Rabino Guido Cohen
Asociación Israelita Montefiore
Bogota, Colombia
La parashá que leemos esta semana comienza prescribiendo los sacrificios que una mujer debía ofrendar luego de dar a luz y el proceso que tenía que atravesar esta mujer para estar pura. A lo largo de generaciones, estos preceptos generaron varios interrogantes y dudas. ¿Cuál es el motivo por el que una mujer que da a luz es considerada impura? ¿Por qué algo tan maravilloso como el traer vida al mundo es visto como una fuente de 'tumáh' (impureza)? ¿Acaso la impureza no tendría que estar relacionada con cosas desagradables y no con algo tan elevado y sagrado como la llegada de una nueva vida al mundo?
Uno de los grande maestros jasídicos, Rabí Menajem Mendl de Kotzk, nos trae una enseñanza que nos ayuda a comprender el misterioso origen de la impureza que genera un parto. Según el Talmud (Taanit 2a) hay tres cosas de las cuales Dios tiene en sus manos tres 'llaves' que no entrega nunca a un emisario sino que cuando es necesario utiliza él mismo: las llaves de las lluvias, las del alumbramiento y de la resurreción de los muertos. Al decir que Dios tiene las llaves del alumbramiento, enseña el Koztker Rebbe, el Talmud nos está mostrando que en el momento en el que una mujer da a luz, Dios se hace presente para poder utilizar esa llave y recibir al niño en el mundo. Cada niño que llega al mundo llega en cierto modo 'de la mano' de Dios. Entonces, prosigue el Kotzker, cuando termina ese momento Dios abandona ese lugar y por lo tanto hay una disminución de la santidad allí donde hace instantes Su presencia había sido percibida. Para este maestro del jasidismo, la impureza no está vinculada al contacto con algo desagradable sino a la disminución de la santidad en determinada circunstancia. No es lo desagradable lo que nos hace impuro, sino una baja en la intensidad de sacralidad que percibimos, un corrimiento de la presencia divina. Hay momentos que son tan importantes y elevados, tan cercanos a la trascendencia, que cuando esos momentos terminan entonces nos sentimos vacíos de la presencia de Dios. Quizá por eso, la palabra 'profano' (Hol) tiene en hebreo la misma raíz que la palabra 'vacío' (Halal). El tiempo profano comienza cuando termina el Shabat, es esa partida de la santidad la que nos deja vacíos y por lo tanto más alejados de lo santo. Es decir, es la falta de un fluir intenso de santidad la que nos hace 'impuros'. Ahora, esta impureza es también el punto de partida del proceso de Purificación, que nos ayudará a volver a elevarnos.
La mujer que da a luz debe ir a la Mikve porque la llegada de su hijo fue un momento tan elevado que todo lo que viene después puede parecer demasiado profano. Cuando pienso en esto me viene a la mente una imagen más 'mundana' pero que puede ser bastante ilustrativa.
Aquellos que se han casado seguramente recordarán el momento en el que terminan los festejos. Ese momento en el que ya no queda nadie en el lugar de la celebración, nos sentamos en una silla, nos quitamos los zapatos y pensamos ¿y ahora...? Meses de preparación, momentos de elevación altísimos, la jupá, los bailes, la alegría que no conoce fin. ¿Y después de eso qué? Creo que la sensación que describe el Kotzker es similar a eso pero elevada a la enésima potencia. El bajón que sucede luego de todo momento de alta elevación y santidad.
Y allí entra entonces la figura de la Mikve. ¿Para qué sirve la Mikve? La Mikve sirve para conectarnos con lo trascendente en el momento en el que quizá nos sentimos desprovistos de Su presencia, en tiempos en los que la presencia divina puede parecernos más distante y alejada. La mujer que da a luz encuentra en la mikve la posibilidad de volver a conectar con la santidad a la que ha despedido y utilizar estos dispositivos rituales y tradicionales como vehículos para recuperar aquella presencia de Dios que la ha tocado un instante pero que luego la ha dejado. La Mikve no la conecta con el alumbramiento reciente sino con el propio nacimiento, aquel momento en el cuál la presencia de Dios vino a utilizar la llave para recibirla a ella en el mundo. Es al conectarnos en la Mikve con ese origen, que podemos reorientarnos hacia el nuevo punto en el que encontraremos conexión con la infinita y trascendente presencia de Dios. Quien alguna vez entró a la Mikve sabe de qué le estoy hablando. Y quien aún no lo ha hecho, y quizá siente que la presencia de Dios está últimamente alejada de su vida, puede quizá intentar con este ritual ancestral que sin ser mágico ni instantáneo nos ayuda a conectarnos de una manera especial.
Rabino Guido Cohen
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