Yom Kipur no aparece en la Torá.
Mejor dicho, la conmemoración de un día de expiación el décimo día del séptimo mes, es decir el 10 de Tishrei, si aparece en nuestro texto sagrado.
Lo que no encontramos en la Torá es puntualmente la expresión Yom Kipur sino que aparece Yom Kipurim (Lev. 23:28) o Yom Hakipurim (Id. 25:9 y 23:27) día de las expiaciones.
Incluso la liturgia utiliza permanentemente esta forma tal como acabamos de verlo desde el Kol Nidré en adelante.
Este detallé sutil, que podría pasar desapercibido para la mayoría de nosotros, despertó la inquietud de los místicos que se maravillaron con el juego de palabras que surge de leer Kipurim – día de expiaciones – como dos vocablos separados "Ki" – que significa “como”, adverbio de comparación y “Purim”, la fiesta que celebra la salvación judía del exterminio en la época persa.
Así, este día sagrado, este Yom Kipurim, no es otra cosa que Yom Ki- Purim, un día como Purim.
¿Qué tienen en común estos dos días tan distintos de nuestro calendario? ¿En qué se asemeja la jornada más solemne del año con la fiesta conocida como el carnaval judío?
Diversas y fascinantes interpretaciones han surgido para dar respuesta a estas preguntas. La relación entre el ayuno de Ester y el ayuno de Kipur por ejemplo o la sensación de que todo está en manos divinas tal como sugiere en el relato de Purim y como se manifiesta en nuestras plegarias durante todo este día.
Durante años, me gustaba citar la explicación de una de las figuras más emblemáticas del humor judío Ashkenazi, Herschele Ostropoler, un bufón y narrador de historias, quien vivió en lo que hoy es Ucrania a final del siglo XVIII - principios del siglo XIX.
¿En que se parecen ambas fiestas?
En Purim decía Herschele, nos disfrazamos como gentiles, mientras que en Yom Kipurim nos disfrazamos, pero de judíos piadosos
Les confieso que antes, cuando era “mucho más joven” no sólo me cautivaba esta frase sino que además me gustaba citarla precisamente en Yom Kipur. Sentía que el sarcasmo encerraba una crítica profunda y despiadada a aquellos que una vez al año se acercaban a la sinagoga para participar de la experiencia litúrgica.
Al igual que Herschele, yo creía que esa hipocresía de disfrazarnos de judíos piadosos una vez al año debía ser denunciada.
Quizás en mi soberbia juvenil percibía que esa combinación perfecta de humor y cinismo lograría un golpe de efecto redentor que cambiara las ideas, las prioridades y las acciones de mis feligreses y casi mágicamente las adaptara a lo que yo consideraba era lo correcto.
La experiencia me enseñó que las cosas no funcionan así. El crecer me ayudó a asumir que mi rol de líder religioso yace más en inspirar que en regañar y la madurez me hacer ver que los cambios deben ser graduales y fruto de las convicciones íntimas de cada uno.
En Purim nos disfrazamos como gentiles, mientras que en Yom Kipurim nos disfrazamos de judíos piadosos. La frase, graciosa cuando está en boca de un bufón, se vuelve disonante cuando sale de mi boca.
Pero hay algo más en la comparación que me desagrada.
Yom Kipur no se trata de disfrazarnos sino todo lo contrario. Es acerca de vernos como realmente somos. Quizás sea esa una de las razones por la cual en Yom Kipur está prohibido maquillarse.
Vivimos todo el año produciéndonos tratando de mostrar una versión mejorada de nosotros, intentando resaltar nuestros atributos y esconder nuestros defectos.
Yom Kipur nos obliga a mostrarnos como somos, nos expone ante los otros, nos expone ante Dios y sobretodo, ante nosotros mismos.
No, Yom Kipur no consiste en disfrazarnos sino en despojarnos de todo aquello que no es auténticamente nuestro. Enfrentamos la imponente presencia divina, sin artificios y sin falsedades. Nos quitamos nuestras máscaras y confrontamos la más severa de todas las miradas, la que surge de nuestro propio ser interior.
El escritor argentino Jorge Luis Borges, una de las plumas más destacadas del siglo XX, tiene un cuento maravilloso que se llama El otro.
En el relato, describe un prodigioso encuentro que se produce en dos tiempos y en dos lugares diferentes.
Un maestro del género fantástico, el autor coloca al joven Jorge Luis Borges, sentado en un banco en Ginebra Suiza, en 1918, quien se encuentra con el ya mayor Jorge Luis Borges, en 1969, en Cambridge, Inglaterra.
Con una sensibilidad notable, Borges nos regala esta conversación entre su yo joven y su yo mayor. 51 años de edad los separan. El idealismo y las ilusiones del joven Borges contrastan con la experiencia y cierto desencanto del Borges mayor.
Los protagonistas se miran de reojo, con recelo y desconfianza. Se reconocen como propios pero la situación los incomoda. Se prometen el reencuentro para el día siguiente pero sabiendo ambos que ninguno asistirá.
