Rabino Mario Gurevich
Beth Israel Synagogue – Aruba.
Ojalá que todo el pueblo del Eterno fuese profeta
Y corrió el joven y lo anunció a Moisés y dijo: “Eldad y Medad están profetizando en el campamento”. Y respondió Josué hijo de Nun, ayudante de Moisés y uno de sus jóvenes y dijo: Señor mío, Moisés, encarcélalos. Y le respondió Moisés: Estas celoso por mi causa? Ojalá que todo el pueblo del Eterno fuese profeta, poniendo el Eterno su espíritu sobre ellos.
De sus muchas virtudes, la Torá destaca enfáticamente la modestia (humildad según algunos) de Moshé. En la Parashá de hoy se destaca una de dichas menciones: “Y aquel hombre Moisés era muy modesto, más que todos los hombres que había sobre la faz de la tierra”. (Números 12:3)
De sus muchas virtudes, la Torá destaca enfáticamente la modestia (humildad según algunos) de Moshé. En la Parashá de hoy se destaca una de dichas menciones: “Y aquel hombre Moisés era muy modesto, más que todos los hombres que había sobre la faz de la tierra”. (Números 12:3)
Es interesante ver la reacción de aquellos alrededor de Moisés y la de él mismo en torno al críptico episodio de Edad y Meldad. El primer joven mencionado habría sido, según Rashi, Guershón, el hijo de Moisés. Josué (Joshua) era la mano derecha de éste y a la larga sería su sucesor.
Ambos habían visto y vivido, desde su posición privilegiada, las numerosas rebeliones y constantes quejas del pueblo frente a cada adversidad. Ambos sintieron que una nueva rebelión se hallaba en gestación, y sintieron su obligación yugular tal eventualidad de inmediato.
Sin embargo, Moisés no solo no acepta la sugerencia sino que contesta: “ojalá que todo el pueblo del Eterno fuese profeta”. Ello no solo reconfirma la aseveración inicial sobre la modestia o humildad de Moisés sino también su talla de líder, dispuesto a aceptar que no es el único depositario de una verdad absoluta y a tolerar la discrepancia y aun la oposición legítima, diferenciando a esta de la sedición y la rebelión.
Algunos años atrás, mi Congregación anterior – sin Rabino en ese momento- decidió emprender temporalmente una ruta de auto-gestión, con los miembros de la congregación reemplazando algunas de las actividades cotidianas del Rabino.
Una de ellas fue la preparación semanal del comentario de la Parashá. Los voluntarios eran todas personas de amplia cultura universal, pero para casi todas ellas, el texto bíblico era, en el mejor de los casos, territorio inexplorado.
Esto sucedió en el año 3 o 4 A.G. (antes de Google), o sea que no había fuentes de fácil búsqueda. El resultado fue una colección de miradas frescas e insospechadas de los textos semanales, con reflexiones profundas, ideas debatibles y moralejas significativas.
Yo solía revisar los textos antes de hacerse públicos y nunca tuve necesidad de objetar o censurar nada; a lo sumo, alguna sugerencia de carácter técnico, tal como la construcción o algún detalle gramatical.
El experimento fue exitoso – ¿por qué no habría de serlo? – y en lo personal, me dejó la siguiente enseñanza:
Nuestros sabios siempre han afirmado que la Torá tiene setenta caras diferentes. Tal vez una de ellas sea la del lego desprevenido que enfrenta el texto por primera vez, y que tiene la inocencia y honestidad necesarias para plasmar sus propias reacciones y emociones frente a un mensaje determinado.
Probablemente distinto al que le daríamos los Rabinos, que hemos pasado toda la vida en medio de esos textos, pero sin duda no menos válidos.
Qué bueno sería que repitiéramos esa experiencia en nuestras congregaciones (aun cuando fuera ocasionalmente), a veces demasiado pasivas y dispuestas a escuchar y aceptar lo que viene del púlpito, pero no a aportar y a volver interactivo el proceso de la interpretación y comprensión de estos, nuestros textos sagrados.
De este modo, las palabras de Moisés vuelven a cobrar validez: Ojalá que todo el pueblo del Eterno fuese profeta.
Algunos años atrás, mi Congregación anterior – sin Rabino en ese momento- decidió emprender temporalmente una ruta de auto-gestión, con los miembros de la congregación reemplazando algunas de las actividades cotidianas del Rabino.
Una de ellas fue la preparación semanal del comentario de la Parashá. Los voluntarios eran todas personas de amplia cultura universal, pero para casi todas ellas, el texto bíblico era, en el mejor de los casos, territorio inexplorado.
Esto sucedió en el año 3 o 4 A.G. (antes de Google), o sea que no había fuentes de fácil búsqueda. El resultado fue una colección de miradas frescas e insospechadas de los textos semanales, con reflexiones profundas, ideas debatibles y moralejas significativas.
Yo solía revisar los textos antes de hacerse públicos y nunca tuve necesidad de objetar o censurar nada; a lo sumo, alguna sugerencia de carácter técnico, tal como la construcción o algún detalle gramatical.
El experimento fue exitoso – ¿por qué no habría de serlo? – y en lo personal, me dejó la siguiente enseñanza:
Nuestros sabios siempre han afirmado que la Torá tiene setenta caras diferentes. Tal vez una de ellas sea la del lego desprevenido que enfrenta el texto por primera vez, y que tiene la inocencia y honestidad necesarias para plasmar sus propias reacciones y emociones frente a un mensaje determinado.
Probablemente distinto al que le daríamos los Rabinos, que hemos pasado toda la vida en medio de esos textos, pero sin duda no menos válidos.
Qué bueno sería que repitiéramos esa experiencia en nuestras congregaciones (aun cuando fuera ocasionalmente), a veces demasiado pasivas y dispuestas a escuchar y aceptar lo que viene del púlpito, pero no a aportar y a volver interactivo el proceso de la interpretación y comprensión de estos, nuestros textos sagrados.
De este modo, las palabras de Moisés vuelven a cobrar validez: Ojalá que todo el pueblo del Eterno fuese profeta.
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