Rabino Joshua Kullock.
Comunidad Hebrea de Guadalajara, México.
Nitzavim es una parashá relativamente corta y, a diferencia de muchas otras, podemos leerla de un tirón y ver que se articula desde un único tema: la centralidad del pacto concertado entre Ds y el pueblo de Israel.
La parashá comienza dando cuenta de que todo el pueblo – sin excepciones – se encuentra erguido frente a Ds, en lo que se presenta como el imponente marco de una unidad que, trascendiendo toda diferencia de género y estatus social, se presenta para afirmar su vínculo con el Santo bendito sea. No obstante, en lo que se presenta como una aparente contradicción, el texto da cuenta de que este pacto se afirma y confirma tanto con aquellos que estuvieron presentes en ese momento como con aquellos que no (Deut. 29:13-14). Pero si estaban todos, ¿a quiénes se refiere el texto? Tal vez la Torá nos quiere enseñar que el pacto se sostiene y continúa a través del tiempo, con todas aquellas generaciones que anidaron en potencia en aquellos tiempos, y que muchos siglos después han decantado en cada uno de nosotros (y a su vez en nuestros continuadores). Todos, ellos y nosotros, somos responsables de sostener el pacto y fortalecer la relación que nos une como pueblo a Ds.
¿Cómo se sostiene el pacto? Nuestra parashá lo deja claro: A partir de la Torá. Esta Torá que, de acuerdo a lo expresado por el texto, no se encuentra allende al mar ni tampoco en las alturas (cf. Dt. 30:11-14), condensa la praxis a través de la cual el vínculo se mantiene. Ahora bien, nosotros judíos liberales tenemos que estar atentos a no caer en la trampa de creer que dicha praxis está definida de antemano. A través de la historia, nuestro pueblo – en diferentes grupos y a partir de distintas formas de interpretar y traducir el texto en acción – fue definiendo prácticas a través de las cuales forjó la relación con lo divino. La creencia en una sola forma de acercarnos a Ds es un invento moderno, que poco tiene que ver con el espíritu de nuestra tradición. Pero por otro lado, reconocer que el camino no está condicionado por lo que otros decidieron en algún momento de la historia, nos exige desarrollar la capacidad de definir en nuestros propios tiempos cuál será la manera en la que nosotros traduciremos la Torá, en prácticas que nos identifiquen como comunidad y que nos permitan asimismo reencontrarnos con Ds. Para que ello suceda, debemos animarnos a recuperar nuestros textos y tradiciones, a fin de poder respaldarnos en ellos para encontrar la manera de ser fieles a los principios e ideales de un judaísmo que sea propio de la forma en la que entendemos la vida en el siglo XXI.
Es en este espíritu que debemos también interpretar los últimos versículos de la parashá:
He puesto por testigos sobre ustedes el día de hoy a los cielos y a la tierra. La vida y la muerte les pongo delante de ustedes; la bendición y la maldición. Y elegirán la vida a fin de que puedas vivir tú y tu descendencia. (Deut. 30:19)
La única forma en la que podemos hacer que el judaísmo sea viviente y vibrante radica en nuestra capacidad de reivindicar las narrativas, las ideas y los fundamentos que acompañan y han acompañado al pueblo judío durante siglos, traduciéndolos en un sistema de prácticas que promuevan la vida, la bendición y la posibilidad de legarles a nuestros hijos el desafío de continuar sosteniendo, en conjunto, aquel pacto único que nos sigue uniendo como hijos de Israel con Ds.
A pocas horas de comenzar un nuevo año, creo que es un buen momento para renovar el compromiso con esta noble tarea.
Shabat Shalom uMeboraj!
Shaná Tová uMetuká!
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