“El otro” se llama el cuento. ¿Quién es el otro?
¿En qué momento de la vida nos convertimos en alguien diferente de quien éramos? ¿Cuando dejamos de ser aquel joven entusiasta y soñador para convertirnos en lo que somos ahora?
Quizas Yom Kipur sea una buena oportunidad para aspirar al reencuentro.
Si estás más cerca del Borges mayor, te invito que cierres los ojos y te recuerdes como eras a los veintitantos años. Posiblemente tenías más cabello y menos cintura, más ilusiones y menos temores.
¿Dónde quedaron aquellos sueños juveniles? ¿Aquel deseo de cambiar el mundo? ¿Dónde está esa sensación de poder llevarte el mundo por delante con tus principios y tus convicciones?
Al mirar atrás debes preguntarte también por tus renuncias y tus cobardías. ¿Qué tuviste que abandonar para llegar adonde llegaste? ¿En qué transaste? ¿Dónde claudicaste?
Mira dentro de ti y responde. ¿Qué te reprocharía aquel o aquella joven que tú eras, al verte hoy? ¿Cuáles serían sus reclamos?
Y que le cuestionarías tu, hoy, a aquel muchacho o a aquella muchacha que atesoraba esperanzas y promesas sin percibir las responsabilidades que la vida conlleva.
Las preguntas pueden ser dolorosas. Las respuestas se vuelven indispensables. Sin máscaras ni maquillajes debes en primer lugar reconocerte en aquella versión juvenil, luego tratar de visualizar el hilo conductor, la sumatoria de pasos que te llevaron desde aquel pasado hasta este presente para así aspirar a la armonía del reencuentro.
Si te identificaste con el Borges joven, también tengo preguntas para ti. ¿Cómo crees que serás dentro de 40 o 50 años?
¿Cuáles son tus objetivos en la vida, que esperas alcanzar y cuál es el precio que estás dispuesto a pagar por ello? Estas comenzando a formar una familia, a construir tu propia carrera profesional, ¿Podrás diferenciar tus aspiraciones legítimas de las quimeras? ¿Y tus sueños de meros espejismos? ¿Serás capaz de asumir responsabilidades sin abandonar la frescura y el placer por lo novedoso que caracterizan tu juventud?
Debes responder con honestidad e integridad. La vida es demasiado valiosa para andar improvisando.
No puedes ser joven por siempre ni puedes ser víctima de las convenciones dejando a otros las decisiones de tu vida. Asume el protagonismo de tu vida. Con valor y decisión siembra hoy las semillas que darán sus fruto más adelante.
A mí me parece que hay un tercer Borges en el relato, el que observa desde afuera. Un Borges que me lo imagino equidistante entre el joven y el viejo.
El que ha recorrido lo suficiente en la vida para ver la distancia que lo separa de su joven yo, y a la vez mira el largo trayecto que le falta para convertirse en una persona mayor.
Es con ese tercer Jorge Luis Borges, con quien yo, como muchos de lo que estamos acá, nos identificamos.
Me reconozco en el medio de la vida, mirando con cierta nostalgia al joven Gustavo. Añorando algunas de sus cualidades, extrañando su perseverancia y su anhelo por cambiar el mundo.
Me lo imagino mirándome a la distancia y asumo que estará satisfecho con los logros personales y profesionales.
Posiblemente me reclamará algunas asignaturas pendientes y me obligará a jurarle que este año definitivamente voy a bajar de peso.
Y también miro para adelante y me imagino a mi viejo yo. Cuántas preguntas me vienen a la mente. ¿Seré capaz de mantener el mismo entusiasmo a lo largo de todo el trayecto? ¿Podré asumir nuevos desafíos manteniendo la integridad y la claridad en el horizonte? ¿Voy a lograr conservar encendida el fuego sagrado de mi vocación rabínica?
¿Conseguiré sostener el equilibrio entre el ímpetu de la juventud y la madurez de la experiencia sin renunciar a la pasión por lo que hago?
Me imagino que tus preguntas son muy parecidas. Responderlas requiere coraje y un compromiso de vida.
Jorge Luis Borges, el autor, quedo ciego a los 55 años. Escribió este cuento 20 años más tarde. Su ceguera le impedía ver el exterior pero conocía magistralmente el interior del individuo.
Yom Kipur, yom Kipurim es un día distinto. Ayunamos y compartimos una jornada de plegaria e introspección. Por una vez al año se nos invita a dejar de lado nuestra faceta animal para concentrarnos en nuestro ser espiritual.
Nos paramos frente a Dios, sin máscaras ni maquillajes, sin disfraces de ninguna clase y se nos convoca a mirar dentro de nosotros para reencontrarnos con el otro, con los otros.
Yom Kipur. Yom Kipurim nos sacude de la monotonía de nuestras vidas y nos desafía a afrontar el más severo de los exámenes: responder las preguntas incisivas y punzantes que plantea la voz de nuestras conciencias
Yom Kipur. Yom Ki – purim, un día como purim
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