Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana
Rabino Gustavo Kraselnik
Kol Shearith Israel - Panamá
Cualquier amante de los crucigramas, como es mi caso, conoce una serie de palabras claves que aparecen casi obligatoriamente en la mayoría de ellos. Una de esas que nunca puede faltar es la que se refiere al dios egipcio del sol (dos letras): RA
Sin embargo, conocer su utilidad para resolver complejos juegos de palabras no significa comprender su significado. (Sigo sin saber mucho sobre el “rio italiano de dos letras” – Po)
En mi caso, fue muchos años después que descubrí el lugar destacado que ocupaba Ra en el panteón egipcio. Era el símbolo de la luz solar, el dador de vida y el responsable del ciclo de la muerte y la resurrección.
Pareciera ser que es contra la figura de Ra que va dirigida la novena plaga de Dios a los egipcios, La oscuridad (Ex. 9:21-23)
Dijo Adonai a Moisés: Extiende tu mano hacia los cielos y que haya oscuridad sobre la tierra de Egipto y que se palpe oscuridad. Tendió Moisés su mano hacia los cielos y hubo oscuridad: tinieblas en toda la tierra de Egipto, tres días. No pudieron divisar hombre a su hermano, ni se levantó hombre alguno de su lugar, tres días. Empero, para todos los hijos de Israel hubo luz en sus moradas.
¿Qué era esa oscuridad? ¿Una tormenta de arena, una densa niebla? Queda claro que no se trata solo de una situación de ausencia de luz, posiblemente un remanente de las “tinieblas sobre la faz del abismo” (Gn. 1:2) que había antes de que Dios comenzara el proceso creador.
En el Midrash (Ex. Rabá 14:2) encontramos una fascinante discusión sobre el origen de la oscuridad. Una opinión sustentada en el libro de los Salmos (18:11) sostiene que provenía del cielo mientras que la otra, basada en el libro de Job (10:21) lo asociaba con la tinieblas del Gehinom (una suerte de “purgatorio” en el pensamiento rabínico).
Ahora bien, si asumimos cierto “in crescendo” en la severidad de las plagas, podría sorprendernos el lugar que ocupa esta plaga – la penúltima- en comparación con otras más dañinas o que generaron un estrago mayor (en la narración del Salmo 105, la oscuridad aparece primera – v.28).
Quizás podamos amarrar esta novena plaga con la última. De hecho, a diferencia de todas las anteriores en donde siempre el faraón terminaba accediendo a los reclamos de Moisés (aunque después no los cumplía) en esta oportunidad la negociación fracasa y el encuentro termina con una fuerte advertencia del Faraón:
¡Vete de mi presencia! ¡Cuídate, no vuelvas a ver mi rostro; pues el día en que tú veas mi rostro, habrás de morir! (Ex. 9:28)
(Los amantes de los juegos de palabras notamos que no es un comentario muy feliz el del faraón, para ese momento de oscuridad)
Volviendo a la novena plaga, esta puede visualizarse en conjunto con la última, la muerte de los primogénitos. Así, la oscuridad física es continuada por la muerte, entendida esta como la oscuridad final.
Hay otra línea argumentativa que podría iluminarnos (otro juego de palabras) para comprender mejor el sentido trágico de la oscuridad. Rabi Itzjak Meir de Guer, el fundador de la dinastía jasídica de esa ciudad (1799-1866) afirma que las palabras de la Torá al referirse a esta plaga, “No pudieron divisar hombre a su hermano”, deben interpretarse metafóricamente como una situación de ceguera inducida por el egoísmo. Cuando uno es incapaz de ver el sufrimiento de su hermano está sumido en una oscuridad profunda.
Quizás asociada a esta reflexión, podamos comprender porque el Talmud (Brajot 9b) cuando discute a partir de que instante exacto del amanecer se puede recitar el Shemá de la mañana, nos enseña que podemos hacerlo desde el momento en que se reconoce la cara de un amigo.
Podemos interpretar esta enseñanza de manera alegórica. Mientras no seamos sensibles para ver y distinguir a nuestro semejante y ver en él a un amigo, es un acto de hipocresía proclamar nuestra fe en Dios.
Inmersos en la oscuridad de sus corazones, los esclavizadores egipcios no pudieron encontrar la luz espiritual que los sacara de las tinieblas. Al salir de Egipto, al pie del monte Sinaí, nuestros antepasados recibieron el mandato de traer luz al mundo. (“La Torá es luz” – Prov. 6:23)
Y ese mismo mandato nos lo han legado a nosotros: Iluminar este mundo, por momentos tan lúgubre y sombrío, con la luz de la solidaridad, la luz de la verdad, la luz de la justicia y la luz de la esperanza.
Shabat Shalom
Gustavo
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