Por el Rabino Guido Cohen
Asociación Israelita Montefiore
Bogotá, Colombia
La Parashá de esta semana, Mishpatim, contiene más de cincuenta mitzvot -preceptos- en los que los principios generales de los diez mandamientos que recibimos la semana pasada toman forma como numerosas y detalladas leyes.
La última parte de la Parashá, sin embargo, deja de lado las complejas normas y se detiene en un episodio particular, en donde se describe la celebración que compartió Moshé con Aarón, Nadab, Abihu y los setenta ancianos del pueblo, luego de haber recibido la Torá.
En un asombroso versículo de esa sección, la Torá nos dice que este selecto grupo “vio a Dios…comió y bebió” (Éx. 24:10-11). Los exégetas tradicionales, desde hace ya varios siglos, se sintieron incómodos con esta idea de que en el momento cuando estos hombres percibieron la revelación divina, eligieron comer y beber. De hecho, fueron muchos los intérpretes que intentaron desvincular estos dos eventos, afirmando que por un lado vieron a Dios y que luego, más tarde, comieron y bebieron. El Midrash afirma, incluso, que esa acción de comer y beber luego de haber vivido una experiencia espiritual tan intensa fue lo que selló la suerte de Nadab y Abihu, que luego serían castigados con la muerte tras un extraño episodio. Dando por sentado que comer y beber no es algo lo suficientemente digno como para hacerse luego (o en el mismo momento) en que se percibe la revelación divina, la mayoría de los lectores tradicionales del texto han buscado argumentos que dejen bien claro que estas dos cosas no estaban conectadas.
Hasta ahora, todo en sintonía con lo que conocemos: lo divino se vincula con lo solemne, con lo espiritual, con el silencio, con ejercicios de meditación y complejos rituales. La comida, la bebida y otras cuestiones profanas, no acercan sino que parecen alejar al hombre de Dios.
Sin embargo, la interpretación tradicional de este versículo fue “revolucionada” hace unos trescientos años, cuando Rabí Israel ben Eliezer, el Baal Shem Tov, comienza a esbozar las principales ideas del pensamiento jasídico. Para él, presenciar la revelación divina y disfrutar de placeres mundanos, como ser la comida y la bebida, no solamente no es contradictorio sino que es precisamente a partir de esa capacidad de percibir lo mundano de otro modo, que el ser humano tiene la posibilidad de percibir la revelación divina.
Basado en el versículo de los Salmos que dice "Gustad y ved que es bueno Adonai" (34:8), el Baal Shem Tov hace un juego de palabras y dice: "Allí donde degustas y ves que es bueno, pues allí está Adonai".
Los Jasidim desarrollan así un concepto llamado Avodá beGashmiut, que podría traducirse como “servicio a Dios a través de acciones corpóreas”, en donde se entiende lo corpóreo como lo mundano y, en apariencia, lo trivial. Partiendo de la máxima que afirma que “ningún lugar está desprovisto de Su presencia”, los Jasidim comenzaron a enseñar que debemos buscar lo divino en todos nuestros caminos, y no limitar nuestro encuentro con lo trascendente a los lugares y rituales tradicionales.
Desafiando a las corrientes ascetas y elitistas que abundaban en el judaísmo de esos tiempos, pensadores como Rabí Menajem Najum de Chernobyl afirman que en el pan (y en toda comida) se encuentra la palabra divina que da fuerza vital al universo, y por lo tanto, quien priva a su cuerpo de comer, se priva a sí mismo (y al mundo) de recibir las chispas divinas que residen en dicha comida. En la misma línea está Rabí Najman de Breslav, cuando enseña que a través de la comida el pueblo de Israel hace yijudim, es decir, une los mundos celestiales con el mundo terreno.
Después de la interpretación del Baal Shem Tov, ni siquiera es suficiente afirmar que la ingesta y la bebida se dieron inmediatamente después de la revelación. ¡Fue precisamente en el acto, en apariencia profano, de sentarse a comer y beber que Moshé, Aarón y el resto de los “notables” presenciaron la revelación divina! El vínculo de ellos con lo divino fue justamente comer y beber.
La celebración del mundo terreno, la búsqueda de lo sagrado en lo cotidiano y aparentemente profano, y la toma de consciencia de la potencialidad divina de nuestras actividades más triviales son también caminos para encontrar lo divino. O mejor aún, podríamos decir: son esos los caminos en donde más probablemente encontremos lo divino. El ayuno y las prácticas ascéticas distancian al individuo de su prójimo; quizás por eso entienden los Jasidim que, a fin de cuentas, terminan distanciándolos también de Dios. Por el contrario, la celebración compartida alrededor de una mesa nos hermana y nos acerca y, por lo tanto, hace que la presencia de Dios esté más cerca de cada uno de nosotros.
Shabat Shalom,
Rab. Guido Cohen
Asociación Israelita Montefiore
Bogotá, Colombia
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