jueves, 27 de enero de 2011

Mishpatim 5771

MISHPATIM 5771
Rabino Joshua Kullock

Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera. Cuando pasaban cerca de un enorme árbol, cayó un rayo y los tres murieron fulminados. Pero el hombre no se dio cuenta de que ya había abandonado este mundo, y prosiguió su camino con sus dos animales.

La carretera era muy larga, colina arriba; el sol era muy fuerte, estaban sudados y sedientos. En una curva del camino vieron un portal magnifico, todo de mármol, que conducía a una plaza pavimentada con adoquines de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde manaba un agua cristalina.
El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada: “¿Cómo se llama este lugar tan bonito?”, le preguntó. “Esto es el CIELO”. “Qué bueno que hayamos llegado al CIELO, porque estamos sedientos”.

“Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera”, y el guardián señaló la fuente.

“Pero mi caballo y mi perro también tienen sed...”.

“Lo siento mucho...”, dijo el guardián, “Pero aquí no se permite la entrada a los animales”.

El hombre se levantó con gran disgusto, ya que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber solo; dio las gracias al guardián y siguió adelante.

Después de caminar un buen rato cuesta arriba, exhaustos, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puertecita vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles.

A la sombra de uno de los árboles había un hombre tirado en la tierra, con la cabeza cubierta por un sombrero, que posiblemente dormía. “Buenos días”, dijo el caminante. El hombre respondió con un gesto de la cabeza. “Tenemos mucha sed, mi caballo, mi perro y yo”, dijo aquel hombre sediento.

“Hay una fuente entre aquellas rocas”, dijo el hombre indicando el lugar. “Pueden beber tanta agua como quieran”.

El hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed. El caminante volvió atrás para dar las gracias al hombre. “Pueden volver siempre que quieran”, le respondió.

“A propósito... ¿cómo se llama este lugar?”.

“Este es el CIELO”, le dijo aquel hombre.

“¿El CIELO? ¡No puede ser! ¡Si el guardián del portal de mármol me ha dicho que aquello era el CIELO!”.

“Aquello no era el CIELO, era el Infierno”.

El caminante quedó perplejo. “¡Deberías prohibir que utilicen tu nombre! ¡Esta información falsa debe provocar grandes confusiones!”.
“¡De ninguna manera! En realidad, nos hacen un gran favor, porque allí se queda todo el que es capaz de sacrificar a su prójimo”.

La Parashá de esta semana está plagada de preceptos. En ella casi no hay relato alguno, sino que por el contrario, gran porcentaje de su contenido está dedicado a la transmisión de normas y más normas. 

Frente a la espiritualidad de la Parashá que leímos la semana pasada, y el escenario imponente del Monte Sinaí a la hora de recibir los Diez Mandamientos, Parashat Mishpatim se caracteriza por mostrarnos de manera casi árida la fuerza de la ley.

Y esta ley se vincula específicamente con las regulaciones que hacen a las relaciones entre los hombres. “VeEle haMishpatim asher tasim lifneihem… Y éstas son las ordenanzas que pondrás delante de ellos” (Éxodo 21:1). VeEle, “y éstas”, determinando que tanto lo que leemos aquí como lo que leímos la semana pasada ocurrió en el Sinaí. Asher tasim lifneihem, “que pondrás delante de ellos”” porque como decía Rabí Efraim Lunshitz: el hombre debe ante todo aprender cómo comportarse con su prójimo, para aprender luego a comportarse con Ds.

Muchas veces nos encontramos con gente confundida, que cree que el Judaísmo es un cúmulo de rituales.

Muchas veces nos encontramos con gente que se equivoca al creer que el servicio a Ds está por delante de todo, y no tienen miramientos a la hora de humillar a quien ellos suponen equivocados.

Muchas veces, como dice el cuento, nos encontramos con gente que por un poco de agua son capaces de sacrificar a su prójimo.

A todas esas personas, y a todos nosotros, la Parashá de esta semana nos viene a decir: no te olvides que para ser un buen judío, debes ser un buen ben adam; para ser un buen judío es imprescindible ser una buena persona.

Porque Judío no es aquel que se esconde tras los rituales, sino aquel que a través de su identidad particular, puede canalizar su judaísmo de forma tal que la sociedad en la que vive se transforme día a día en una sociedad cada vez mejor.

Porque Judío no es aquel que sólo se dedica a Ds, sino aquel que reconoce en la mirada del otro el llamado divino de no abandonar a la viuda, al huérfano ni al desamparado.

Porque Judío no es aquel que se escapa al cielo, sino aquel que sabe traer lo celestial a este mundo, trabajando en ésta, nuestra tierra, en la construcción del reino de los cielos.

Infinidad de veces nos vemos tentados a seguir adelante, sacrificando a aquellos que nos fueron útiles o necesarios en tiempos pasados. Esta semana, nuestra Parashá nos advierte que entender a nuestro prójimo como el peón sacrificable de un tablero de ajedrez es una ofensa terrible, no solo para con dicho ser humano, sino también para con Ds.

Que podamos entonces aprender nuestra lección, y sacar de ella las conclusiones que debamos.

Shabat Shalom uMeboraj!

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