Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana
Rabino Gustavo Kraselnik
Congregación Kol Shearith Israel
Rabino Gustavo Kraselnik
Congregación Kol Shearith Israel
La reunión de Iosef con sus hermanos y la mudanza de estos a Egipto constituyen el final feliz de la larga saga de los hijos de Jacob. Sin duda, el momento más conmovedor es el abrazo del flamante virrey de Egipto con su anciano padre (Gén 46:29-30):
Y viéndole se echó a su cuello y estuvo llorando sobre su cuello. Y dijo Israel a José: «Ahora ya puedo morir, después de haber visto tu rostro, pues que tú vives todavía.»
Con el estilo escueto que en varias oportunidades caracteriza a la Torá (especialmente cuando quisiéramos absorber hasta el más mínimo detalle de la escena), nuestra parashá nos brinda un sucinto informe de ese encuentro entre dos notables personalidades (Gén 47:7-10):
José llevó a su padre Jacob y le presentó delante de Faraón, y Jacob bendijo a Faraón. Dijo Faraón a Jacob: «¿Cuántos años tienes?» Respondió Jacob a Faraón: «Los años de mis andanzas hacen 130 años: pocos y malos han sido los años de mi vida, y no han llegado a igualar los años de vida de mis padres, en el tiempo de sus andanzas.» Bendijo, pues, Jacob a Faraón, y salió de su presencia.
El relato nos presenta una estructura quiástica (en forma de equis, el término español es “retruécano”), con Jacob bendiciendo al Faraón en ambos extremos y un diálogo (pregunta de Faraón y respuesta de Jakob) en el medio.
Los comentaristas coinciden en afirmar que existe una diferencia significativa entre la bendición del patriarca al rey de Egipto al inicio de la conversación, con la que le otorga al retirarse.
Rashi, por ejemplo, sostiene que mientras la primera bendición es protocolar, es decir se trata de un saludo, la segunda consiste realmente en una bendición, y cita del Midrash (Tanjuma, Naso 26) las palabras de Jacob al Faraón: “Qué suba el Nilo hasta sus pies” invocando los desbordes del Nilo fundamentales para la fertilidad de la tierra.
Por otra parte, llama la atención la oposición con la entrevista de Iosef con el faraón que precedió a la cita con Jacob (Gén 47:1-6). Allí, Iosef se muestra sumiso y está clara la superioridad del rey de Egipto que, fiel a su estilo, dispone y decide (aunque Iosef haya manipulado la decisión, anticipando las respuestas a sus hermanos).
Por otra parte, en el breve diálogo que mantiene con el patriarca se vislumbra una conversación entre pares. La ancianidad que irradia Jacob le inspira respeto y temor al Faraón, a tal punto que se ve obligado a preguntarle la edad.
En su comentario a este versículo, Ovadia Sforno (Italia siglo XVI) afirma que era raro encontrar gente tan anciana en Egipto, y a eso hay que sumarle que Jacob se veía aún mayor. De aquí la sorpresa del Faraón.
La respuesta del patriarca apunta en varias direcciones. Puede ser un acto de ingratitud a Dios por las dificultades de su vida, un reconocimiento de que su envejecimiento es consecuencia de los sufrimientos de su vida o un acto de humildad frente a un hombre poderoso. En todo caso, queda claro que quien habla es un hombre acercándose al final de la vida.
Y eso es lo que incomoda al Faraón. La presencia de ese señor anciano le desagrada y lo obliga a concluir el encuentro que, según el recuento de la Torá, resulta demasiado breve.
Sobre este punto, leí un comentario muy interesante al respecto (de Joel Rosenberg, del libro “A Heart of Wisdom”, editado por Susan Berrin y citado por la rabina Pamela Wax):
Uno sólo puede imaginar que el Faraón, tan acostumbrado a ser visto como un dios, fue llevado incómodamente cerca de ser recordado que él también era de carne y hueso.
En otras palabras, la presencia de Jacob enfrentaba al Faraón con su propia mortalidad y eso era algo verdaderamente difícil de asumir para la mayoría de los mortales, mucho más para quien se consideraba divino.
Posiblemente una de las lecciones más valiosas que nos deja este breve encuentro entre estas dos personalidades, tan relevantes como disímiles, la encontremos en las diferentes perspectivas que plantean sobre el sentido de la vida. El Faraón majestuoso, incapaz de reconocer su propia humanidad, y el patriarca Jacob, humilde e íntegro, recordándole el destino común que nos espera a todas las criaturas.
Shabat Shalom,
Gustavo
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