jueves, 27 de febrero de 2014

Pekudei 5774

Los rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana

Rabino Gustavo Kraselnik
Kol Shearith Israel - Panamá

La Torá dedica apenas un par de capítulos a la Creación del mundo y consagra 13 a la construcción del Mishkán, el tabernáculo (Éxodo del 25 al 40, con excepción del 32 al 34, donde se cuenta la historia del becerro de oro).

Durante años utilice esa comparación simple como respuesta rápida, cada vez que en una conversación surgía el tema del origen del mundo y la aparente contradicción entre ciencia y religión.  La Torá no es un libro científico y su motivación no es explicar cómo se creó el mundo; de allí que destine tan solo unos pocos versículos al tema.

Sin embargo, fue hasta hace relativamente poco tiempo que presté atención al sentido contrario de la ecuación: ¿por qué la Torá dedica tanta consideración a la descripción de la construcción del Mishkán, su mobiliario y el vestuario sacerdotal?

La respuesta aparece en Parashat Pekudei, la última porción del libro de Éxodo, o mejor dicho, a partir de una lectura comparativa de los pasajes finales de la Parashá, que describen el inicio del funcionamiento del Ohel Moed, la Tienda de Reunión.

Ya el Rambán (Najmánides, España, siglo XIII) llama la atención entre la similitud conceptual y lingüística de los últimos versos del libro del Éxodo (y los primeros dos del Levítico) con los pasajes que describen a Moisés subiendo al Monte Sinaí a buscar las tablas.

Veamos dos versículos como ejemplo:

Ascendió Moisés a la montaña, y recubrieron las nubes a la montaña. Y se posó la Gloria de Adonai sobre el Monte Sinaí y lo recubrieron las nubes por seis días. Llamó Él a Moisés al séptimo día, de entre las nubes.  (Éx. 24:15-16)
Recubrió la nube la Tienda de Reunión y la Gloria de Adonai colmó el Tabernáculo. Mas no pudo Moisés entrar a la Tienda de Reunión, pues se había posado sobre ella la nube.  Y la Gloria de Adonai colmó el Tabernáculo.  (Éx. 40:35-36)

En ambos casos se describe como primero las nubes cubrieron el Monte/Tabernáculo y luego la Gloria de Dios se posó allí.  Incluso hay coincidencia en cuanto a que, en el primer texto, Moisés no alcanza la cima del monte Sinaí, que estaba llena de la Gloria de Dios, mientras que en el segundo, Moisés no puede entrar a la Tienda de Reunión, pues el Tabernáculo estaba lleno de la Gloria de Dios.

La idea subyacente en esta comparación es que hay una fuerte conexión entre el Monte Sinaí y el Mishkán.  Quien posiblemente haya expresado de forma más radical (y desafiante) este concepto es uno de los más destacados comentaristas bíblicos de principios del siglo XX, el rabino reformista alemán Benno Jacob (Breslau 1862 –Londres 1945):

Cada vez que las personas se trasladaron, este santuario se convirtió en un Sinaí errante que los acompañó, un segmento del cielo trasplantado en la tierra en medio de la gente.

En otras palabras, siguiendo el pensamiento del Rambán, Benno Jacob afirma que los israelitas lograron llevarse con ellos el Monte Sinaí (al menos su esencia), y con él, la posibilidad de “reunirse” con Dios allí donde ellos se encuentren.  Eso nos explicaría la minuciosa dedicación que la Torá hace a la construcción del Mishkán.

El concepto de un Sinaí portátil fue revolucionario para su época (hasta entonces Dios se manifestaba en determinados lugares fijos, ahora “caminaría” con ellos por el desierto), y si lo miramos bien, resulta desafiante también para nosotros.

¿Hasta dónde somos conscientes de que nuestras sinagogas, descendientes del Mishkán, debieran percibirse como una pequeña réplica del Monte Sinaí?
¿Cuánta de nuestra conducta necesitaría cambiar para hacer de nuestra congregación una representación real de la experiencia al pie de la montaña?
¿Será que Dios nos sigue hablando, al igual que en la revelación en el monte Sinaí, pero el cemento de las paredes y la apatía de nuestros corazones nos impiden escucharlo?
El Mishkán como Sinaí portátil fue una idea extraordinaria.  Y continúa siéndolo.
Percibir en nuestras sinagogas la presencia de Dios y escuchar Su palabra, es todavía una tarea inconclusa.
Shabat Shalom,
Gustavo

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