jueves, 30 de junio de 2011

Jukat 5771

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana

Rabino Gustavo Kraselnik
Kol Shearith Israel - Panamá

Inmerso en una serie de narrativas que describen las vicisitudes de la vida en el desierto, aparece, casi al final de Parashat Jukat el relato de la Serpiente de Bronce, la última revuelta del pueblo en el desierto.

Nos cuenta la Torá que rodeando la tierra de Edom los israelitas reclaman a Dios y a Moisés por la falta de pan y de agua y por el sabor anodino de la Maná: “¡Ya estamos aburridos de esta comida sin gracia!” (Núm. 21:5).

La respuesta divina no se hace esperar. Las “serpientes ardientes” o “abrasadoras” (no está claro si es un calificativo de la serpiente o designa un tipo particular de ofidio) atacan al pueblo que luego se arrepiente y solicita a Moisés que ruegue a Dios para poner fin al castigo.

Dios ordena a Moisés hacer una serpiente y colocarla en un estandarte, para que “el que haya sido mordido, al verla, sanará” y éste obedece realizando una de bronce, que resulta el mejor remedio para sanar las mordeduras. (Id. 8 y 9)

Es indudable que este relato despierta inquietudes en varias direcciones: ¿Qué sabemos sobre estas “serpientes ardientes? ¿Fue un milagro que aparecieran o acaso el milagro fue que no actuaran antes? ¿Cuál es la relación entre la falta del pueblo con el castigo? ¿Se puede establecer un vínculo entre estas serpientes y la más famosa de Adán y Eva? La exégesis rabínica y medieval abunda en respuestas.

Sin embargo, en mi opinión, el mayor interrogante se plantea frente al poder sanador, casi mágico, de la Serpiente de Bronce.  ¿Acaso con sólo mirar la serpiente de bronce se curaban? Ya la Mishná (Rosh Hashaná 3:8) se plantea esa pregunta y da la misma respuesta que utiliza para explicar el triunfo en la batalla que se producía cuando Moisés levantaba los brazos (Ex. 17:11): “Cuando Israel elevaba sus ojos a las alturas y dirigía su corazón a su Padre Celestial, entonces se curaban...” Para los Tanaitas, la Serpiente de Bronce no era un talismán, ni un amuleto, sino un medio para encomendarse a Dios. Allí radicaba su verdadero poder.

Sin embargo, en la percepción del pueblo el simbolismo que planteaban los sabios resultaba, cuanto menos, utópico. La Serpiente de Bronce terminó siendo un objeto de adoración. Así lo testimonia el propio texto bíblico al comentar que el rey Ezequías (Reino de Judá, final del siglo VIII, principio del siglo VII A.E.C.) en un intento por abolir la idolatría “destruyó la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta ese entonces los israelitas la llamaban Nejushtán y le ofrecían incienso.” (II Reyes 18:4)

El Jumash Etz Jaim (editado por el movimiento Conservador) en su análisis de Parashat Jukat trae la decisión de Ezequías, y la comenta, mirando de reojo nuestra propia realidad: “A menudo la religión corre el riesgo de tener gente que otorga una excesiva santidad a un instrumento de Dios, perdiendo de vista a Dios, a quien dicho instrumento apunta.” La Serpiente de Bronce, creada para ayudar a percibir la presencia divina quedo convertida en una pieza de culto. Eso es idolatría.
 
En esa misma dirección, el Meshej Jojmá (Rabi Meir Simja Hacohen de Dvinsk 1843-1926) justifica el acto de Moisés de romper las Tablas del Pacto, al ver a los israelitas bailar alrededor del becerro de oro, el líder asumió que de igual forma adoraría el pueblo a las Tablas, sin prestar atención a su contenido.
 
Para la Torá, la idolatría es la principal amenaza para la fe de Israel. Sin embargo su definición es mucho más amplia que la adoración de objetos o la realización de imágenes, como muchas veces la misma Torá pareciera plantear casi en forma caricaturesca. De una forma más sutil y mucho más actual vemos idolatría, aún dentro de las manifestaciones propias de la tradición, cuando convertimos a los medios en fines, cuando otorgamos poder mágico a los rituales o cuando concedemos más valor a la formas que al fondo. Los ejemplos a nuestro alrededor (y en nosotros mismos) son demasiado evidentes.
 
En pleno siglo XXI la idolatría continúa adulterando la integridad de nuestra fe. Erradicarla, en todas sus formas, es también nuestro desafío.
 
Shabat Shalom
 
Gustavo

No hay comentarios:

Publicar un comentario