Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana
Rabino Gustavo Kraselnik
Kol Shearith Israel - Panamá
Permítanme comenzar con un toque de humor, un chiste que encontré en una página de humor judío:
Cuatro rabinos se reunían a conversar de cuestiones legales y a la hora de tomar decisiones, tres de ellos estaban siempre de acuerdo, en contra del cuarto. Un día, el rabino incomprendido, cansado de perder siempre 3 a 1 en las disputas, se dirige a Dios frente a sus colegas:
- ¡Oh Dios! Yo sé que tengo la razón, muéstranos un signo para que vean que mi interpretación es la correcta.
Apenas termina de hablar, en el cielo, que hasta entonces había estado soleado, aparece una nube tormentosa, y un rayo cae a los pies de los cuatro rabinos.
- ¡Un signo de Dios! ¡Lo sabía, yo tengo razón!
El rabino mayor se mantiene impasible y le contesta:
Lo más simpático, al menos para mí, de este chiste, es que está basado en una historia del Talmud, el conocido relato del “horno de Ajnai”(Baba Metzia 59b). Allí se nos cuenta la discusión entre los sabios (la mayoría) y Rabí Eliezer (la opinión solitaria), sobre la pureza de dicho horno.
Convencido de sus razones, Rabí Eliezer invoca el testimonio de un árbol (que levanta sus raíces y se traslada), de las aguas (la catarata empieza a fluir hacia arriba), y de las paredes del Beit Hamidrash (que comienzan a tambalearse). Desesperado ante la negativa de los sabios de aceptar esas pruebas, el maestro solitario juega su última carta: pide la intervención divina.
Y nos relata el Talmud: “Salió una voz divina (Bat Kol) y dijo: ‘¿Qué tienen ustedes contra Rabí Eliezer? La ley es como él la establece en todas partes.’” Se paró Rabí Ioshua y le respondió, citando el versículo de Parashat Nitzavim que marca el punto de inflexión en la historia: “No está en el cielo” (Deut. 30:12).
Y es Rabí Irmia, en la continuación del texto, quien explica el significado de ese pasaje: la Torá ya nos fue entregada en el monte Sinaí, ya no nos regimos por la voz divina, pues así escribiste en la Torá (Ex. 23:2): “Seguirás a la mayoría.”
Tengo un cariño especial por este relato, ya que fue el primer texto talmúdico que estudié. En la escuela secundaria complementaria Solomon Schechter del Seminario Rabínico Latinoamericano teníamos la materia Torá Oral, que nos puso en contacto con la literatura rabínica.
Sin embargo para ser justo, debo confesar que mi primera experiencia con este pasaje talmúdico no fue del todo positiva. Fruto de la inmadurez y la rebeldía propia de la edad, recuerdo que junto con mis compañeros, miramos con desdén el relato, cuestionando los aspectos surrealistas sin apreciar la profundidad del mensaje. Nuestra obtusa crítica a las formas nos impidió ver la trascendencia de la enseñanza.
Fue años más tarde, cuando volví a reencontrarme con este texto, cuando descubrí la valiosa lección que nos lega: la Torá no está en el cielo, está aquí, con nosotros, entre nosotros; es parte de nuestra vida y es nuestra responsabilidad apropiárnosla.
Volviendo al chiste y desde el punto de vista teológico, el pasaje talmúdico es mucho más revolucionario. En aquel, la voz divina es una opinión legítima, igual a la de un rabino (”somos tres contra dos”), en este, Dios no tiene derecho a intervenir, incluso para explicar Sus propias palabras en la Torá.
“No está en el cielo”. La Torá está aquí, con nosotros, y debe ser parte de nosotros. Para lograrlo hace falta estudio y compromiso; es necesario aprender a escuchar las interpretaciones de nuestros maestros, de aquellos que nos precedieron, y encontrar allí la guía que nos lleve a construir nuestras propias respuestas. Debemos ser capaces de recrear la experiencia reveladora en el monte Sinaí, para recibir nosotros la Torá y hacerla propia.
El Talmud cierra el relato con una fina nota de humor, acorde al espíritu fantástico de toda la historia:
Le preguntó Rabí Natán al profeta Eliahu: “¿Cómo reaccionó en ese momento El Santo Bendito Sea (cuando Rabí Ioshua contestó ‘No está en el cielo’)?” Le respondió: “Sonrió y dijo: ‘Me vencieron mis hijos, me vencieron mis hijos.’”
Shabat Shalom y Shaná Tová
Gustavo
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