Rabino Gustavo Kraselnik
“Yo sé, yo sé. Somos el pueblo elegido. Pero quizás por una vez, ¿no pudiste elegir a otro?”
La frase pertenece a Tevye el lechero, el célebre personaje creado por Scholem Aleijem (Ucrania 1859 – EEUU 1916), protagonista de la novela escrita en Yidisch que lleva su nombre y que se hizo famosa gracias al musical “El violinista en el tejado”.
Con su irreverencia característica, Tevye se dirige a Dios cuestionando la pobreza y los ataques antisemitas de los que eran víctimas “Sus elegidos”. Su planteo sagaz encierra una crítica al concepto de pueblo elegido, que ha formado parte del pensamiento judío a lo largo de los siglos y que se origina en diversos pasajes de la Torá, entre ellos uno que aparece en Parashat Ki Tavó:
“Y Adonai ha declarado hoy que tú eres pueblo de su exclusiva posesión (Am Segulá), como te lo ha prometido, para que guardes todos Sus mandamientos…” (Deut. 26:18)
En su comentario a este versículo, el RaMBaN (Najmánides, España siglo XIII) afirma que fue por medio de la aceptación de la Torá que Dios consideró a Israel como un pueblo especial entre las naciones. De hecho, esa misma línea sostenemos en la bendición que pronuncia cada persona, cuando es convocada a la Torá: “Que nos eligió entre los pueblos y nos otorgó Su Torá”.
A lo largo de los siglos, el concepto de Pueblo Elegido ha dado lugar a interpretaciones erróneas e incluso a acusaciones discriminatorias. Es cierto que en el seno de la tradición judía algunas voces optaron por una lectura más exclusivista de esta idea, pero a mi modesto entender, siempre prevaleció la visión más abierta y universalista.
Permítanme enumerar algunas nociones básicas para corroborar esta idea.
La tradición judía afirma que todos los seres humanos descendemos de la primera pareja (Adán y Eva), y la Mishná nos dice, en un famoso pasaje (Sanhedrín 4:5), que esto es para aprender que nadie puede decir que sus ancestros son superiores a los de otra persona.
RaMBaM (Maimónides, España, siglo XII), en otro reconocido texto (Mishné Torá, Hiljot Teshuvá 3:5), sostiene que los justos entre las naciones tendrán lugar en el Olam Habá, en el Mundo Venidero.
La Torá (Núm. 15:16 y otros) también reconoce la igualdad legal de los extranjeros residentes, mientras que Iosef Caro (España e Israel, siglo XVI) afirma, en el Shulján Arúj (Ioré Deá 268:1-2), que todo aquel que se convierte al judaísmo es igual al que nació judío, rechazando así cualquier concepción exclusivista por nacimiento o pertenencia al pueblo.
La “elección” de Israel no implica superioridad o santidad innata. Debe ser visualizada desde el lado de las obligaciones asumidas en el pacto con Dios, más que desde los aparentes beneficios que pudieran recibirse gratuitamente. En palabras del profeta Isaías: “y te pondré como pacto para el pueblo, como luz para las naciones” (Is. 42:6).
Por otra parte, en la medida en que Israel abandone el pacto, su destino se asemejará al de las demás naciones (ver Amos 2:4) y sufrirá severas consecuencias por ello, tal como ilustra nuestra propia Parashá:
“Pero sucederá que si no obedeces a Adonai tu Dios, guardando todos Sus mandamientos y estatutos que te ordeno hoy, vendrán sobre ti todas estas maldiciones y te alcanzarán” (Deut. 28:15).
Yo creo que la mejor forma de entender el concepto de pueblo elegido es invirtiendo la fórmula. (Una vez leí que era una idea asociada a un espejo.) Más que Dios elegir a Israel, fue Israel el que eligió a Dios. Nos convertimos en el pueblo elegido por medio del pacto, porque asumimos el desafío de ser Sus socios en la obra de creación.
Lo mejor del caso es que esta elección no es exclusiva. Cualquier individuo, cualquier grupo tiene la facultad de ser también elegido en la medida en que decida elegir a Dios, vivir bajo la guía y la inspiración divina, con el único mandato de seguir el principio que rezamos tres veces al día en el Aleinu, al final de nuestra plegaria: Letaken Olam Bemaljut Shadai, perfeccionar el mundo bajo el mandato de Dios.
¿Somos el pueblo elegido? Prefiero creer que somos el pueblo que eligió a Dios, y eso es una gran responsabilidad que nos compromete.
Shabat Shalom,
Gustavo
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