Rabino Rami Pavolotzky
Congregación B´nei Israel
San José, Costa Rica
Los valores del judaísmo
Después de enterrar a su esposa Sará, Abraham se preocupa por el futuro de su hijo Itzjak y decide que ya es tiempo de encontrarle una esposa. Es por eso que llama a su esclavo y le dice: “Y te juramentaré en nombre de Adonai, D”s de los cielos y D”s de la tierra: que no habrás de tomar esposa para mi hijo, de entre las hijas de los de Quenahan, en medio de los cuales yo estoy asentado. Sino a mi tierra, donde nací, habrás de ir y habrás de tomar de allí una esposa para mi hijo, para Itzjak” (Bereshit 24:3-4). Abraham le prohíbe enfáticamente a su servidor buscarle esposa a su hijo entre las mujeres de la tierra en que vivía (Quenahan), y le orden escoger una mujer de la tierra en que la que él había nacido.
¿Cuál es el sentido de esta escogencia? ¿Qué tenían de malo las mujeres de Quenahan y porqué eran tan especiales las de Ur (siguiendo el comentario de Rashi)?
Algunos han querido ver en este deseo de Abraham una alusión al matrimonio endogámico, que practicaban algunas tribus en Medio Oriente: los hijos varones debían tomar mujeres de la misma tribu a la que pertenecían, para conservar la cultura propia, preservar el patrimonio financiero y evitar los conflictos con otras tribus o pueblos.
Otros han visto en este suceso el inicio de la costumbre judía de casarse dentro del seno del pueblo, con el objetivo de formar familias judías que preserven la identidad judía de los hijos y aseguren la continuidad de la tradición.
Si bien ambas explicaciones son plausibles y representan valores que los judíos hemos mantenido durante siglos, en el contexto del relato bíblico que estamos analizando es difícil justificar la elección de Abraham mediante cualquiera de estas dos explicaciones. Por un lado, las mujeres de la tierra natal de Abraham no necesariamente pertenecían a “su tribu”, y solo un pequeño grupo era parte de su familia. Por otro lado, si nos referimos a las cualidades religiosas que buscaba Abraham en una futura esposa para su hijo, las mujeres de Ur no eran menos idólatras que las de Quenahan. ¿Por qué entonces tomarse el trabajo de ir hasta una tierra lejana para intentar convencer a una mujer de que se casara con el hijo de un tal Abraham que vivía en un lugar desconocido?
Radak nos recuerda que la descendencia de Quenahan había sido maldecida por el comportamiento sexual incorrecto de su patriarca (Bereshit 9:25), mientras que la simiente de Shem (de quien descendía Abraham) había sido bendecida: ¿por qué mezclar entonces la simiente bendita con la maldita?
Abarvanel, por su parte, nos da una explicación más positiva y provechosa que la de Radak. Dice (citado en el Jumash del Rab. Mordejai Edery): “que sea de mi familia, o por lo menos de mi tierra natal, pues por esto ella se parecerá tal vez en su naturaleza a mi hijo, ya que el éxito de la pareja depende de la convergencia de naturaleza y carácter. Que sea una buena mujer, no es necesario que sea poseedora de bienes, pero sí de cualidades”.
Según esta explicación de Avarbanel, lo que Abraham estaba buscando era una mujer que fuera parecida en sus cualidades morales a las de su hijo, una mujer honesta y de buenos valores. Él sabía que las mujeres de Quenahan no se destacaban por sus virtudes, y al mismo tiempo conocía que en su tierra natal habitaban hombres y mujeres de bien.
Siguiendo la exégesis de Abarvanel, el Rab. Mordejai Katz (en su libro “Lilmod ulelamed”) nos indica que Abraham sabía que es posible abandonar la adoración de ídolos y comprender racionalmente que hay un solo D”s… después de todo, ¡Abraham mismo había pasado por ese proceso! Sin embargo, hay ciertas cualidades morales, como ser la piedad y la misericordia, que son difíciles de adquirir en un adulto. Abraham buscaba para su hijo una mujer de bien, una mujer que compartiera los mejores valores del ser humano, y pudiera unirse a su hijo y a su familia, quienes profesaban la cualidad del jésed, la benevolencia, la generosidad, la compasión. Abraham sabía que una mujer así podía ser hallada en su tierra natal, y no en la tierra que él habitaba. Después de todo, los judíos somos conocidos (¡y cuánto deseo que aún lo seamos!) como rajmanim, baishanim vegomlei jasadim, es decir personas misericordiosas, introvertidas/vergonzosas y que efectúan actos piadosos. ¡Eso solo se aprende en familia!
Se cuenta que una vez un judío rico visitó al Rabí de Leipnik con el objetivo de proponerle casar a su hijo con su hija. Sin embargo, al escuchar la propuesta el rabino parecía desconcentrado, y más bien lucía intranquilo. Explicó entonces que un niño de su ciudad estaba muy enfermo y que estaba preocupado por él. “¿Pero por qué está tan preocupado por un niño extraño?”, preguntó el visitante. Al oír esto, el rabino decidió que su hija no debía casarse con el hijo del rico mercader. Alguien que proviniera de una persona que mostraba tan poca preocupación por los demás, no podía ser un esposo deseable para su hija.
Abraham Avinu no buscaba la pureza racial ni la preservación del patrimonio familiar, sino que anhelaba que a su familia entrase gente de bien. La esposa ideal para su hijo sería aquella que pudiera demostrar las mejores virtudes humanas, como ciertamente lo habría de hacer Rivká (ver Bereshit 24). Nuestro patriarca Abraham nos enseñó que el judaísmo, más allá de la religiosidad y la observancia de los preceptos, debe vivirse de acuerdo a los valores y cualidades más elevados que como seres humanos podemos desarrollar, conduciéndonos siempre con la verdad, la benevolencia y la misericordia.
¡Shabat Shalom!
Rabino Rami Pavolotzky
Congregación B´nei Israel
San José, Costa Rica
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