jueves, 9 de enero de 2014

Beshalaj 5774

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana

por la Rabina Daniela Szuster
Congregación B´nei Israel, Costa Rica

"Y ocurría que, cuando elevaba Moshé su mano, prevalecía Israel” (Shemot 17:11)

En el final de la parashá de esta semana se nos cuenta acerca del primer obstáculo que tuvo el pueblo de Israel, al encontrarse con otro pueblo. Los hijos de Israel fueron liberados, salieron de Egipto y, en el camino, el pueblo de Amalek los atacó. Inmediatamente, Moshé le pidió a Ioshua que reuniera varios hombres para salir a la guerra.

Es sumamente interesante la descripción que hace la Torá acerca de dicha batalla: "Y ocurría que, cuando elevaba Moshé su mano, prevalecía Israel; mas cuando bajaba su mano, prevalecía Amalek" (Shemot 17: 11).

¿Qué quiere decir esto?  ¿Por qué triunfaban cuando elevaba Moshé sus manos y fracasaban cuando las bajaba?  ¿Quiere decir que Moshé tenía algún tipo de poder divino? ¿O que D"s mismo, por medio de las manos de Moshé, digitaba el combate? ¿No eran los hombres quienes realmente estaban luchando?

En el Talmud, Tratado de Rosh Hashaná 29a, los sabios se preguntan sobre esta situación y concluyen con una respuesta muy profunda: "¿Acaso las manos de Moshé hacían la guerra o la detenían?”  El texto explica que siempre que los hijos de Israel elevaban sus ojos hacia el cielo y entregaban su corazón a D"s, se sentían valientes y con fuerzas, y en cambio, cuando no lo hacían, decaían y eran vencidos.

Según esta respuesta, la victoria no dependía estrictamente de las manos de Moshé ni del poder divino, sino de algo mucho más simple y más humano. El triunfo dependía de la propia confianza del pueblo en sí mismo para poder enfrentar este nuevo desafío.  Las manos de Moshé no hacían nada, sino que cuando el pueblo elevaba su mirada hacia el cielo, se acordaba que hay alguien superior, dándoles fuerza y apoyo para enfrentar los desafíos de la vida.  Solo en ese momento recuperaban su valor y coraje.

Cuántas veces nos ocurre, en los diferentes momentos de la vida, cuando debemos superar un nuevo obstáculo y sin saber exactamente por qué, nos convencemos de que no somos capaces de hacerlo, por lo que, "exitosamente", logramos fracasar.

Puede ser en un examen, en un nuevo proyecto, en un negocio, o hasta cuando nos enamoramos.  Creemos que no somos la persona indicada, la persona ideal que busca quien está frente a nosotros. Pero a la vez deseamos fervientemente alcanzar aquél lugar, anhelamos aprobar el examen, tener éxitos en el proyecto, en el negocio, o al enamorarnos.

Como nos enseña la parashá de esta semana, lo que se necesita es la propia confianza.  No esperar milagros ni líderes salvadores sino tener fe en nuestro Creador, Quien nos sostiene y fortalece y, además, convencernos de que somos lo suficientemente capaces como para alcanzar nuestras metas tan anheladas.

Cuando estemos perdidos, en medio de alguna batalla, con miedo, incertidumbre y desasosiego, dirijamos nuestras miradas hacia el cielo para recuperar la confianza en nosotros mismos, sin esperar que manos milagrosas actúen por nosotros.

Como lo dice el Salmo 121: “Alzo mis ojos hacia las montañas: ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda vendrá de Adonai, creador de los cielos y de la tierra”.

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