BO 5771
Éxodo – Shemot 10:1-13:16
8 de enero, 2011 – 3 de Shvat, 5771
Rabino Mario Gurevich
Beth Israel Synagogue – Aruba
La lectura de esta semana nos relata las últimas tres plagas de Egipto y la víspera del éxodo que sacaría a los hebreos de la esclavitud a la libertad. Hay en medio del relato sin embargo, un par de versículos inquietantes, por decir lo menos, ya que involucran cuestiones éticas y de comportamiento.
En Éxodo 12:35-36 dice: “E hicieron los hijos de Israel conforme al mandamiento de Moisés, pidiendo de los egipcios alhajas de plata y de oro y vestidos. Y Dios dio gracia al pueblo delante de los egipcios y les dieron cuanto pedían; así despojaron a los egipcios”.
El mandamiento al que hace referencia este versículo se encuentra en uno anterior, (Éxodo 11:2) donde encontramos: “Dios dijo a Moisés… Habla ahora al pueblo y que cada uno pida a su vecino, y cada una a su vecina, alhajas de plata y de oro”.
Esto genera un mal sabor. Pareciera ser un complot para despojar a los egipcios. Adicionalmente el termino hebreo para “pedir” puede ser traducido tanto como solicitar o pedir prestado (recordar aquí que en principio Moisés solicito al Faraón permiso para un viaje de tres días para efectuar sacrificios y regresar), lo que implicaría adicionalmente engaño en el acto.
La Torá no se extiende sobre el tema y no nos da pautas mayores para tratar de entender este relato ni sus connotaciones, pero los comentaristas se ocuparon del asunto durante siglos lo que me lleva a pensar que el tema también les molestaba.
Básicamente, los comentarios concluyen en uno de los dos siguientes esquemas:
1)
Lo obtenido de esta forma, el “botín” por llamarlo de alguna manera, fue el pago por los trabajos realizados por los hebreos durante los años de esclavitud durante los cuales no percibieron ningún salario. Esto le daría un tinte moral ya que se trataría de compensaciones y no de saqueo.
2)
Los egipcios dieron voluntariamente sus pertenencias a los hebreos, según unos por admiración ante las maravillas que habían presenciado en los días anteriores o según otros en el deseo de contribuir a que se marcharan lo más pronto posible y poner así fin a las plagas que los habían martirizado.
De todas maneras, unas u otras explicaciones nos llevan a entender este procedimiento como un acto de reparación al término de una situación de beligerancia entre dos pueblos, aunque el paralelo pudiera ser considerado un tanto forzado en este caso.
En los años cincuenta del siglo pasado, Alemania (Occidental en ese momento) pagó millones de dólares en reparaciones de guerra al pueblo judío, generando en su momento una gigantesca controversia. No tanto a nivel de los pagos efectuados a individuos y que permitieron a miles de personas reconstruir sus vidas o al menos aliviar sus angustias económicas, sino porque Alemania consideró al Estado de Israel –que formalmente no existía durante la guerra– como el beneficiario de todas esas reparaciones que no tenían destinatario específico, nominalmente los seis millones de muertos, despojados de sus vidas, de sus futuros y previamente de sus bienes.
Muchos opinaban que esa deuda de horror no podía pagarse ni cotizarse en dinero; sin embargo, la posición pragmática prevaleció, y esas reparaciones fueron las que permitieron financiar al Estado de Israel en esos dificilísimos años de inicio. Unas de cal, otras de arena…
¿Y adónde fueron a parar todas esas prendas, tomadas, prestadas o saqueadas a los egipcios o eventualmente entregadas libremente por ellos?
Primero al becerro de oro, mal comienzo en la conducta de un pueblo recién liberado y del que se esperaba un poco más de gratitud y de fe. Y luego a la construcción del Santuario en el desierto, que de alguna manera sirvió de expiación y catarsis al tropezón anterior.
Hoy no llegaré a ninguna conclusión. Pareciera que hay acciones y circunstancias que no son necesariamente condenables o ensalzables sino hasta que sucedan los epílogos de la historia y tengamos la posibilidad de juzgar a posteriori.
Más tarde, la Torá nos ofrecerá toda una serie de normativas para humanizar la guerra y sus batallas, y esas serán finalmente las pautas que harán escuela, poniendo la ética una vez más en el centro y cúspide de nuestras aspiraciones.
Shabat Shalom.
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