Rabino Joshua Kullock
Comunidad Hebrea de Guadalajara
La parashá de esta semana nos introduce a la última de las unidades temáticas del libro de Génesis: la vida de José y sus hermanos. A partir de Vaieshev, veremos cómo los hijos de Israel (que es Iaacov) terminarán viviendo en Egipto, generando de esta manera las condiciones para que el relato continúe con la esclavitud, el surgimiento de Moshé y la salida de las tierras del faraón.
La historia de José no hace más que seguir la línea editorial de todo el primer libro del Pentateuco: padres que tienen hijos preferidos, hermanos que se pelean sin medir consecuencias. En este sentido, vale la pena preguntarse por qué la Tora no oculta tanta disfuncionalidad familiar y nos enfrenta una y otra vez con estructuras que no dejan de generar mucho dolor en sus integrantes. Todos podemos sentir el dolor de Caín cuando vio que Ds favorecía a su hermano Abel. Todos podemos condolernos por la pérdida de Adán y Eva frente al primer asesinato de la historia, que de hecho los dejó en ese momento sin descendencia o continuidad. Todos sufrimos con Hagar e Ishmael expulsados, y con Itzjak viendo cómo su padre Abraham lo ata y levanta el cuchillo para sacrificarlo. Todos escuchamos el amargo grito de Esav cuando su padre le dice que ya no tiene una bendición para él, y de igual manera podemos experimentar las sensaciones de los hermanos de José, mientras este se pavonea con la túnica de colores que su padre le regaló.
¿Por qué la Tora nos cuenta todo esto? ¿Por qué no lo maquilla, lo esconde o lo omite? Una posible respuesta es pensar que la Torá es fiel a la verdad, y que nos cuenta lo que fue. Sin embargo, es difícil aceptar este acercamiento, ya que para la Torá, la verdad, aun cuando es muy importante, no es el valor supremo. En Génesis vemos cómo Ds le oculta la verdad a Abraham cuando Sara lo llama “viejo” (cf. Gén. 18:12-13), y sobre el final del libro leemos que los hermanos de José le dirán cosas en nombre de Iaacov que al parecer el patriarca nunca dijo (cf. Gén. 50:15-16).
Otra opción para entender las razones de la Torá radica en abrazar el determinismo: la Torá nos habla de familias disfuncionales porque así somos en tanto seres humanos. Así como hoy en día los hermanos se pelean, las familias se rompen y los padres a veces no hacen lo que deberían, de igual forma ocurría en tiempos de nuestros antepasados, y así ocurrirá por siempre. No obstante, este acercamiento contradice el principio fundamental de la profecía, pilar básico de la Biblia Hebrea: si hay algo que nuestros profetas nos han venido a enseñar es que tenemos siempre la posibilidad de cambiar, y que el futuro no está escrito en piedra sino que se construye siempre en tiempo presente, a partir de las decisiones que vamos tomando. No porque el profeta diga que una ciudad será destruida eso es lo que efectivamente ocurrirá. En este sentido, Jonás, elegido para ser leído en minjá de Iom Kipur, es un claro ejemplo de que el destino no existe.
En conclusión, me parece que si la Torá nos muestra las limitaciones y flaquezas de nuestros patriarcas y sus familias es porque confía en nuestra capacidad de reconocernos en ellos primero, y de encontrar los caminos para hacer las cosas de otra manera después. Es por ello que el concepto de Tikún, reparación, es tan importante en nuestra tradición. Somos llamados a crecer en espíritu, para ir superando los desafíos que nos va presentando la vida. No nacemos perfectos, sino que somos perfectibles.
La capacidad de ser cada vez mejores queda de manifiesto en algo que ocurre al comienzo de nuestra parashá. Allí se nos relata que José fue a su padre a hablar mal de sus hermanos (Gén. 37:2). Frente a una actitud tan poco digna de un personaje tan importante de nuestro pueblo, el rebe jasídico Iehuda leib Alter de Gur – conocido también como el Sfat Emet – escribe lo siguiente: “Un justo eleva delante del Creador – bendito sea – las buenas acciones de los hijos de Israel. Pero todavía José no había alcanzado la perfección luego de su prueba. Sólo entonces José fue llamado ‘justo’ y elevó solamente las buenas acciones [de sus hermanos]. Fue por eso que luego estuvieron todos unidos junto a su padre. Pero cuando antes habló mal, fue obligado a descender a Egipto” (1:165).
José no nació justo, y por tanto, en ese camino hacia ser una mejor persona, tuvo momentos de flaquezas en los que se dedicó a hablar mal de sus propios hermanos. Reconociendo estas debilidades y asumiéndolas, el Rebe de Gur nos enseña que José pudo crecer y sobreponerse a esas actitudes mezquinas, hasta llegar a la categoría de justo, que le permitió reunirse con sus hermanos y juntar de nuevo a toda la familia.
En el espíritu de nuestros antepasados, nosotros también somos llamados a reflexionar sobre nuestras acciones, decisiones y maneras, a fin de poder mejorar aquellas que necesiten ser mejoradas y, de esta manera, procurar no solo nuestra elevación individual como seres humanos, sino también la posibilidad de unirnos y trabajar entre todos por un mundo mejor. Recuerden: aunque no nacemos perfectos, todos somos perfectibles.
Shabat Shalom uMeboráj!
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