar por una tradición judía abierta que no tiene miedo ni reparos en dialogar con otras corrientes y tradiciones, sabiéndose llena de fuerza e intensidad.
La última respuesta que quiero compartir me la ha contado mi maestro y rabino Manes Kogan. Según él, la clave para que entendamos la importancia de la bendición a los hijos de Iosef radica en el hecho de que esos niños pasaron a conformar dos de las tribus de Israel. Todos sabemos que las tribus iban a ser nombradas de acuerdo a los hijos de Iacob, y sin embargo, los hijos de Iosef logran alcanzar un estatus que parecía no corresponderles. Siendo así, Efraim y Menashe nos vienen a recordar que de acuerdo a nuestra tradición, nadie está condenado a ser presa del destino o la naturaleza. Así como ellos lograron elevarse y aspirar a más, nosotros podemos seguir su ejemplo y esforzarnos por ser mejores personas, mejores hermanos, mejores judíos. Mientras que Abraham, Itzjak y Iacob fueron elegidos y cumplieron un rol fundante en nuestro pueblo, Efraim y Menashe nos enseñan que cada uno de nosotros puede hacer la diferencia, ya que no hay que nacer especial para ser especial.
En la capacidad de sobrepasar las circunstancias que los rodeaban ellos encontraron su bendición. Quiera Ds que cada uno de nosotros pueda hoy aceptar el desafío de erigirse en bendición, pudiendo elevarnos por sobre lo vano, tomando nuestro lugar entre los fieles y orgullosos descendientes de Iacob, de Iosef, de Efraim y de Menashe.
Shabat Shalom
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