Rabino Guido Cohen - A.I. Montefiore, Bogotá Colombia
La Torá hecha poesía
En este Shabat leeremos Shirat Haazinu, el canto o poema con el cuál Moshé se despide del pueblo de Israel antes de dejar la existencia terrena para pasar a la eternidad. Junto con Shirat HaYam, el canto que la hermana de Moshé entonó al cruzar el mar rojo, son dos lugares peculiares de la Torá. En primer lugar porque tienen una métrica y unas imágenes que hacen de ambos textos hermosos poemas, pero también porque la forma de escribirlos en un Sefer Torá según la tradición masorética es a modo de verso y no de prosa. Si el lector tiene oportunidad de acercarse a la Torá el próximo sábado mientras es leída, o si pueden prestar atención cuando el Magbia levanta el texto, notarán que las columnas de nuestras Parashá son más angostas, ocupando cada columna la mitad de lo que ocupa una columna. Hace poco, alguien me preguntó si la Torá contenía otros ejemplos de poesía. Estuve un tiempo pensando la respuesta. Quisiera compartir con ustedes, ya que hablamos de Torá y de poesía, una versión ampliada y escrita de mi respuesta.
Más allá de tecnicismos propios de un estudioso de la literatura me gusta pensar que en realidad Haazinu es una pequeña y hermosa poesía dentro de una gran poesía llamada Torá. Por supuesto que no estoy haciendo una afirmación acerca del género literario, sino de las implicancias teológicas que tiene vincularse con la Torá de un modo u otro.
Los niños, que no están acostumbrados a las cosas que los adultos llamamos 'normales' o 'anormales', tienen una edad hermosa en la que no cuestionan la verosimilitud de un determinado texto o de una película. A medida que van creciendo, nuestros hijos empiezan a notar que hay cosas que uno lee o mira en la TV que no se verifican con el mundo 'real' que habitamos. Entonces surgen preguntas como '¿en serio existen tortugas ninja?' o '¿si se me cae un diente de veras vendrá el ratón Perez a comprármelo por la noche?'.
Como adultos, les explicamos que hay cosas que suceden en las películas o en los cuentos y que no suceden necesariamente en la 'vida real'. No es que sean 'mentira' o que lo que sucede en ese cuento de hadas tan bello 'no es cierto', sino que son cosas que suceden sólo en los cuentos. A medida que crecemos vamos intentando construir una perspectiva alrededor de eso que a veces denominamos 'ficción' y si no alimentamos ese niño que llevamos dentro, vamos perdiendo el gusto por esas historias que nos cuentan cosas que en realidad no sucedieron. Es más, sentimos cierta sensación reconfortante cuando al comenzar una película nos aclaran que está 'basada en hechos reales'. Es así que vamos perdiendo la capacidad de conmovernos ante un hermoso poema o una historia fantástica. Si no es cierto, entonces por lo menos tiene que ser creible. Y si no, ¡no es para mí!
Y sin embargo, algunos más y otros menos, seguimos apreciando la belleza de un lindo poema y hasta nos dejamos conmover en una escena de un film que narra una historia que nunca sucedió ni sucederá. Derramamos una lágrima cuando vemos a E.T. subir en su bicleta en busca de su casa o temblamos cuando el innombrable Voldemort amenaza con sus dementores a Harry Potter. Sabemos que no es 'cierto', pero elegimos ser parte de esa 'ficción'. Los que saben de literatura llaman a esto el 'pacto ficcional'. Dicho pacto es una suerte de acuerdo entre el lector y el autor, según el cual el lector asume las reglas del relato en el que se sumerge y le otorga una dimensión de 'realidad' a lo que sucede en el mundo irreal de la ficción en la que se sumerge.
Quizá uno de los mejores ejemplos de cómo funciona esto es la hermosa novela de Michael Ende en la cual se basa la película 'La historia sin fin'. Bastian, el protagonista de la historia, con el poder del Auryn, logra sumergirse en el libro hasta que su vida se transforma en la vida de un protagonista de ese libro. Con la ayuda de Atreyu y de la emperatriz, la frontera entre la historia fantástica y la vida de Bastian comienza a difuminarse hasta casi desaparecer.
¿Qué tiene que ver todo esto con la Torá?, se preguntará el lector de estas líneas. En cierta forma, creo que la Torá toda es como una gran poesía, como un texto fantástico y maravilloso en el cuál decidimos 'sumergirnos' para hacer de ellos el relato de nuestras vidas. Cuando leemos la Torá en términos de verdadero/falso, verosimil/inverosimil, solemos caer en dos afirmaciones que creo nos alejan del verdadero espíritu de este majestuoso texto. Algunos, justifican todo lo que dice la Torá como cierto inventando rebuscadas teorías acerca de cómo el mundo verdaderamente fue creado en seis días, como es posible que por un fenómeno que sucede una vez cada 'x' cantidad de años baje la marea, y así con cada una de las bellas imágenes de esta poesía. Otros, eligen el camino inverso: etiquetan a la Torá como 'mentira' y por lo tanto se convencen de que no hay nada en ese texto antiguo y lleno de imprecisiones sobre el mundo que merezca ser leído.
Sólo unos pocos, se aventuran al 'pacto' y leen la Torá como poesía. Son a menudo los mismos que pueden convivir con la alcachofa de tierno corazón que se vistió de guerrero (Pablo Neruda, Oda a la Alcachofa) o con el burro que habla en Shrek. Son aquellos que entienden que los textos maravillosos (y la Torá es 'la reina' de esos textos) tienen una reserva infinita de sentido que está esperando ser creado o develado por sus lectores.
La semana en Nitzavim afirmamos que estuvimos allí, concertando con Dios el pacto y haciendo de la Torá nuestro texto. Y esta semana la Torá nos sorprende con poesía. Como si quisiera reafirmar el poder de lo poético y advertirnos que no busquemos en la revelación de la palabra divina un 'libro de texto', Moshé se despide entregándonos poesía dentro de ese gran poema que es la Torá.
Ojalá podamos tener nuestros corazones abierto a conmovernos y a aventurarnos en el pacto que nos propone hacer de nuestra existencia algo que gire alrededor de ese sabio, inagotable y simbólico manantial de sabiduría.
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