Los rabinos de la UJCL escriben acerca de la parashá de la semana.
Génesis - Bereshit 44:18-47:27
Rabino Rami Pavolotzky
Congregación B’nei Israel, Costa Rica
El testimonio del rostro
En la Parasha de esta semana, somos testigos del reencuentro de Iosef con sus hermanos, y más tarde con su padre Iaakov. Es sumamente interesante el pequeño diálogo que mantiene Iaakov con el Faraón de Egipto, al ser presentado por Iosef. El faraón le pregunta "… ¿cuántos son los días de los años de tu vida? (Génesis 47:8). A lo que Iaakov responde "… los días de los años de mi peregrinaje son ciento treinta años; pocos y aciagos han sido los días de los años de mi vida y no han alcanzado a los días de los años de la vida de mis padres, en los días del peregrinaje de ellos" (Génesis 47:9). Este es el único diálogo que mantendrán por el resto de sus vidas Iaakov, el jefe del pequeño clan hebreo, y el Faraón, el rey del imperio más grande de su época (o al menos el único que la Torá menciona).
Varios elementos de este diálogo llaman la atención del lector atento. Por empezar, no se entiende porqué el Faraón pregunta sólo por la edad de Iaakov, mientras que a sus hijos les pregunta sobre su ocupación, y conversa con ellos sobre la probable vida que podrán desarrollar en Egipto (Génesis 47:1-4). Tampoco se entiende la respuesta que da Iaakov: ante una pregunta relativamente técnica y específica del Faraón de Egipto, Iaakov entrega una reflexión poco habitual, melancólica y quejosa. Iaakov parece hablar desde la autoridad que brinda la edad, aún ante el hombre más poderoso de la tierra. No se entiende la necesidad de explicar cómo han sido sus años, cuando sólo le había sido requerido decir edad. Además, tampoco queda claro porqué Iaakov afirma que ha vivido menos años que sus padres, cuando él no sabía aún cuántos años le quedaban por vivir.
El comentarista medieval Rambán, Najmánides, es quizás quien brinda la respuesta más adecuada a todos estos interrogantes. Él dice que Iaakov aparentaba ser extremadamente viejo, mucho más de lo que era considerado normal en Egipto. Al Faraón le llama mucho la atención el aspecto de Iaakov y por eso le pregunta cuál es su edad. Según Rambán, Iaakov se da cuenta del asombro del Faraón y le contesta diciendo que en realidad él no es tan viejo como parece, y que de hecho sus padres llegaron a ser mucho más ancianos que él. La causa de que se vea así es que su vida ha sido dura y triste, las angustias y el sufrimiento le han provocado ese aspecto particular.
Es interesante notar cómo nuestros sabios conocían muy bien la influencia que tiene la forma en que vivimos en nuestro rostro en particular, y en nuestro cuerpo en general. Ellos sabían que todos tenemos una edad biológica, pero además contamos con la edad "vivida", por llamarla de algún modo, que es la que aparentamos y sentimos cada día al levantarnos.
A medida que transcurre nuestra vida, vamos forjando nuestra propia edad. Hay circunstancias inevitables, que hacen que seamos más felices o más desgraciados, más sanos o más saludables. Ante esto es difícil oponerse. Pero nuestra tradición nos indica que somos nosotros los hacedores de nuestra vida, los electores de nuestro destino. Iaakov vivió gran parte de su vida engañando y siendo engañado. Cuando Iaakov declara "… pocos y aciagos han sido los días de los años de mi vida…" puedo escuchar el eco de las penurias y el sufrimiento que, en cierto sentido, él mismo causó a los demás y se causó a sí mismo.
Las arrugas y las canas que los años nos traen pueden adornar nuestros rostros, convirtiéndose en símbolos de la bendición de haber vivido vidas largas y fructíferas. Cuando vivimos en forma sincera, entregando a cada instante lo mejor de nosotros, haciendo de la lealtad, la amistad, la fe, la esperanza y el amor, banderas que izamos cada día, entonces nuestros cuerpos y rostros lo agradecen, se relajan y respiran mejor. Aprendamos de la vida de nuestro patriarca Iaakov, podamos escuchar su consejo sutil. Los engaños nos engañan, la sinceridad nos hace mejores personas.
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