Los rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana
Rabino Dana Kaplan - Jamaica
Tetzavé: La luz eterna ilumina la senda hacia Dios
La porción de Torá de esta semana, Parashat Tetzavé, comienza con las siguientes palabras: “Mandarás a los hijos de Israel que te traigan aceite de olivas puro, batido, para el candelabro, para que la lámpara arda continuamente” (Éxodo 27:20).
Nuestra parashá describe el ner tamid, la luz eterna, primero en el Tabernáculo, más tarde en el Primero y Segundo Templos en Jerusalén, y luego en la sinagoga. El ner tamid cuelga sobre o hacia un lado del arca, en todas las sinagogas. Se asocia con el altar de incienso permanentemente encendido, ubicado al frente del arca en el Templo de Jerusalén (I Reyes, capítulo 6). También se asocia con la menorá, el candelabro de siete brazos que se erguía al frente del Templo de Jerusalén (no confundir con la menorá de Janucá, también llamada Janukiá, que tiene nueve brazos).
Para nuestros sabios de la tradición rabínica clásica, el Ner Tamid constituía un símbolo de la presencia eterna de Dios en nuestras vidas. La luz eterna es también el símbolo de la presencia inminente de Dios en nuestras comunidades. Así, esta parashá nos ofrece una conexión entre la luz y la presencia divina entre nosotros.
El texto en su totalidad nos proporciona un poquito más de contexto. En Éxodo 27:20-21, está escrito: “Mandarás a los hijos de Israel que te traigan aceite de olivas puro, batido, para el candelabro, para que la lámpara arda continuamente. En la tienda de reunión, fuera del velo que oculta el arca del testimonio, las han de aderezar Aarón y sus hijos, para que arda delante del Señor desde la tarde hasta la mañana, por estatuto perpetuo de los hijos de Israel en todas sus generaciones.”
¿Por qué se refirió la Torá a esta luz eterna? Con un Dios al que no podemos ver activamente, quizás necesitábamos algo que nos recordara Su presencia en nuestras vidas. De otro modo, podría ser que Lo olvidáramos; ojos que no ven, corazón que no siente. Lo que podría tener consecuencias catastróficas. Por lo que necesitábamos ese recordatorio continuo. Y todavía hoy en día seguimos necesitando ese empujoncito.
En Deuteronomio 8:11-14 se nos previene: “Cuídate, no sea que te olvides del Señor, tu Dios, y así dejes de observar Sus mandamientos y Sus leyes y Sus estatutos que yo te ordeno hoy. No suceda nunca, cuando hayas comido y te hayas saciado, cuando hayas edificado para ti casas buenas, y habitado en ellas, y cuando tus vacas y tu ganado menor se hayan multiplicado, y tu plata y tu oro abunden, y todo lo que tuvieres se aumente, que entonces se ensalce tu corazón, y te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre.” Si cambiamos los detalles para que vacas y ganado menor se transformen en automóviles BMW y Mercedes, resumiríamos en pocas palabras el problema del judaísmo contemporáneo.
La luz eterna representa la relación entre el pueblo y Dios y, por lo tanto, debe permanecer encendida en todo momento. Si el fuego se apagara, nuestra relación con El Eterno se vería igualmente amenazada. Olvidamos tan fácilmente. Ya no nos seducen los dioses extraños, sino el materialismo extremo. Pero el resultado es el mismo.
El fuego también se puede entender como una llama metafórica que arde en el interior de cada persona, un fuego espiritual que se enciende en el corazón de cada individuo. El fuego es perpetuo y en consecuencia, permanece encendido dentro de cada ser humano a lo largo de toda su vida.
Nos recuerda que tenemos que hacer un esfuerzo, un esfuerzo eterno, para dedicarnos a Dios y al pacto convenido entre nosotros y El Eterno. La llama que arde no es solo una representación de la presencia de Dios, sino también un recordatorio del fuego espiritual que necesitamos encender dentro de nosotros mismos.
El ner tamid simboliza una luz de esperanza y fortaleza. Como el pueblo al que se ordena ser or la-goim, “una luz para las naciones”, debemos consagrarnos a personificar la luz divina en el mundo. A través de actos de guemilut jasadim, “buenas acciones”, podemos traer luz a la oscuridad. Pero tenemos que hacer ese esfuerzo.
En tiempos del Primero y Segundo Templos en Jerusalén, los cohanim eran los responsables de la continuidad del fuego eterno. Hoy por hoy, todos somos responsables de preservar esa luz eterna dentro de nuestras comunidades en el Caribe, Centroamérica, Sudamérica y alrededor del mundo. Que su presencia en nuestras sinagogas nos inspire a dedicarnos nuevamente a Dios y a la Torá.
Rabino Dana Kaplan - Jamaica
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